Mecía la antigua hamaca de roble seco, junto a las
tímidas fraguas que afloraban por la chimenea de piedra basta.
Cerraba los ojos y volvía a soñar que se
levantaba, pese a que sus piernas había dejado de acatar ordenes
hacía ya unos años, y salía de su rústica casa parisina. Vagaba
bajo la tenue luz azul violáceo de la luna llena, percibiendo como
sus pies de nuevo han aprendido a caminar.
De
pronto y aún en su plácido sueño se encuentra en las puertas del
Louvre, una de ellas, entre abierta, le incita a pasar a observar
los cuadros, pero... “¿Cómo?” si soy ciego, piensa y luego
recuerda que es un sueño y que todo es posible.
Al
entrar al Louvre, tropieza con una paleta de mezcla, una gama de
pinceles de todas las formas y grosores y una gran sabana blanca.
Las coge, y sigue caminando y ante él se abren un sinfín de largas
galerías.
Camina despacio, sin hacer el menor
ruido, con la mirada fija. Llega a su destino, el final del
corredor. Observa detenidamente el cuadro que tiene en frente,
“Los pastores de la Arcadia” , levanta lentamente la mano y siente
la fina rugosidad de la pintura apelmazada. Luego, se inclina
hacia su material de trabajo y comienza a copiar el cuadro con una
rigurosidad exquisita.
Terminada la obra recoge su
material y vuelve por el mismo camino por el cual llegó al Louvre.
Terminando de nuevo en su fiel hamaca, recostado, abre los ojos y
es de día. Ahora piensa, “debí ser pintor y no maquinista de tren”
Hace ya, con esta, la décima noche de mi guardia por
el Louvre que aparece ese hombre extraño. Quise ir por el y
sacarle de allí la primera vez que lo ví, pero luego decidí
esperar a ver que hacía, era un anciano, ¿Qué mal podría hacer?.
Cada noche elige un pasillo distinto, nunca repite. Eso si,
siempre va en orden desde el más cercano de la puerta hasta el más
lejano. Me pregunto... ¿Qué hará cuando se quede sin galerías?
Vaga inmerso en sus pensamientos cargado con
paletas, pinceles y gigantescas sabanas blancas. Mantiene la
mirada perdida pero nunca desvía su caminar, hacia delante.
Llega al final de la galería coloca la sabana,
extendida sin ninguna arruga que se entromezca en su caminar de
pinceladas, en el suelo y comienza a palpar con suavidad y
detenidamente el cuadro como si le fuera la vida en ello.
Acto seguido se inclina y comienza a dar bandazos
con la mano de un lado a otro sobre la sábana, cambia de color y
vuelve a dar pinceladas ligeras. Cuando a terminado, justo a las
dos horas y media, se levanta, dejando todo su trabajo en el suelo
, y se dirige hacía la entrada y se marcha siguiendo los pasos con
los que entró sin alternar uno si quiera.
La
tercera noche le seguí, mientras pintaba decidí hablar con el,
aunque he de reconocer que nunca esperé una respuesta pese a
recibirla:
- Perdone señor, ¿Por qué plasma los cuadros? – dije desafiando a
mi insolencia. Cuando el señor de piel clara y pelo canoso se giró
pude comprobar como su mirada seguía perdida, no podía mirarme a
los ojos. Recordé entonces esa mirada, ese distanciamiento de la
vista antes cualquier persona. Recordé que tan solo las personas
ciegas consiguen desviar de esa forma la mirada.
- ¿Plasmar? Miro los colores, luego miro la sabana y sigo viendo
esas figuras simétricas, tan solo coloco cada color en su lugar.
- Pero, usted es ciego ¿Cómo es posible que vea el cuadro con
tanta precisión? – mis oídos no salían de su asombro, cuando lo
mejor estaba por llegar.
- Ciego – soltó una
risotada seca y continuo hablando. – también soy parapléjico, pero
¿Ves? Ando y sabes ¿Por qué? – seguía atónita esperando una
respuesta clara que me sacara de dudas, ¿Quién sería aquella
extraña persona, decía la verdad? –Pues es sencillo estoy soñando,
en los sueños todo es posible. Forjas tu propia vida, mides tus
ilusiones, tu eres el pintor, tu y solo tú puedes hacer aparecer
los personajes en la obra, solo tú marcas los actos y las pautas.
Es mi sueño el sueño de volver a ver, el sueño de volver a andar.
Por eso veo y ando, pero ahora despertaré y todo terminará. Ahora
he de irme tan solo quedan dos horas para levantarme.
Salió a paso ligero de la galería, esta vez sin terminar su obra.
Está chalado pensé, un hombre que parecía tan cuerdo... y me salta
con que está soñando. Sabía que la gente era rara y que había
algún loco que otro, pero ¿tanto?
¿Qué?, ¿Cómo dices?, ¿Qué si eso fue todo? Jajaja pobre ingenuo
para nada, lo mejor llego cuando termino su última galería.
Decidí no interrumpir más al “pintor” y justo la mañana del último
corredor, la noticia se oía por todos los rincones de la ciudad de
París. Tomé uno de los periódicos más sofisticados y comencé a
leer la primicia.
Bossuét, el maquinista, aquel que perdió la vista durante la
II Guerra Mundial. El valiente Bossuét que dejo sus dos piernas
bajo el muro de Berlín ha muerto.
Ese era el titular y como no, a la derecha del artículo una foto
del famoso y querido Bossuét, para mi sorpresa ya imaginarás quien
era. Exacto el extraño anciano de los sueños. Aquel que llegó a
convertir su vida, por la noches, en un autentico sueño. Su
teatro, su obra, tenía razón el creo el ambiente y los personajes.
Ahora más que nunca, y gracias a Bossuét, se que podemos hacer de
nuestra vida un sueño y de el sueño nuestra historia...
2ª parte El pintor de sueño por LPCH
No era el mas brillante, aunque tampoco era el mas apagado de los
luceros que podían contemplarse en el cielo la noche de San Juan.
Quizás por el deslumbramiento de las hogueras en las playas desde
donde tumbado y apartado de la muchedumbre, aun podía oír los
cánticos y divertimentos de los habitantes de aquel rincón costero
del mediterráneo.
Tenia la vista perdida en el firmamento, y hubiese pasado
desapercibida esa estrella si no es porque llamó mi atención un
gusano luminoso acercándose al lucero que no era el que mas
brillaba, de repente se hizo en mi interior un enorme silencio
como si esa luz lenta que cruzaba el cielo fuese todo lo que mi
mente podía concebir.
Es cierto que podemos soñar despiertos y quizás entré en un viaje
astral. Pronto me sentí a millones de años luz navegando en una
galaxia de estrellas montado en un tren de antes de la segunda
guerra mundial, curiosamente, él estaba allí, orgulloso de ir de
nuevo pilotando la maquina de carbón, ciego y sin piernas. Pero
poca falta le hacían sus ojos y sus extremidades pues la
locomotora cruzaba el cielo flotando en el abismo sin raíles
recogiendo almas soñadoras que habían cruzado la fantasía.
Era curioso verme en aquellos vagones sintiendo el zumbido de la
maquina en mis oídos y percibiendo la carboncilla como si la
tuviera en mi paladar, parecía que había hecho ese viaje miles de
veces y que solamente habían cambiado el decorado de los vagones.
Las astilladas maderas estaban pintadas con pinceladas de vivos
colores inconfundibles de Picasso, Cezanne, Gauguin, Leonardo,
Miguel Ángel y algún que otro bohemio de Mont Matre, sobre las
maderas, en una sabana gastada y vencida casi transparentándose
las estrellas mas brillantes de las galaxias vecinas, una pintura
de Nicolas Poussin representada con “Los pastores de la Arcadia”
que daba una armonía y una paz parecida a la que se siente cuando
sólo para ti, abren las puertas del Prado o del Louvre y caminas
en silencio por sus galerías. Transité avanzando hacia el primer
vagón gozando de las pinturas y allí estaba él, con la confianza
que tienen los que conocen a la perfección el camino y los
engranajes de aquello que conduce a buen puerto. Entre sus manos
unos cuentos viejos con las hojas amarillentas y vencidas de una
anciana escritora de finales del siglo XX ,que había conseguido
cambiar el mundo con sus pensamientos sobre los sonidos del
silencio, convirtiendo a la creación mas humana y menos material,
mas fraternal que envidiosa y mas sensible que calculadora.
Pero Bossuét el maquinista no eran esos “Sonidos del silencio” los
que releía una y otra vez. Con sus ojos vacíos y ciegos miraba
absorto entre las letras manuscritas tachadas casi todas por las
lagrimas que había derramado sobre la tinta del relato. Esta vez
sus ojos brillaban como nunca, humedecidos y lagrimosos sabiendo
que seria la ultima vez que leería esos cuentos, pues el destino
del tren de las almas soñadoras era recoger por la mañana, en el
noventa y tres aniversario del nacimiento de la escritora su alma.
A partir de ese momento pasaría a formar parte del gusano
iluminado pues anciana y cansada había enfermado todo su cuerpo
menos el corazón que aun la mantenía con vida. Pronto ella
contaría los cuentos al maquinista sin necesidad de tener que
leerlos.
Se fueron apagando las hogueras y el litoral español quedó en
silencio, al poco tiempo el tren tomó una curva suave y estacionó
entre las rocas de una cala perdida. Era la estación mas cercana a
cualquier Ciudad Real que no tiene playas.
Caminé descalzo por la arena tras las pisadas de Bossuét el
maquinista y al alba llegamos a una casa humilde llena de niños
tristes, de mujeres apagadas, de hombres sumisos a drogas y
perdiciones que aguardaban desconsolados el triste final rodeando
la cama blanca de la que una serena luz manaba alrededor de un
cuerpo delgado, era el cuerpo de la mujer que les ayudaba a
sentirse queridos y apoyados. Bossuét besó su frente y sus
parpados, acaricio sus manos, y sonrieron a la vez. Creo que
ninguno de los presentes veían al maquinista y yo empecé a dudar
si me veían a mi o no lo hacían, nadie dijo nada y como se apaga
una vela se fue apagando el manantial de luz que brotaba de la
cama, todos fueron saliendo llorando en silencio.
Pude ver como se levantaba de la cama una niña morena con el pelo
salpicado de estrellas, del mismo cuerpo en el que la anciana
escritora había vivido . Ya no sonreía, porque de su boca afloraba
una risa fresca infantil, le dio besos en la mejilla a su amigo
Bossuét el maquinista. A mi ni siquiera me miró, pensé que no
podía verme, como una gacela saltaba entre las rosas del jardín,
volvía radiante y miraba a Bossuét con adoración y misterio,
cuando Bossuét le tomo la mano ella dijo: Lo siento compañero,
agradezco que cuentes conmigo y me dejes acompañarte por entre las
estrellas en tu tren pintado de sueños, pero he de partir hacia
otra estación amigo, volvieron a guardar silencio, fundidos en un
abrazo flotaban sobre un río de lagrimas de colores distinto, unas
lagrimas grises y saladas por la tristezas de Bossuét y otras
azules y dulces llenas de alegría que salían de los ojos de
aquella flor y se mezclaban a mis pies.
No hubo despedidas, el maquinista volvió la espalda y camino por
sus mismas pisadas.
Desperté con una luz cegadora dentro de mis ojos, el sol del medio
día estaba radiante y algunos chiquillos jugaban con las olas en
la orilla de la playa de San Juan, no se en que dirección caminé,
fui descalzo mirando el cielo intentado recordar donde había
estado toda la noche. Llegue a mi casa y me tumbé en antigua
hamaca de roble seco, esperando que saliera la luna para hablar
con ella.
Cuando la noche me abrazaba silenciosa con las puertas abiertas,
mirando a los ojos de la luna le pregunte:
¿Porque estas tan lunera y orgullosa.?
Esa noche me dijo por primera vez con susurros al oído y
guiñándome un ojo, con la voz de plata mas dulce que nunca había
oído.
Por que quiero sentirme mujer y casarme contigo.