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Relatos

Seudónimo: U.C.L.

Titulo: Reconocimiento final
 

            El box nº 5 de Urgencias estaba ocupado con un nuevo caso, un hombre totalmente desnudo e inconsciente estaba tendido en una camilla; había sido encontrado en la calle, sin signos aparentes de violencia. Entran un médico y una enfermera. El médico se llama Marta, morena de unos 40 años y con un cuerpo magnífico; debido al calor llevan una bata que dejaba entrever claramente un tanga, los pechos se sujetaban mágicamente sin la coraza que los presionaba y estrujaba, aún más, esas preciosas glándulas.

            La enfermera, Ainhoa es su nombre, una joven de unos 30 años, pelirroja y pecosa, llevaba también una bata, y su ropa era, si cabe, aún más limitada que la de Marta, un mini tanga era toda su ropa interior.

            Las dos rodeaban al paciente, pretendían saber qué le ocurría, enseguida descubren, tras efectuarle un análisis de sangre, que su intoxicación etílica es intensa, aunque su cuerpo no sufría mayores consecuencias. Era un hombre joven y estaba de muy buen ver.

            -Estoy un poco harta de curar a borrachos todos los fines de semana-dijo con cierto fastidio Marta.

            -Tienes razón, y encima hoy es el primer aniversario de las dos en este hospital,  quienes deberíamos estar borrachas y tiradas por ahí celebrándolo, somos nosotras.                              -¡Por cierto…!- Una mirada de lujuria corrió por los ojos de Ainhoa y fue captada al momento por Marta.

            -¿No lo estarás pensando en serio, verdad?.

Sus miradas lo decían todo entre ellas. Trabajaban  en urgencias, reían allí a raíz de las cosas que les ocurrían, y  lloraban también por otras tantas desagradables. Pero la mente en un sitio así, se hace a todo, y en este caso había que ver el lado bueno.

Un desfallecimiento por abuso de alcohol era lo que ahora tenían delante.

El paciente era un tipo alto y bien proporcionado, en virtud de lo que se veía en la camilla. No sabíamos ni nombre ni dato alguno, pues venía indocumentado, pero la pinta que tenía dejaba vislumbrar un aire con clase y distinción, que no era lo habitual en los pacientes que nos venían a menudo con estos cuadros.

Ainhoa se mordía los labios  al ver el cuerpo desnudo de este especimen macho. Hacía volar su imaginación. Mientras le ponía el gotero con la medicación, y le cogía la vía, rozaba sus manos sobre su brazo, notando esa suavidad de su piel, experimentando tras ello, una sensación de calidez y bienestar.

Marta, mientras tanto, por otro lado, estaba viviendo esa misma sensación placentera, mientras le auscultaba en silencio. Tenía una piel tersa, joven, limpia, pelo en el pecho; el suficiente para ser varonil y no parecer grotesco y vulgar. Era un tipo bastante bien parecido y las dos estábamos a punto de hacer lo que en principio no debería hacerse con un paciente medio inconsciente.

No había abierto los ojos aún, pero entretanto ya se veía algún movimiento en él, aparte de quejidos y gemidos. No sabemos si por notar lo que nosotras estábamos notando, o porque le estábamos haciendo daño.

     -¡Marta!- exclamó Ainhoa de repente.

     -¡Ha abierto los ojos!- dijo Marta.

      -Deja que le explore las pupilas-.

     -Están bien, parece que la medicación surte efecto, temía que estuvieran dilatadas.

     -Por cierto, ¿qué ojos tenemos, no amigo?-dijo Marta dirigiéndose a él con una sonrisa y acariciándole el pelo a su vez.

El no hablaba. Sus ojos claros  miraban a  las dos alternativamente, con aire de agradecimiento y de incredulidad.

       -Creo que no sabe donde está, ni quienes somos.

       -Creo que deberíamos llevarlo a la cama del box 7…

       - Ainhoa, mira a ver si hay alguien- Dijo Marta guiñándole un ojo.

 En segundos se presentó Ainhoa con su rostro pecoso y pícaro, y dijo:

       -No hay nadie, todo para nosotras - Y así procedieron con la camilla y el gotero al cambio de box. Se disponían, entonces, a realizar un examen más exhaustivo… y  en privado.

            Cerraron el box con una mampara, se quitaron las pinzas que recogían el pelo, y   poco a poco se  desabotonaron las batas. El espectáculo maravilloso que estaba recibiendo aquel paciente, sólo era comparado con la lascivia que emanaba de las mujeres por el deseo de degustar la anatomía de aquel Adonis.

            Poco a poco se iban contrayendo los músculos. La piel se erizaba. Escalofríos recorrían los cuerpos de aquellos seres humanos. Ainhoa pasó poco a poco por la piel del paciente el guante de látex, saltando todos los resortes de la pasión. Su pene se inyectó en sangre, era como si quisiera escaparse de la piel y tomar vida propia ante ese maravilloso panorama. El paciente no sabía hacia qué lugar prestar atención y sus brazos se desplegaban hacia ambos laterales de la camilla. Del cuello de Marta sobresalía un instrumento llamado fonendo; se lo quitó para que no le molestase demasiado.

El hombre que allí yacía medio adormilado, sólo entreabría los ojos y creía verse  rodeado por dos ninfas esculturales que lo manoseaban por todas partes. Él, definitivamente, no sabía  a qué se debía esta pasión irrefrenable, pero desde luego no iba a renunciar a ella, aunque de un sueño se tratase.

Los efectos del alcohol producen una serie de alucinaciones de varios tipos: visuales, táctiles y auditivas. En ese momento de placidez, ese hombre creía estar poseído por las tres y, en cierto modo, le gustaba la sensación.

Marta se acercaba a sus labios, dejando caer hilos de saliva en su boca, correspondiéndole él con mordiscos en el cuello. El gozo era infinito, pues no sólo era Marta la que jugueteaba con él, sino Ainhoa que se había acercado silenciosamente a sus piernas, acariciándolas de arriba abajo, y finalmente parándose allí donde el tesoro es más preciado si cabe. Tocaba su miembro con ambas manos, poniendo atención a los gemidos que seguían en cada roce. Lamía las ingles del cuerpo inmóvil de la camilla, hasta meter en la boca el pene erguido de ese espécimen masculino.

 

En ese momento, él tuvo una convulsión estrepitosa debido a no controlar la situación, y sentir tanto en poco tiempo. Estar dentro de la boca de esa diosa le hacía volar sin remedio. El placer era totalmente irremediable.

Como es lógico, la aguja del gotero se había salido, pero había sido suficiente  tiempo en vena, como para que la medicación administrada hubiera  cumplido su objetivo. El paciente estaba más consciente, y ya podía mover el brazo a su antojo. De esa manera, podía acariciar, tocar y manosear aquello que se le pusiera por delante, y sin dilación. Marta estaba apoyada en la camilla ofreciéndole lujuriosamente sus pechos, que él no dudó en aceptar. La lengua los recorría poro a poro, sin dejar ningún lugar seco.

Entretanto, Ainhoa jugaba con el pene de este hombre sin nombre, y él experimentaba sensaciones  jamás sentidas.

      -¡Esto es un sueño!,¡no puede ser tanto placer sólo para mí!-pensaba nuestro amigo.

Pero no era un sueño, era una realidad y muy palpable. Marta le ofrecía los pechos como si se tratara de un niño perdido y que necesitara ayuda, al tiempo que Ainhoa se había anclado su caliente vagina en el pletórico puntal que sobresalía de la entrepierna del enfermo, comenzando a cabalgar.

Marta decidió despatarrarse en el pecho de aquel cuerpo que comenzaba a resurgir con pasión de su crisis alcohólica. Marta acercó su volcán amoroso a la boca aún pastosa por los efectos de los brebajes que pasan por “elixires excitantes”. La lengua enseguida comenzó a funcionar, buscando enjuagarse la boca con la sustancia desintoxicante que le ofrecía el líquido húmedo y pasional de aquella médico de urgencias.

La escena que se estaba produciendo en aquel box era como sacada del manual del Kamasutra. La enfermera agarró por los pechos a su amiga Marta que en esos momentos había entrado en tal éxtasis que ya no era capaz de controlar sus deseos.

Aunque los gemidos se silenciaban, la Pasión gritaba de placer y la Excitación proclamaba a los cuatro vientos su verdadera cara, sin temor a posibles repercusiones.

Poco a poco los cuerpos van adquiriendo forma de sándwich, la espalda de Marta se fue acercando al cuerpo del paciente al tiempo que el de Ainhoa se iba restregando por el de Marta. No se podía tener más deleite, ni respirar más pasión en aquel lugar. Por una vez en la vida la desgracia había huido y se había instalado la felicidad en toda su máxima extensión.

Las cámaras fotográficas no dejaban de cotillear la imagen de aquella recepción llena de rostros conocidos y famosos. Al tiempo que sus primas, las cámaras de televisión, miraban indiscretamente cualquier movimiento que los ocupantes de aquellas mesas  pudiesen hacer, para luego lanzarlo a los cuatro aires.

Era un 8 de diciembre, y aunque hacía mucho frío en la calle, en aquel salón el ambiente era muy cálido. El público asistente abarrotaba el lugar. Los focos, las alfombras, los atuendos de fiesta y el glamour que se respiraba, impregnaban de sutileza el momento. El 4º Certamen del  Premio Internacional de Relato Erótico, organizado por la Editorial CRB, daba comienzo.

Tras un breve discurso de varios de los asistentes que componían el jurado, y de un repaso por los títulos que se presentaban al concurso, la portavoz  y moderadora dio la noticia del ganador:

-¡Señoras y señores, la obra seleccionada de este año es…! ¡URGENCIA!.

- Concede el premio el presidente de la Editorial D. Esteban Bohórquez García.

- Lo recoge su autora, Ainhoa Hernán Gutiérrez.

Se levantó, entonces, una pelirroja pecosa de su asiento, entre los lógicos aplausos del público asistente. Todas las miradas, las luces, el momento, eran para ella. Su discreto atuendo, un traje negro de viscosa, con hilos de colores se ceñía finamente, marcando sus curvas a los ojos de todos. Dejaba translucir una sensualidad fuera de toda duda. Aquella silueta se paseaba por aquel salón  provocando fuertes envidias entre las mujeres y ardientes pasiones entre ellos.

 Cuando estuvo en la mesa,  el presidente no dio crédito a lo que estaba sucediendo. ¡Era ella!, una de las dos mujeres que le había atendido ese aciago fin de semana unos meses atrás. Su rostro debió ofrecer una expresión muy evidente,  porque desde la mesa le indicaron, con un leve gesto, que entregara el premio. Y así lo hizo, no sin cierta torpeza. Al entregar la placa a la ganadora, notó el tacto, por segunda vez, de aquellas manos sedosas. Ainhoa, para no descubrir lo que estaba sucediendo allí, le dio dos besos de agradecimiento y, mientras la gente apagaba el silencio con sus vítores y aplausos, se acercó a su cara y  le susurró un breve mensaje al oído.

-Tal vez en  otro momento…Esteban-

 

© U.C.L.

 

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