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Relatos

Seudónimo: Romano Prieto

Titulo: Más allá de hoy está hoy
 

Aquella mañana parecía normal, como todas. Me había levantado tras estar más de media hora dando vueltas en la cama y pensando en la cantidad de caminos que la vida tiene. Hacía tiempo que estaba solo y supongo que eso cambia el carácter de una persona, le hace adquirir manías y volverse algo gruñón. Bien, intenté gruñir con el puño alzado ante el espejo, como siempre lo hago, pero no pude. Mi espejo me devolvía una sonrisa que no parecía mía. Miré de nuevo el cristal que reflejaba a alguien que, definitivamente, no era yo. Sí, se parecía a mí pero... ¿yo no tenía el ceño fruncido? ¿Cómo y cuándo había desaparecido ese gesto de fastidio que era mi “buenos días” habitual?

Me lavé la cara, quizás estaba aún dormido, quizá era un sueño o una pesadilla. Nada. Nada cambió, mi gesto de felicidad seguía ahí. Me encogí de hombros, hice un gesto de “bueno, no importa” y me preparé el café. Su aroma llenó la cocina como nunca lo había hecho. Siempre hacía el mismo ritual pero hoy era diferente. Hoy el café olía a café, me llenaba de ese placer del hogar que había perdido hacía ya mucho tiempo y me hizo sentir como un regreso a casa. Aspiré de nuevo su aroma, en profundidad, temiendo que se disipara. Aquella taza me supo como hacía años no me sabía. Seguía extrañado y de mal humor... ¿de mal humor? ¡Pero si estaba radiante!  Otra visita al espejo me demostró que aún no había despertado o que no era yo o que me habían abducido los extraterrestres.

Ni siquiera la ducha, caliente primero y fría después –odio el agua fría-, cambió la increíble realidad. Seguía sonriente. Me miraba una y otra vez y en cada ocasión era un extraño el que me devolvía la mirada. Entré de nuevo a mi cuarto para vestirme y allí me llevé otra de las grandes sorpresas de aquel día: ¡había una mujer en mi cama! De modo que se trataba de eso. No podía recordarla a pesar de que sus rasgos me eran familiares. Supongo que debe ser así cuando has dormido con ella toda una noche. Era agradable mirarla, dormía profundamente, abrazada a la almohada como si fuera el osito de peluche de una niña pequeña y hasta parecía sonreír. Yo estaba quieto, muy quieto, temía despertarla porque... ¿qué le iba a decir? Ni siquiera recordaba su nombre ni dónde la había conocido ni cuándo. No sabía quién era pero me estaba enamorando, sí, así de repente, sin saber. Así es Cupido, juega con sus propias reglas, se divierte lanzando dardos sin apuntar. ¿Pero qué estoy diciendo? ¿Enamorarme de una mujer que no conozco, que jamás he visto antes? Dioses, eso es una locura imposible.

Tomé mi ropa limpia como pude, casi de puntillas, sin ruido. Temía despertarla y no sabía por qué. Salí de la habitación, aún desnudo pero con la ropa en la mano, y no pude evitar echar otra miradita al espejo para ver si aquel tipo extraño seguía ahí. Sí, ahí seguía, radiante, sonriente, hasta más apuesto hubiera dicho yo si no estuviera hablando de mí mismo. Fui a la otra habitación para vestirme, esteba empezando a sentir frío. Mi cabeza daba vueltas y no dejaba de recordar el rostro de esa mujer que ahora ocupaba mi cama. ¿Estaría todavía ahí cuando yo regresara? Tenía que salir a comprar algunos objetos para mi trabajo. Investigo –o eso digo yo- sobre domótica y preparo programas especiales para eso y, lo mejor, lo hago en mi propia casa, en el estudio que tengo preparado para la investigación. Hoy necesitaba unos nuevos micro interruptores que habían sido lanzados al mercado y que prometían bastante. Pero eso no era ahora importante, no. La noche anterior me acosté, o eso me parece, pensando en esos artilugios, en sus posibles adaptaciones y en qué manera podría aplicarlos. Recuerdo que... ¿un beso? ¿Recuerdo un beso? ¿Pero cómo es posible? Sí, oh, sí, recuerdo un beso de esa mujer. Sus labios dulces y acogedores, su mirada llena de ímpetu, su cuerpo voluptuoso y mi deseo. Mi deseo por... ¿ella? Casi volví a sentirlo de nuevo.

Ahí estaba yo, parado delante de la puerta de la habitación, dudando de todo e intentado hallar una explicación a aquel extraño día. Dudaba sí, dudaba de todo pero por encima de mis pensamientos mi estómago danzaba ese extraño baile que los adolescentes sienten ante su primera novia, su primer beso, su primera experiencia con el sexo contrario.

Lancé la ropa al sillón, que resbaló hasta el suelo y ahí se quedó, y me dirigí de nuevo a la cama. Al diablo los micro interruptores, al diablo la realidad. Aquella mujer estaba en mi cama por algún motivo y yo tenía ganas de besarla. Me acerqué despacio, sin respirar apenas, la admiré y besé sus labios con toda la ternura de que era capaz. Un roce suave que fue la antesala de un beso apasionado. Ella despertó con una sonrisa, abrió los ojos y yo desaparecí. Entonces supe que yo era un sueño, el sueño de ella, y que al despertarse yo ya no podía existir...

 

 ***

 

... Aquella mañana parecía normal, como todas. Pero me había levantado tras soñar placenteramente y eso no suele ocurrirme, siempre tengo pesadillas. Hacía tiempo que estaba sola, demasiado sola y supongo que eso cambia el carácter de cualquier mujer, le hace adquirir manías y volverse algo malhumorada. Me miré en el espejo esperando ver mi habitual gesto de fastidio pero no fue así, sonreía, ¡sonreía! Me lavé la cara esperando despertar completamente pero nada cambió. Ahí seguía esa estúpida sonrisa. Algo me hizo girar la cabeza hacia la habitación y mi mirada se detuvo en lo más imprevisto e increíble. Había un hombre en mi cama, un hombre maravilloso, guapo, como yo siempre había soñado que debía ser un hombre. Dormía placidamente y su cara mostraba un gesto relajado, casi feliz. No comprendía nada, no recordaba nada, pero sentía una especie de amor y deseo, mi estómago empezaba a danzar como cuando fui adolescente, hace ya muchos años, deseaba besarle y...

 

F I N

 

© Romano Prieto

 

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