Tu nombre
 

© Cris Flantains

 

Se pregunto cómo figuraría ella en la agenda de, acaso, decenas de conocidos: por la C, Carmen Álvarez 654655446 ó Carmen y Luis 987 240455 ó por la L, Luis y Carmen 987 240455 o por la A, Álvarez (Carmen) 654655446, 987 240455. Mientras revolvía el café sentada a la mesa de la cocina, se preguntaba una y otra vez en monótono silencio cosas irrelevantes, anodinas, imposibles. En qué agendas estaría ahora si en vez de estudiar Filología Inglesa hubiese estudiado Derecho, si en vez de haber nacido en Madrid hubiese nacido en Paris, si en vez de haberse casado con Luis se hubiese quedado soltera. Luis, otra vez Luis como pista de aterrizaje para cualquiera de sus pensamientos, todo Luis, solo Luis,  ocupando cada sitio de su vida. Últimamente no les iba bien, tampoco mal, pero el trabajo, intereses distintos, diez años de matrimonio sin pausa ni poesía se les habían echado encima por sorpresa lo mismo que una noche sin luna en un camino sin caminantes. Él estaba distante y ocupado, ella anhelante y exigente, en algún recodo se quedó la magia, y en otro más adelante la luz… Su pensamiento se paralizó en un anhelo imposible. Qué hubiese pasado si se hubiese casado con aquel otro chico ¿cómo se llamaba? Entre cerró los ojos esforzando su memoria,  recordaba perfectamente su aspecto, mejor dicho, lo que recordaba exactamente era aquel estado de ánimo, imposible ya después, la sensación fuerte y brillante que tenía cuando estaba con él. Cómo se llamaba. Estaba amodorrada, recién levantada, aún atrapada por las brumas de un desasosegado sueño, con la evocación desteñida de matices, con los recuerdos como sombras que poco a poco, mientras avanza el día, han de cobrar  color. Aquel chico, con su pelo negro y sus ojos brillantes, con su ternura ¡Cuánto le hacía reír!, las conversaciones, las fiestas. Golpeando con los nudillos, nerviosamente, encima de la mesa intentaba apurar a sus recuerdos. Cómo se llamaba. Y aprovechando el lapso se dijo que, quizás, era el tiempo de volver a saber de él: -Y  hago un quiebro en este sendero, un corte de manga, un feo y horroroso a esta  vida puñetera que  acarreo.

 

Se levanto de la mesa decidida a telefonearle, a pesar de que no recordaba como se llamaba. Primero buscó en su agenda actual, sin esperanza porque nada podía hacer después de tantos años, de aquel, allí; buscaba pistas, indicios, señales, busca el nombre de un hombre  entre no me olvides verdes de primavera naufragando en mares desmemoriados. En aquella agenda no estaba. Bajó  del armario la caja de cartón que contenía recuerdos, todo aquello que nunca fue capaz de tirar, sus agendas estaban allí, todas, como el tic de un tiempo y el tac de un destiempo. Las agendas. Y se perdió  en roces de polvo y de luminiscencia,  en otro espacio que ya no es, pero que fue, en esa caja de cartón, laten a relintí. Y buscó el nombre de un hombre entre pensamientos con color de violeta, de lirio, de clavel. Sentada en el suelo con la espalda apoyada en el borde de la cama. Abrió la ante última agenda: 1983 rezaba a fuego en piel. A, Ana, a esta sí  recordaba, se había unido a su pandilla porque iba detrás de él, también.  Ana. Tiempo pretérito que hace años que nadie conjuga en su memoria, busco un nombre de hombre, no de un hombre cualquiera: de aquel. Repasa uno a uno cada nombre de la agenda… tira del recuerdo, carga y dispara una y otra vez evocando aquella fiesta o aquel encuentro y a medida que piensas en él le florece, allá donde estuviese seco,  con lo que casi ya ni contaba: emoción. Se acuerda muy bien de aquella chica de económicas, Ana, y aquí está su evocación en forma numérica. Ha pasado mucho tiempo, pero quizá ella se acuerde. La llama. La explica, la pregunta, la cuenta de su vida mintiendo, hablan del trabajo y se inventa una excusa, casi perfecta, para preguntarle por aquel chico y justificar la llamada: insisto, es una cuestión de trabajo. La voz le suena distante, el tono ajeno pero el trato es amable y en algún momento cree reconocer un chispazo de alegría en este reencuentro inesperado con el pasado… Ana le sitúa definitivamente: ahora menos que nunca la idea le parece descabellada .Se llamaba Luis  y hace años que no sé nada de él, se de debió casar con aquella chica que andaba siempre ¿recuerdas?

 

-        Vagamente.

 

-        Sí, era muy buena estudiante, algo sosita, pero mona.

 

Le dio el teléfono de  la casa de sus padres. Si aun viven podrán ayudarme, si aun viven porque, últimamente, todo se empeña en morir

 

Carmen dibuja con la punta de la zapatilla  metáforas de universos irreconocibles sobre el brillo del parqué. Se despide y cuelga. Anotado queda el nombre en la vieja agenda: Padres de Luis 987 271645 . Es un nº, pero a ella le parece que irradia familiaridad, tiene la sensación de que aquel nº es suyo y que ha sido tan injusta, tan terriblemente injusta de haberlo apartado en pos de vete tú a saber qué, pues nada hay. Empieza a pensar que quizá ha llegado el momento de emprender aquel camino que nunca debió abandonar, tiene un poderoso presentimiento, dos, tres… y se abandona a ellos. Se abandona.

 

 Aprovechando los restos del arrojo del que hizo acopió para llamar a Ana,  marca el número, una voz gastada y femenina le contesta, vuelve a querer reconocer, igual que en el nº, algo que se le escapa, ahora el presentimiento de que su vida está en otra parte, y aún la espera, es casi una certeza, porque parece acomodarse a aquel tono de voz como si fuese un cotidiano, un toda la vida – ¿diga? – Repite – Buenos días- -hola hija- se le encoge el corazón, aquel trato cariñoso y familiar la emociona, se siente reconocida en esa cuenta pendiente, se siente esperada. – Le llamaba porque soy una antigua compañera de su hijo Luis…- Perdona te he confundido- Carmen cierra los ojos y aprieta fuerte el auricular: ¿Quién ha vivido esa vida sin contar con ella? Por qué siente que aquella mujer con la que habla le reconoce y tal vez la espera. Se explica, busca a Luis,  la mujer  que contesta se debate en largos silencios, no hace preguntas, pero su voz arrastra una duda y Carmen se emociona porque cree que la reconoce en esa otra vida no cumplida. Le da dos teléfonos, que  apunta en su antigua agenda: el móvil de Luis: 626 685838 y un fijo, el de su casa: 987 240455 . No se explaya en la conversación, tiene prisa.

 

 Llama al fijo y comunica, está impaciente con ese presentimiento a cuestas, es la misma sensación que debe de tener alguien que corre una maratón   y ya, exhausto, al fin, ve la meta, ahí, esperando e inamovible. No espera ni un segundo y llama al móvil, tras un soniquete, breve, alguien contesta, le da un vuelco el corazón, la emoción y la alegría casi no le dejan hablar

 

-¿si?

Está segura de que el ha de tener la misma impresión que ella… si no esto sería locura

 

-¿Luis?

 

-Dime Carmen

 

Silencio, el corazón le late a mil ¿Cómo sabe que soy yo? No puede ser, esto es un sueño.

 

-¿Estas bien Carmen? ¿Te ha pasado algo?

 

Silencio no puede hablar, casi no se lo puede creer, definitivamente esto es locura

-        Contéstame Carmen que no estoy para bromas, me estas asustando.

 

Al fin Carmen entiende, apoyada la espalda en la pared  describe una camino de alucinación total llega hasta el suelo y se sienta

 

-Luis- dice ella con la voz entrecortada, temblorosa, triste…

 

- No sé que te pasa cielo, pero no te muevas de donde estas que ahora mismo voy para casa…

 

Y colgó

 

El tintineo de la comunicación interrumpida se pierde en la mente de Carmen. No sabe si reír o pensar, si llorar o volver a empezar a buscar entre sus agendas el nombre de un hombre  que entre no me olvides y pensamientos florece, sin prisa, en un lugar solitario de su alma.

 

 

 
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