Certamen patrocinado por IRC-Hispano

·   Inicio


·
Concurso


·
Bases


·
Premios


·
Relatos .Finalistas


·
Jurado


·
Fotos-KDD


·
Entrar al canal


· Agradecimientos


· Prensa


· Enlaces


Relatos

Seudónimo: A.S.

Titulo: Sueños de carretera

 

Me despierto, sobresaltado.

Sin que haga falta que ponga mi mano derecha sobre el corazón, noto mis latidos. Mis piernas tiemblan, mi frente suda. ¡Qué sueño he tenido, por Dios, si es que existe!

Me froto los ojos e intento tranquilizarme. Ya estoy despierto, ya no hay nada que pueda temer. Miro fuera y veo mucha calma. Paz. El sol está poniéndose y toma ese color anaranjado tan bonito de algunos crepúsculos. ¡Qué sensación! ¡Así da gusto despertarse, sobre todo después de una pesadilla!

Abro la guantera y cojo un paquete de pañuelos de papel. Estoy empapado de sudor. Me seco la frente y el cabello... Aún me cuesta creer que ahora pueda estar tan bien.

Me doy la vuelta. Tábatha duerme, profundamente, en el asiento de atrás. Estirada, con sus patitas blancas, esas que yo digo que las ha mojado en leche, sobresaliendo apenas... Ella sí que descansa sin nada que altere su sueño.... Me alegro por ella, sonrío, y acaricio su cabecita. A ella le encanta, aunque ahora esté dormida y no pueda sentirlo.

Es curioso lo que dicen de los gatos. Que son animales independientes, que ellos son el centro de su mundo y que los demás deben estar pendientes de lo que hacen. Tábatha no es así, quizá porque de pequeñita recibió una educación con mucho cariño. Muchos de mis amigos decían que a veces no parecía una gata, por su manera de comportarse, de seguirme, de jugar conmigo, de estar siempre pendiente de lo que yo hago... Es maravilloso que alguien te quiera, aunque sea un animal. Y Tábatha es, hoy por hoy, lo único que me queda de mi pasado.

Salgo del coche. La temperatura es agradable, no hace ni calor ni frío. Incluso el olor del aire puro me reconforta. El sol aún no ha terminado de ponerse y malgasto -o no- minutos de mi tiempo en acabar de observar la puesta. Es fantástica. Lo único que lamento es no poder compartir este momento con alguien. En fin, otra vez será.

No sé dónde estoy. Es más, ni siquiera recuerdo como llegué hasta aquí... ¿Me habré desviado en algún momento de la carretera? Además, todo me resulta tan extraño, es demasiado bonito, como si fuera el paisaje de un tren eléctrico...

A lo lejos veo un edificio. Es lo único que hay a mi alrededor, además de mi coche. Creo distinguir la palabra "bar" en un letrero luminoso. Bien, es lo que estoy buscando, para beber algo caliente y acabar de despertarme. Me sorprende que haya un bar aquí, prácticamente en medio de la nada, pero hay tantas cosas que me han sorprendido en mi vida...

Camino hacia allí y sin darme cuenta vuelven a mi cabeza destellos de mi pesadilla; soñé que perdía el control de mi coche y me estrellaba. Y que tras el impacto, el coche se incendiaba y no podía salir. La pobrecita Tábatha maullaba sin parar de la desesperación, pero la puerta estaba bloqueada, y no podíamos salir... ¡Uf, basta de pensar en ello, si al final de cuentas fue tan sólo un sueño! Estoy vivo, y Tábatha también, y en cuanto me despeje un poco y acabe de calmarme seguiremos nuestro camino.

Llego al bar. Abro la puerta y tras unos pasos algo dubitativos, me dirijo a la barra. Hay bastante gente, para ser un lugar tan solitario...

 

-         Un cortado, por favor. Largo de café.

 

La camarera se presta a atender a mi petición, mientras yo enciendo un cigarrillo. Me apoyo en la barra y miro a la gente que hay alrededor. Todos charlan animadamente, con una aparente felicidad. En el fondo, varias máquinas expendedoras y una fonola.

 

-         Aquí tiene. ¿Azúcar o edulcorante?

-         No me hace falta. Seguro que con la dulzura con que lo sirves, ya estará endulzado... -le comento con tono seductor-

 

Ella sonríe. Es gratificante que te digan un piropo, y más aún si estás realizando tu rutina diaria. Son esos pequeños momentos de la jornada laboral que te hacen sentir mejor, más libre, más persona. Y a todos nos gusta sentirnos así.

Me acerco a la fonola. Pienso en poner alguna canción, algo suave pero que al mismo tiempo me dé energías, que me haga sentir bien. Mientras estoy mirando los títulos, a mis espaldas, una voz de mujer pronuncia mi nombre.

 

-         ¡Antonio!

 

No me doy la vuelta. Antonio es un nombre muy común, seguramente estarán llamando a otra persona. Además, nadie me conoce aquí y yo ni siquiera tendría por qué estar.

 

-         ¡Antonio! ¡Antonio Seguí!

 

Eso ya es diferente. La voz está mencionando ahora mi apellido, y entonces sin duda, tengo que ser yo a quien llama.

Ahora sí, me giro. Una mujer de mediana edad, alta, vestida de negro. Morena y con los ojos oscuros. Distingo en su rostro señales de haber vivido intensamente la vida. Seguramente ella, como yo, tendrá muchas historias pasadas. Lo que no entiendo es por qué me está llamando, ya que no la conozco de nada, o al menos eso creo.

 

-         ¿Sí...? -contesto tímidamente, mientras hago memoria para intentar recordar quien es ella-

-         Antonio, estaba esperándote. Me enviaron a buscarte.

 

Su respuesta me deja helado. ¿Quién es ella? ¿Cómo me conoce? ¿Quiénes la enviaron a buscarme, si supuestamente me acabo de perder por la carretera y estoy en este bar sin ni siquiera haberlo planeado?

 

-         Discúlpame, pero es que no entiendo nada. Acabo de despertarme de una siesta, y aún estoy medio dormido. ¿Me conoces?

-         No tenía el gusto, pero me dijeron que aquí podría encontrarte. Nunca antes te había visto, pero concuerdas con la descripción que me dieron de ti. Perdona si he sido muy brusca...

-         Para nada, no tiene importancia. ¿Un café?

-         No, gracias.

-         ¿Un cigarrillo?

-         El tabaco mata.

-         Claro, y tantas otras cosas... De algo hay que morir, digo yo.

-         La vida es el bien más preciado y nosotros estamos constantemente destruyéndola.

-         No me vengas con filosofía barata. Tengo bastantes problemas como para que ahora mismo me preocupe si un café o un cigarrillo me acorta la vida. Quien sabe si me puedo morir mañana mismo...

-         No era esa mi intención. Como te dije, sólo he venido a buscarte. Te estamos esperando.

 

Otra vez hablando en plural. ¿Quiénes me están esperando? ¿Y cómo es que saben que yo iba a llegar a ese bar? La miré fijamente. Pese a no conocerla de nada, hay algo que hace que yo deposite en ella mi más absoluta confianza. Toda mi vida he sido una persona excesivamente confianzuda, y es quizá por ello que me han dado tantos palos. Pero ya no estoy ahora por la labor de cambiar, ni quiero hacerlo. Me siento bien conmigo mismo, siendo como soy.

 

-         Sigo sin entenderte. ¿Por qué hablas en plural?

-         Ya te lo dije. A mí sólo me enviaron a buscarte. Hay muchas personas, que te quieren mucho, que están deseando verte. Supieron de tu ruptura matrimonial, que dejaste todo atrás en tu casa y que no quieres volver. Supieron que hiciste las maletas con tus cosas, que cogiste a Tábatha y te lanzaste a la carretera sin saber bien a donde ir. Pero ellos se preocupan por ti y quieren que estés bien. Es ahora cuando necesitas el afecto de esas personas. Ahora, cuando tú más deseas estar solo, es cuando más necesitas de los demás.

-         ¿Pero de quienes? ¿Quiénes son los demás?

-         Personas que te quieren, tu familia, tus amigos. Incluso una ex novia, pero no te diré quien... Eso tendrás que descubrirlo tú solo...

 

Esbozo una sonrisa. Nada de esto parece tener sentido, pero la verdad es que la situación me da cierto misterio e incluso resulta gratificante. Después de lo mal que había terminado mi relación con Julia, yo estaba necesitando algo así para volver a tener ganas de confiar en el prójimo. Lo que sí me resultaba sorprendente es que tanta gente se haya enterado tan deprisa de lo que pasó. Pero me imagino que la "bruja" habrá echado mano a mi agenda y exprimido el teléfono para contarle a todo el mundo que yo la había "abandonado". ¡Cuántos puntos de vista diferentes pueden tener las cosas!

 

-         Perdona, no me he presentado. Me llamo Marcia. -dijo la mujer-

-         Antonio, aunque eso ya lo sabes. -dije sonriendo-

-         Claro, Antonio. ¿Continuamos el viaje?

-         Seguro, ¿Pero hacia dónde? No tenía pensado ningún sitio a donde ir...

-         Pero ahora sí lo tienes, yo te guiaré. Te están esperando, y no falta mucho camino.

 

¡Una sorpresa! ¡Eso es lo que me está esperando! Admito que después de lo mal que me sentí anoche, cuando Julia se puso tan irracional y empezó a tirarme a la cabeza todo lo que encontraba a mano, esto es lo mejor que puede pasarme. Ahora todo ello parece haber pasado a un segundo plano. Realmente es reconfortante sentirte querido por alguien...

Salimos del bar. La mujer me acompaña e intenta conversar conmigo, aunque yo ya no estoy escuchándola, quizá porque quiero llegar lo antes posible a mi destino. Tengo curiosidad por saber quienes son los que me están esperando...

Llegamos al coche. Tábatha aún duerme. ¡Que envidia, la de poder dormir tan profundamente! Entro en él y abro la puerta del acompañante para que la mujer entre. Le doy a la llave de contacto y nos ponemos en camino.

 

-         Bueno, tú dirás hacia donde... -le comento-

-         Sí, claro. De momento, sigue recto. A unos cinco kilómetros encontrarás un camino y entonces girarás a la derecha. Luego ya casi estaremos.

 

Sigo sus indicaciones. El camino se va tornando cada vez más bello, observo un paisaje increíble y maravilloso... Pinos llenos de eucaliptos, praderas verdes en donde animales disfrutan la naturaleza.  ¡Qué suerte el haberme perdido, ya que gracias a ello puedo descubrir un nuevo sentir!

Unos minutos después, la mujer indica que me detenga. Pero yo no veo nada.

 

-     ¿Aquí mismo?

-         Yo me bajo aquí, tú seguirás un poquito más. No te preocupes, falta muy poco y sólo tienes que seguir este mismo camino, todo recto.

-         ¿Y por qué no me acompañas hasta el lugar?

-         No puedo, después de venir a buscarte a ti me han dicho que tengo que ir a buscar a otra persona. Espero que no te ofendas.

-         Para nada, y gracias por acompañarme hasta aquí. Pero no entiendo, ¿Te vas a quedar aquí sola, en medio de la nada...? ¿Cómo vas a salir de aquí?

-         No te preocupes por mí, sé arreglármelas.

 

Nos despedimos. Ella abre la puerta y se baja. Pero antes de marcharse, me dice que baje la ventanilla.

 

-         ¿Sí?

-         Casi me olvido. Tábatha no puede acompañarte.

-         ¿Cómo que no? Yo no me separaré nunca de mi gata.

-         Ya sé que es duro que te lo diga, pero pronto lo entenderás. A veces hay circunstancias que nos obligan a separarnos. Adiós.

 

Y dicho esto, da media vuelta y se va. Salgo rápidamente del coche, para que me explique esto último, pero ella ya no está. Así de incomprensible, había desaparecido tan misteriosamente de la misma manera que se presentó.

Entro al coche y acaricio a Tábatha. Está helada. Es entonces cuando me doy cuenta de lo que está pasando.

Bajo con el cuerpo inerte de mi gran amor imposible y encuentro un lugar donde puede descansar por toda la eternidad. Me pongo a llorar, porque tras tantos años juntos uno aprende a querer a alguien, aunque no sea de su misma especie.

Enjugo mis lágrimas y vuelvo a subir al coche para continuar mi camino hacia la luz que me está esperando. Algunas veces los sueños se hacen realidad.

 

FIN

© A.S.

 

VOLVER

certamen@canal-literatura.com
© 2013 Asociación Canal Literatura. Todos los derechos reservados