Aquí me encuentro, solo en mi habitación,
delante de la pantalla de un ordenador que siempre ha dado
problemas, escuchando viejos temas de Barón rojo, contando las
horas que faltan hasta que mi alma se descomponga, hasta que las
frías palabras de mujer penetren en mi cuerpo como un objeto
punzante y oxidado. Son más de las ocho y mi mente pretende por
todos los medios no pensar, pero el corazón aviva una llama que
aún no se ha apagado y que tardara tiempo en hacerlo.
Posiblemente sea rápido, entonces ya serían menos de
veinticuatro las horas que para ello quedan. Sé que no hay
vuelta atrás, ninguna esperanza que me haga ver un halo de luz
en este cuarto que parece menguar intentando ahogarme.
Sin articular palabra alguna, una historia
ha terminado, y se pone el final así a una dinámica de escasa
fortuna, que dura ya casi un año. Un año repleto de golpes
morales, que aun habiendo parecido tocar fondo, seguramente solo
sea el principio de otra nefasta etapa en esta, mi vida. No es
tanto la magnitud del problema, sino la debilidad de quien lo
padece. Esto seguramente sea lo que me haga plantearme muchas
veces qué estoy haciendo en este mundo, si no puedo darle ningún
beneficio, solo el abatimiento que me persigue desde hace ya
tiempo, pero que se agudiza desde que un “afortunado” día vi la
última película de Ricardo Franco, “Lágrimas Negras”. No sé si
tuvo algo que ver, además del fuerte contenido emocional, todo
el misterio que sobre ella se cierne, ya que el director al
parecer, murió a mitad del rodaje, y la película tuvo que
sacarla adelante el segundo de abordo.
Esquizofrenia,
diagnosticó el psiquiatra, se puede controlar pero no vamos a
engañarles, no tiene cura. El principal síntoma es la
disociación de la personalidad. Su hijo tendrá ataques
repentinos de excitación, pero también habrá períodos en los que
se encuentre en un estado completamente normal. Les recetaré los
siguientes fármacos para tratar la enfermedad. ¿Cómo podía yo
saber lo que era eso? Cuántas veces al cerrar los ojos y poner
mi mente en blanco escucho esas palabras. Son de las cosas que
se quedan grabadas para siempre, como por ejemplo el olor de un
cadáver, o al menos eso dicen los que han tenido que verse en
esa tesitura. Yo, por suerte, es algo con lo que no me he visto
obligado a lidiar. No será extraño entonces que me identifique
con el personaje protagonista, Ariadna Gil creo que lo
interpretaba, y entienda el comportamiento que la gente ha
tenido conmigo a lo largo de mi vida. Ella era una pobre
desgraciada que compartía conmigo una psicosis aguda. En una
entrevista decía que el director la había elegido a ella porque
en otra película le había visto cara de loca. Yo me pregunto si
la locura es algo que se puede ver en la cara de las personas.
Poco antes de dormirme, algunos días, me vienen a la memoria las
risas de los niños de mi barrio, y de cómo estas se tornaban en
indiferencia cuando me veían pasar a su lado por la calle, de la
mano de mi madre. No debieron hacerme el vacío, no debieron
rechazarme, no debieron reírse de mí, no, no debieron hacerlo.
Quizá sí que se perciba la locura en la cara, yo no lo sé, pero
parecía evidente. Además, ¿por qué se comportaban así? Yo no
estaba loco. Mis padres me mentían diciéndome que me llevaban a
ver al doctor porque pensaban que podía ser superdotado, y había
que desarrollar todo mi potencial. Valiente iluso era yo,
creyéndomelo todo.
Así continuaba mi película, la película que
había montado todo el mundo a mi alrededor, esa de la que yo
simplemente parecía un actor de reparto. Un actor que no
interviene para nada en la acción principal. Alguien que no se
entera, mientras la gente lo rechaza y lo señala, simplemente
porque no recuerda nada en el espacio de tiempo que duran sus
ataques. Evidentemente no era un superdotado, pero aunque les
pesara, crecía e iba teniendo mayor conocimiento de las cosas.
Llegó un punto en el que ya no me pudieron ocultar la evidencia
por más tiempo. Sabía que algo me ocurría, que aquellas
pastillas no eran vitaminas como mis padres decían, en
definitiva, que estaba enfermo.
Vaya, se me ha colado
una canción de Avalanch entre el “Volumen Brutal” de Barón Rojo.
He estropeado un CD a lo tonto. Creo que no ha sido una
casualidad este error, pues mientras escribo estas líneas
aprovechando un momento de lucidez sonaba precisamente esta
canción, Alma en pena. “Toda una vida, ¿para qué? Todo es
mentira, y aún no lo ves”. Parece que me conocieran y se
inspiraran en mi para escribir esa estrofa. Quizá fueran
figurantes de mi película, que un día quisieron emprender el
vuelo y dejar de “figurar” a mi alrededor. Desde luego, las
canciones sirven para terminar de deprimir. Solo a mí se me
ocurre ponerme una balada. Necesito escuchar el sonido de unas
buenas cuerdas de acero, necesito fuerza, necesito un estilo
depurado, necesito, en una palabra, olvidar el pasado. Esa sería
una magnífica Banda Sonora para mi película, pero no la que
vivo, sino la que me hubiera gustado vivir. La que conozco lleva
camino de ser más un corto que una pieza de cine convencional.
El resultado de muchas horas de trabajo de un director novel,
demasiado surrealista para ser comercial, y demasiado joven para
ser tomado en serio. Solo sé que no me gusta. Debería tener un
final que entendieran todos los públicos y que llevara la fuerza
suficiente como para ser reconocido.
Mis padres no están en casa. Estoy cansado
y no acierto a recordar cuánto tiempo llevan fuera, ni siquiera
si hoy durmieron en casa. Tampoco sé donde están, si haciendo
algún recado o huyendo de mí.
Ella decidió, después de mucho sufrir,
apartarse de mi lado. Sigue sonando el tic-tac del reloj y se
acerca la hora. Aún no me lo ha dicho, pero es evidente, ¿quién
querría seguir junto a un enfermo como yo? No la culpo, lo
entiendo, dicen que todo se pega, y no estoy haciéndole más que
daño. Parecía que mis ataques remitían, que todo iba a mejor, un
“veranillo de San Martín” como el de Clarín en La Regenta. El
tiempo se ocupó de abrirme los ojos, de hacerme ver que todo era
un espejismo. Los ataques volvieron y ella tenía miedo. Estaba
desesperada y no encontraba consuelo. Bueno, creo que hay
alguien más, creo que dejándome podrá encauzar de nuevo su vida.
Me alegro, se lo merece. No estoy del todo seguro de que ese
hombre sea el correcto, de si realmente es para ella o se ha
dejado deslumbrar. No me gustaría que resultara ser el don Juan
de turno de una vulnerable Ana Ozores. Si así fuera, se las
tendría que ver conmigo en el infierno por no haber sabido ver
lo que tenía.
Dentro de lo que cabe, estoy bastante
tranquilo. Me dolerán mucho sus palabras, pero como ya sé cuáles
van a ser, me entreno mentalmente para el largo día de mañana.
En caliente las cosas duelen menos, así que esta noche espera
una dura tabla de ejercicios.
Me levanto de la silla y voy a la cocina a
buscar algo de beber. También tengo hambre. Me preparo un
bocadillo. Tras varios bocados, mi torso se estremece, uno de
ellos parece que no quiere pasar. Comienzo a tener dificultades
para respirar, no puedo ventilar bien. Oigo risas, llantos,
susurros, carcajadas socarronas, voces psicofónicas me dicen en
tono entre macabro y dulce: “ve hacia allí” ¿hacia dónde? Veo
flashes, luces, oscuridad, seres extraños, ánimas que me
arropan. Por fin, consigo tragar y me encuentro envuelto en un
sudor frío que gotea por mi frente. Voy a ducharme. No, mejor un
baño, así me relajo. Abro un cajón y saco un pequeño espejo. Ya
toca afeitarse, me daré una pasada rápida. Extiendo mi mano para
coger la cuchilla. Me meto en el agua y la coloco a un lado.
Estoy agotado, no parecía tanto antes, pero
el calor del agua entumece mis músculos. Tomo la cuchilla con la
mano derecha y me dispongo a afeitarme. ¿Qué querrían decir
aquellas voces con: “ve hacia allí”? Vale, creo que ya lo he
entendido. En este camino tendré que ir solo. Bueno, ¿a quién
quiero engañar? Estoy solo de todas formas.
Por primera vez desde hace tiempo, mi pulso
es firme y mis pulsaciones lentas. Aún así, estoy tan tenso que
solo deslizar la hoja por las muñecas hace brotar la sangre. No
es suficiente, la hundo un poco más y espero. Solo queda
esperar. Acomodo mi espalda en el borde de la bañera y dejo que
mis brazos caigan en el fondo. Voy hacia allí, hacia la sala de
cine, no sé si se llegará a estrenar mi película, pero al menos
yo dirigiré mi propio proyecto. Es un momento dulce el que estoy
viviendo, cada vez más relajado, más y más cansado, me llega la
muerte y yo me siento, sin duda, más vivo.
¡Corten! La toma ha sido buena, gracias a
todos.
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