91. El laberinto Personal

A Silvia,
la estrella que
ilumina mi vida
y en torno a la cual
gira mi mundo.

PRÓLOGO

Marta entró sola al servicio. Estaba molesta con su amiga, le parecía una pérdida de tiempo la visita que estaban realizando y había intentado convencerla de no hacerlo, pero no lo consiguió. En épocas de exámenes, la ansiedad estaba por las nubes y los nervios a flor de piel, haciéndose muy frecuentes las visitas al aseo. De repente, sonó el móvil:
-¿Qué quieres ahora?, -dijo Marta-.
-No lo habrás hecho, ¿verdad? -contestó una voz encolerizada-.
-Espera un momento por favor…
Marta quería salir pero no lo conseguía. Estaba a punto de hacerlo, pero con el teléfono en la mano le costaba más. Mientras se esforzaba, el hombre seguía hablando.
-¡Por favor no lo hagas!, ¡dime dónde estas!
Hizo un último esfuerzo y al tirar fuertemente hacia ella, lo consiguió.
-¿Marta?, ¡es que no me oyes! ¡Luego hablaremos tú y yo sobre el laberinto! -y tras escuchar un golpe seco, cortó la comunicación-.
Pero para Marta ya era demasiado tarde, el cuarto le daba vueltas en la cabeza, la imagen se le hacia cada vez más blanca y borrosa y, a pesar de los gritos desde el otro lado del teléfono, la voz se le hacía lejana.
Su cuerpo se desplomó.

LA HISTORIA

En la primera planta del Museo de la Ciudad de Murcia, a una chica joven, de medidas perfectas, ojos de esmeralda y cabello largo, le parecía muy interesante lo que estaba leyendo, al maestro que realizó la “cadena de piedra” que rodea el exterior de la Capilla de Los Vélez, le dejaron manco y ciego para que no pudiera realizar otra obra de igual belleza. Es una mujer extraordinaria, inquieta, un diamante en bruto que se pregunta por el por qué de las cosas y que no se conforma hasta que no comprende del todo la esencia de las mismas.
No he debido dejarla sola, pensó Silvia, y tras leer la leyenda se fue donde se encontraba su amiga. Con forme se acercaba, un ruido seco hizo que acelerara el paso. Al abrir la puerta del aseo, Marta estaba tendida en el suelo y, desde el otro lado del teléfono, tirado junto al cuerpo de su amiga, una voz masculina gritaba acerca de un laberinto, hasta que el silencio inundó el cuarto.
Ahora no se encontraba incomoda y nerviosa por haber quedado con su compañera, el miedo había invadido su cuerpo y sentía que la situación le desbordaba. Aunque se había enfrentado con anterioridad a otras situaciones traumáticas, como un trastorno epiléptico que le sucedió a otra amiga y sabía como debía actuar, su mente se quedó en blanco. Se encontraba sola y estaba paralizada.
Si no fuese porque era una situación imprevista en la que su amiga la necesitaba, ya se habría marchado, o mejor aún, no habría acudido a la cita, ya que ella evitaba las situaciones que requieren cierto esfuerzo personal, como prestar atención en clase, hablar en público o preguntar una duda a un profesor. Pero a Silvia no le gustaba la forma en que actuaba en estas situaciones, no entendía por qué tenía que sentir nervios cuando quedaba con sus amigas, o por qué se sentía incapaz de poder empezar y terminar con éxito cualquier objetivo y esto le generaba un gran malestar. No había descubierto su fuerza interior, que evita que nos dejemos llevar por los demás y que nos ayuda en los momentos difíciles dándonos un empujoncito para enfrentarnos a los problemas, así como fuerzas para superarlos. Es más, con el paso del tiempo, había aprendido con gran maestría a evitar estos compromisos, lo que la hacía sentir más insegura de sí misma e incluso vacía cuando pensaba en las pocas actividades que realizaba, y la sensación diaria de angustia era alimentada por su gran autoexigencia personal. Sin embargo, en los momentos críticos, donde no podía escapar, siempre salía a relucir cómo era realmente. Y no era mala porque su garra, valor e ingenio no habían fallado nunca.
En milésimas de segundo, cientos de ideas le pasaron por su mente. ¿Qué le habrá pasado a Marta? Ella es diabética, ¿habrá perdido el conocimiento por una bajada de azúcar y, momentos antes de desmayarse, habrá intentado pedir ayuda por teléfono? ¿Pero quién era ese hombre?, creyó haber reconocido la voz de Fernando, el novio de Marta, ¿y qué quería decir con eso del laberinto? ¿Le habrán comunicado alguna mala noticia y se habrá desmayado de la impresión? ¿Se encontrará Marta en alguna especie de laberinto? Yo pienso muchas veces que vivo en uno, dando vueltas una y otra vez por los callejones, mis problemas, sin poder alcanzar nunca la solución, el centro del laberinto. Por un momento, Silvia había dejado de sentirse extasiada, sugestionada con la idea de la depresión y de vagar pensando en sus problemas sin buscar la solución, y tomó conciencia del mundo que le rodeaba.
El instinto de supervivencia se hizo notar cuando pidió ayuda a voces:
-¡Socorro! ¡Mi amiga está malherida! ¡Que venga alguien a ayudarme!
-Tranquila señorita. ¿Qué ha pasado?, -preguntó una guía del museo que se había acercado corriendo hacia donde se encontraba-.
-Mi amiga. ¿No lo ve? ¡No se mueve!, -decía atemorizada-.
-¿Cómo? ¡Pero si no debía de entrar nadie aquí! ¿No ve el cartel de “Fuera de Servicio”? La puerta interior está mal y esa chica podría haberse quedado encerrada.
Silvia no sabía qué pensar, ¿por qué estará haciéndome tantas preguntas, es que no ve a Marta en el suelo inconsciente? Sabía que no había tiempo para explicaciones. En su interior algo estaba cambiando. Pensó en qué debería de hacer si no tuviera miedo y esto hizo que se tranquilizase y sintiese mejor.
-Por favor, vaya a llamar a una ambulancia. Mi amiga necesita ayuda, -dijo con voz serena pero tajante-.
-Será mejor que no la mueva porque podría causarle daños mayores. Enseguida estoy con usted otra vez, -contestó la guía mientras se alejaba bajando las escaleras a toda prisa-.
Nuevos pensamientos le invadieron de nuevo. Lo de esta chica es muy fuerte, ¡entrar al servicio haciendo caso omiso del cartel! Marta y ella se conocían desde hacía años. Habían salido de fiesta durante toda su adolescencia y los veranos en la playa habían sido inolvidables. Juntas habían vivido experiencias que quedarán grabadas en sus mentes durante el resto de sus vidas. Sin embargo, siempre se había esforzado por caer bien a la gente y nunca había sido ella misma, llevando puesta una máscara, incluso con sus amigas, que con el tiempo ocultó su verdadera personalidad. En la actualidad, la envidia que sentía hacia Marta era fruto de su falta de identidad, pues veía en ella un modelo a seguir, una imagen deseada en el espejo, aunque nunca se lo había confesado.
Debo adaptarme a los cambios, pues forman parte de la vida; disfrutar de éstos es aprender a ser feliz. Todo fluye, nada permanece. Pensando fríamente, se fue acercando hacia su compañera. Seguro que puedo saber quien era con exactitud la persona con quien estaba hablando Marta antes de perder el conocimiento. Una vez que lo averigüe, la llamaré para preguntarle por la conversación que habían mantenido, por la salud de Marta y sobre el laberinto. Al coger el móvil entre las manos suspiró al comprobar que aún funcionaba correctamente. Qué fondo de pantalla más curioso. No sabía que a Marta le gustaba la simbología, pero cuando tenga la oportunidad le preguntaré por su significado. A pesar de que el teléfono no era suyo, no tuvo problemas en manejarlo y rápidamente comprobó que no se había equivocado, Fernando era el hombre que llamó a Marta.
Silvia se sentía orgullosa de los logros que estaba realizando para descubrir lo que le había sucedido a su amiga, estaba tan concentrada que no se había percatado que la guía y dos camilleros subían por las escaleras.
En un instante Marta descansaba sobre una camilla y se acercó a ella para darle un beso, ¡verás qué pronto te recuperas! Fue entonces cuando Silvia lo vio.

LA REVELACIÓN

Junto a la Estación de Termini de Roma, en un piso de estudiantes, Silvia y Alejandro disfrutaban de unos suculentos platos de macarrones que acababan de preparar ellos mismos. Habían planeado realizar el viaje con bastante antelación, como medio para desarrollar sus actitudes y aptitudes, disfrutar de la convivencia y aprender un poco de italiano mientras descubrían los misterios de la ciudad eterna.
-Silvia, me encanta esta historia. Cuéntame qué pasó con el laberinto.
-El pestillo de la puerta del aseó cedió repentinamente con un último y gran esfuerzo que Marta realizó, recibiendo un golpe en la cara que le hizo perder el conocimiento. Al caer se dio otros golpes con el lavabo y el suelo, sin embargo, en menos de una semana estaba recuperada, y sus heridas desaparecieron rápidamente.
-Fue un accidente con fortuna, no sólo no le pasó nada grave a Marta, sino que además significó un punto de inflexión en tu vida, aunque no hayan desaparecido totalmente tus heridas más de un año después.
-El problema de Marta era diferente al mío. Ella deseaba hacerse un tatuaje en el cuello y, aunque a su novio no le parecía nada bien que se lo hiciera, es una mujer independiente que actuó con forme a sus pensamientos aquella mañana dibujándose aquel símbolo que, para Fernando, parecía un laberinto. Ni siquiera me pidió consejo ni tuvo tiempo de enseñármelo. Sin embargo, mi situación se parecía más a un circulo vicioso, mi autoestima estaba hundida, yo misma era una desconocida incluso para mí y el miedo me impedía enfrentarme a la vida y a desenvolverme por mi misma. La reacción que tomé de evitación a las situaciones de esfuerzo personal, me crearon más miedo e inseguridad, impidiendo que me desarrollara como persona.
-Lo importante es que desde el accidente, tomaste conciencia de que no podías seguir actuando de la forma en que venías haciendo. Te diste cuenta de que si querías ser como Marta, tenías que tomar la decisión por ti misma y, aún por mucha ayuda que te hubieran prestado, debías estar plenamente convencida de ello.
-La verdad es que he cambiado mucho desde entonces. Primero empecé a hablar de mis problemas y a mostrar mis sentimientos para dejar de sugestionarme yo sola y ser más consciente de la realidad de la situación. Después, descubrí que el sentimiento de vació, la infelicidad y el miedo que sentía con la vida que llevaba era menor que el miedo al cambio, y tomé la decisión de caminar, costase lo que costase, hacia la búsqueda de la paz interior, de la seguridad y de la autoestima. Necesitaba sentirme viva y relacionarme más, y empecé a realizar cursos y otras actividades que demostraron que era capaz de superar el miedo a realizarlos y junto con la recompensa que sentía cuando terminaba cada uno de ellos, cogí confianza en mi misma. Con el tiempo, dejé de buscar la realización de actividades como manera de enfrentarme a mis miedos, para dar paso al descubrimiento de mi yo personal, de mis aficiones y habilidades.
-¡Y vaya si te costó!, ¿verdad? ¿Sabes ya quién eres?
-Ahora sé que no soy ningún títere al que mueven los hilos, sino que tomo mis propias decisiones; ni ninguna oveja que se deja llevar por el rebaño, porque doy mi propia opinión sin buscar la aprobación; ni tampoco un barco a la deriva, ya que tengo el rumbo de mi vida y busco alcanzar mis sueños; ni siquiera una ninguna niña asustada, porque el miedo no me domina y sé que esforzándome seré capaz de conseguir muchos logros importantes. Tengo una vida por delante para aprender de las alegrías y de las dificultades. Ahora confío en mí, sé que no soy perfecta, pero me valoro y no tengo que envidiar a nadie. Por fin puedo disfrutar plenamente del laberinto de la vida.