II Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura
Concurso Caravaca
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Bases del concurso, premios y jurado


25/2/2005

69. El sueño
68. Demasiado calor para ser navidad
70. Vivir sin morir
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Durante el periodo de exámenes del año pasado, Ildur estaba ante la pantalla del ordenador estudiando para un examen. Llevaba todo el día repasando fórmulas y ejercicios, que seguía sin sabe qué estaban mal hechos.
Empezó a por balancearse en la silla mientras pensaba, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás golpeándose la cabeza. Cuando recuperó el conocimiento tenía un gran dolor de cabeza. Abrió los ojos y se sobresaltó al descubrir que ya no estaba en su habitación. Tenía la vista borrosa y le costó enfocar lo que tenía delante, oía ruidos pero no era capaz de identificarlos.
Lo primero que logró distinguir fue una rueda de carro medio sepultada bajo un mondón de verdura podrida. No entendía nada, empezaron a llegarle los ruidos de un bullicioso mercado y los gritos de la vendedora del puesto que intentaba llamar la atención a sus posibles clientes.
Se levantó lentamente, apenas podía mantener el equilibrio. Al levantar la vista reparó en la gente que la empezaba a rodear. Llevaban ropas anticuadas, como salidas de los libros de historia. La miraban con curiosidad y miedo. Ella se quedó quieta, sin saber que hacer, vestía con ropa de calle (vaqueros, zapatillas de deporte y camiseta) pero su indumentaria no se parecía en nada a la de los demás. De pronto algo le golpeó la cabeza.
– Lleva pantalones como un hombre, pero es una mujer. Miradla, es una bruja. ¡Bruja! Llamad a la inquisición para que la cuelgue. ¡Bruja! – Gritó la verdulera a su espalda.
Una multitud empezó a chillar e intentó apresarla. No se atrevían a tocarla, pero daban voces y la impedían escapar. Corrió con todas sus fuerzas hasta que logró zafarse del grupo de gente. Luego siguió caminando, seguida de varias personas que la seguían señalándola y anunciando era una bruja. Sentía que se dirigía directamente a algún sitio, pero no sabía dónde.
Se detuvo enfrente de un edificio y se quedó mirando sus grandes puertas de madera oscura. Le daba escalofríos, pero sentía que debía entrar. Un hombre voceaba a su espalda intentando detenerla.
– Estúpida, te diriges a la muerte. Loca, ni el demonio te podrá salvar del juicio de Dios, no tiene poder para vencer a la Inquisición en su propia casa.
Las voces la asustaron, pero algo en el interior de esas paredes la llamaba y pese a su miedo se sentía impulsada a penetrar en la construcción, aunque lo que fuera a encontrar dentro fuera la muerte. Se adentró en una gran sala con suelos de mármol y grandes columnas que soportaban el alto techo. Delante de ella había un pequeño pero lujoso altar, como si hubiera entrado en una capilla y no en el recibidor de una cárcel. No había demasiada gente en el edificio, no se oían los pasos de nadie por los amplios pasillos, ni las voces de los guardias que necesariamente deberían de estar protegiendo la fortaleza. Ildur se empezó a esconder detrás de las columnas para dirigirse hacia un corredor. No sabía por qué había escogido ese y no otro o por qué sentía la necesidad de esconderse aunque no viera a nadie.
Abrió una pesada puerta de madera oculta tras unos lujosos cortinajes como si conociera el lugar como la palma de su mano. Siguió caminando y empezó a escuchar las voces de los que estaban apresados ahí por crímenes relacionados con la brujería; la mayoría de ellos se declaraban inocentes a vos en grito, pero nadie les haría caso estando ahí. Quiso huir pero le llegaron sonidos de pisadas y oyó como la puerta por la que había entrado se cerraba de golpe.
Apretó el paso buscando entre las salidas alguna que estuviera abierta u le permitiera refugiarse. Cada vez estaba más nerviosa, oía más voces y sus perseguidores estaban más cerca, si no encontraba alguna celda abierta la atraparían en pocos minutos, y también estaba la posibilidad de que llegara a un camino sin escapatoria y se quedara atrapada entre la espada y la pared. Quería salir de allí.
Justo en el último momento, cuando el pasillo en el que estaba no tenía salida y sus perseguidores estaban a punto de tomar el recodo que acababa de pasar ella, el pomo de una de las puertas giró en su mano, y la hoja se abrió cediéndola el paso.
Entró y cerró haciendo el menor ruido posible. Echó un vistazo rápido a la habitación. Solo había en ella un camastro rudimentario, una ventana pequeña a más de metro y medio del suelo y una letrina que desprendía un olor nauseabundo que apenas podía soportar. La sorprendió descubrir ropa de mujer encima de la cama, pero no perdió ni un segundo preguntándose qué hacía allí. Dio gracias al cielo por esa afortunada coincidencia y se cambió rápidamente. Si lo que la marcaba como bruja era llevar pantalones con ropa normal podría salir de allí. Mientras se cambiaba escuchó como los pasos de la guardia se alejaban por donde habían venido sin que lograran descubrirla, pero cuando terminó de ajustarse el vestido una mujer abrió la puerta y al verla llamó a la guardia a gritos.
Ildur se asustó mucho y pensó que podía atacarla para hacer que se callara, pero la mujer dio la vuelta y salió corriendo por el pasillo. Dentro de un momento toda la guardia estaría sobre ella y no tenía escapatoria. Miró hacia el ventanuco y pensó escapar por ahí, pero estaba demasiado alto y tenía barrotes; la letrina también podía ser una vía de escape, pero la sola idea de tener que meterse allí casi la hace vomitar. Oyó un ruido a su espalda y se giró.
Un hombre estaba ante ella. Era muy alto y de constitución fuerte, aunque no se podía decir que estuviese gordo. Tenía el pelo largo y suelto y vestía con ropas de época de color negro. Le miró a los ojos y se quedó inmovilizada por la oscuridad de su mirada. Pensó que se lanzaría sobre ella y la atacaría, pero él no se movió, solo la miró.
Se oyeron unos ruidos por el pasillo y el desconocido se giró, la guardia había llegado. Desenfundó la espada y luchó con fiereza contra los carceleros, haciendo que cayeran uno tras otro sin que lograran herirle. Acabó con todos ellos en cuestión de pocos minutos.
Ildur tenía mucho miedo, si había hecho eso con hombres armados no se imaginaba lo que podría hacer con ella. Él entró de nuevo en la habitación y la miró de arriba a abajo. Empezó a hacer algo con las manos y ella se quedó de piedra. Era un mago y pensaba matarla con un hechizo o algo similar, no tenía voluntad ni para gritar. Acabó de crear la bola de fuego y se dispuso a lanzarlo. Ildur cerró los ojos para no ver cómo se acercaba pero no pasó nada. Alguien gritó a su espalda y ella abrió los ojos y se giró.
La mujer que había dado la voz de alarma se había asomado por la ventana para dispararla con un arco, pero el conjuro la había alcanzado a tiempo y la había matado.
Ildur se dio la vuelta y al mirarle sintió como todas sus fuerzas la abandonaban. Él se acercó a ella y la sostuvo a tiempo de sujetarla cuando se desmayó.

Despertó en una cama de hospital con un gran dolor de cabeza. Su madre estaba a su lado. Le explicó que la había encontrado por la mañana en el suelo y que se había asustado mucho al descubrir que estaba inconsciente. Se había caído hacia atrás y se había golpeado en la cabeza. Lo había soñado todo. Una sensación de tristeza la invadió al recordar al desconocido y se preguntó si existiría realmente.

Pasaron unos meses y se olvidó de todo lo que había pasado. Lo del golpe en la cabeza no fue nada grave, al día siguiente le dieron el alta; y del sueño no se volvió a acordar.
Un día la invitaron a una gran fiesta organizada por un grupo de estudiantes. No pensaba ir, no conocía a casi nadie y seguro que sería demasiado aburrido, pero al final se decidió y fue.
Llegó pronto y casi no había nadie. Entró en la casa y vio a un hombre hablando con un grupo de mujeres. Se sorprendió mucho, era el chico del sueño. Se acercó a hablar con él, estaba intentando ligar con todas las chicas a la vez. Ildur estuvo a punto de alejarse y hacer como si no existiera al darse cuenta de lo descarado que era, pero él se giró y la miró.
– ¿Tú quién eres? Creía que ya conocía a todas las chicas guapas del campus pero me parece que no nos conocemos.
– Me llamo Ildur
– Yo soy Sergei ¿Vamos juntos a alguna clase? Me resultas familiar.
– No, no habíamos coincidido antes.
– Seguro que sí. A lo mejor es que te paseas cada noche por mis sueños
– ¿Quién sabe? A lo mejor es al revés.
Ildur sonrió. Puede que los sueños no se cumplieran y que la Inquisición no la fuera a perseguir nunca, pero por lo menos él era real.

 

68. Demasiado calor para ser navidad
70. Vivir sin morir