117. Que poco dura la felicidad eterna

Todos saben que no hay ningún destino tan indudable como la muerte, futuro nunca deseado y siempre temido por todos los que ansían lograr la felicidad, durante sus cortas existencias y no llegan a disfrutar de tal propósito, pues miden sus días en una contrarreloj, sin pararse a pensar que deberían aprovechar en ese mismo momento la oportunidad que esta llamando a su puerta y no son capaces de abrir, no percatándose de que la vida tocara a su fin en una completa amargura y acabaran sus consumidas horas en una explosión de incertidumbre e incredulidad, que les arrastrara a una locura que solamente puede cesar con el oscuro barniz de la tapa de sus ataúdes; bien, pues la felicidad, que en principio jamás es permanente, la descubrió un muchacho, tan cercano a mi, que puede hacerme sentir la sangre de sus venas y las pulsaciones del cronometro que lleva dentro de su pecho y tarde o temprano llegara a 0; aunque suene a tópico y mas hortera aun, dicha felicidad, es por supuesto el amor, no el de una novia, unos amigos o una madre, sino algo tan trivial como el amor a una completa desconocida, algo que la gente suele llamar “a primera vista”.
Esta desconocida la vio en el sitio mas inapropiado para que surgiera amor , en un estúpido púb con la música abominable, ensordecedora y repetitiva de siempre, rodeado de amigos pasotas que solo buscan un culo en el que fijarse, ese chico conoció su felicidad, aquel compuesto químico que le haría reaccionar el resto de su ahora ya, feliz vida, el siempre muy melancólico pensó que cuando viera a la chica ideal, seria como Dios, pero encarnado, no obstante, cuando aquella muchacha cruzo ante sus ojos, cegados por el exceso de pociones de amor ingeridas durante la noche, las estrellas que brillaban a su alrededor oscurecían las luces de neón de aquel tugurio, que se transformaría en paraíso cuando la estela de aquel dulce cometa roció con amor las paredes de aquella sala y el perfume que desprendía el aire que cortaba al pasar, tornaba el desagradable olor del tabaco barato que flotaba sobre los cubatas, en el aroma a la fresca hierba de los jardines del edén que crecían por donde ella caminaba, la gente había desaparecido, solamente quedaban preciosas flores que en corte le hacían el pasillo triunfal para que aquel maravilloso ser. deslizara sus caderas entre la multitud, ahora en floración. La reina de lo infinito había llegado y comenzó a danzar esa música que empezaba a ser el silbido de los ángeles, rodeada de sus sirvientas muy dulces también todas ellas, iniciaron el ritual protegiendo del mal a aquella diosa, acechada por pájaros con plumas negras y garras ponzoñosas y puntiagudas, para aquel muchacho su reloj se había detenido, el contemplaba ese maravilloso paisaje paralizado y sin poder articular palabra, comprendiendo que ahí estaba la solución de la vida, algunos eones mas tarde, una mano que ardía se poso sobre su hombro y rompió aquella irrepetible atmósfera, son las cinco, escucho aun estupefacto, ¡Vámonos! Tenemos que estudiar algo mañana, el lunes hay examen, dijo aquel mercenario.
Con el corazón dilatado y la garganta enmudecida, el chico emprendió el duro viaje hacia la puerta, no sin antes echar atrás la mirada unos instantes mientras que notaba aun las palabras de aquel mercenario cayendo por su oído destrozando su tímpano y desgarrando todo la piel que rozaba. Mas tarde, en el coche, pensaba que realmente había visto a Dios y conocido su amor y felicidad, pero no era Dios, tampoco de carne, simplemente era ella.

“El sentimiento, puede dejarme indiferente, pero la belleza, la simple belleza, puede llenar mis ojos de lágrimas”. Oscar Wilde