En la sociedad actual, el relativismo campa por sus respetos de un modo
claro y rotundo. Se pretende la existencia de conceptos volátiles,
como si esto, en sí mismo no fuera un oxímoron, se pretende la
existencia de conceptos flexibles, a tal punto que pueden
contener una idea y la antagónica, se pretende la no existencia de
fundamentos, por lo que los artificios que montamos sobre ellos no
pueden más que tambalear. En definitiva, se pretende la existencia de
las “no ideas”.
Este relativismo existencial es una realidad simple y compleja al
tiempo, tan simple como su aséptica formulación en el tradicional
sofisma que reza “todo es relativo”- al parecer menos esta afirmación- y
tan compleja como sus múltiples manifestaciones.
El relativismo da la cara de diversos modos, en forma de relativismo
moral, en forma de relativismo cultural, cuyo “máximo exponente” es la
Alianza de Civilizaciones y en forma de relativismo, digamos…,
semántico. Difícil es ver cual de todos ellos es más perverso, pero
quizá, el relativismo “semántico” sea el que ostente este “privilegio”
ya que se constituye en una muy eficaz herramienta a la hora de la
implantación y divulgación del relativismo como modo de vida.
El “relativismo semántico” consiste en romper la identidad
existente entre un concepto y el término que lo denomina. El relativismo
semántico nos permite vivir en el “como si” continuo pero nunca en el
“es”. Es la ambigüedad en estado puro, es la ambigüedad en el punto de
origen. No hace falta retorcer las frases para fingir un razonamiento
que no hila, simplemente es necesario que un determinado vocablo
signifique lo que a mi me interesa que signifique en ese contexto y ¡se
acabó!, así de fácil, así de simple.
Existen verdaderos maestros de esta técnica. Técnica embaucadora y
torticera, y no tenemos que buscar muy lejos para verlos. No es una
técnica talentosa, ¡en absoluto! pero.. eficaz, muy eficaz.
Son verdaderos “magos” de la palabra, son pícaros de la verdad, son, en
definitiva, prestidigitadores de la palabra.
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