84. Historia de una canica

En mi humilde condición de canica tengo el honor de permitirme escribir mis memorias (pequeñas como yo) y que permanecerán para la posteridad. Reflejan la dura vida que nosotras, las canicas, estamos condenadas a soportar.

Yo nací, como todas, en una fábrica de canicas. No tuve la suerte de otras, como las perlas, con su llamativo color blanco, y que en los quioscos costaban por aquel entonces dos pesetas, mientras que yo solo costaba una. Me hubiera gustado ser como esas canicas plateadas llamadas fantasmas, pero el destino me hizo ser una pobre canica trasparente con un simple dibujo en el centro.

A pesar de todo tuve suerte, pues llegué de las primeras al quiosco y fui comprada por un chico muy agradable, aunque ciertamente no muy guapo. Al llegar a su casa me di cuenta de que no era la única canica que había sido comprada: tenía unas 35 canicas como yo en el cajón donde fui metida.

Después de varias semanas o meses (no lo sé) en ese oscuro y horrible cajón, ocurrió una gran desgracia:

El chico que me había comprado, además de ser aficionado a las canicas era un obseso del baloncesto. Solía jugar a este deporte en su habitación con un par de calcetines casados. Intentaba meterlos en nuestro cajón abierto.. Su madre se lo tenía prohibido y le sorprendió una tarde jugando…

El chico se asustó tanto que los calcetines, el cajón y él mismo fueron a parar al suelo.. Todas nosotras caímos al vacío; muchas se rompieron muriendo en el acto, pero algo blando freno mi caída, salvándome.

El chico recogió todas las canicas, pero se olvidó de mí. Sólo su madre tuvo la desgracia de encontrarme, resbalando conmigo y cayendo al suelo. En la caída me desplazó hasta llegar al lugar más repugnante y abandonado de la casa: el cuarto de baño. No contaré las terribles escenas que allí vi, para no molestar a los posibles lectores de mis memorias..

Casualmente, un día el chico me encontró y me llevó a la calle para jugar conmigo: ese día fue el más feliz de mi vida. Hacía un día soleado, muy alegre y el cielo era azul intenso. El sol resplandecía radiante. Yo nunca había visto el sol y me parecía espléndido. Mi dueño había apostado 50 canicas como yo a otro chico, mayor que él y algo presumido.

Estaba muy contenta pues mi amo había confiando en mi. Mi único cometido era golpear a otra canica, que era una de esas pequeñas birrias que se llaman chivitos..

Entonces, me encontré con un gran dilema. En esos momentos era la única canica que tenía mi amo y si ganaba 50 más probablemente no me haría ni caso. Pero luego pensé que si yo le ayudaba confiaría en mi.

Fue bastante difícil, pero conseguí golpear el pequeño chivito. Desgraciadamente para mi amo, el grandullón con quien jugaba no quiso pagarle las 50 canicas, pero yo estaba feliz, pues era la única y preferida del chico.

De esta manera, mi dueño y yo fuimos ganando a muchos otros chicos, y su colección de canicas aumentó considerablemente, aunque él me prefería sólo a mí.

No recuerdo muy bien que día, pero sé que íbamos a jugar otra vez en el parque, y que yo estaba en el bolsillo de mi amo. Este bolsillo estaba roto, y por mi propio peso caí al suelo sin que el chico se diese cuenta. Mi desdicha era tremenda; había sido feliz, pero todo eso había pasado, ahora era una pobre canica abandonada entre la hierba.

Diariamente la gente me pisaba, y no me hacía caso, hasta que un día un chico rubio me encontró y se puso a jugar conmigo. Cansada como estaba de tanto abandono, no me preocupé de hacerle ganar, y un día me incluyó en el lote de las canicas apostadas. Así pasé de una manos a otras, siempre de bolsillo en bolsillo, hasta que un día me enteré de que mi antiguo amo iba a jugar contra el que ahora me poseía. Yo deseaba ardientemente volver con aquél con quien había sido tan feliz, pero no estaba segura de que mi antiguo amo ganase la partida.

El juego fue duro, y en cada tiro me daba un vuelvo mi corazón de vidrio. Finalmente, cuando mi antiguo amo ganó y me reconoció entre todas mis compañeras, sentí que mi suerte era inigualable. Actualmente estoy guardada en un pequeño cofre, con ciertos de compañeras. Mi amo no me usará hasta que no pase la época del peón, de la lima y del yoyo, pero cuando llegue la época de las canicas mi amo y yo… ARRASAREMOS…