El pintor de sueños

Isabel Muñoz

 

Mecía la antigua hamaca de roble seco, junto a las tímidas fraguas que afloraban por la chimenea de piedra basta.

Cerraba los ojos y volvía a soñar que se levantaba, pese a que sus piernas había dejado de acatar ordenes hacía ya unos años, y salía de su rústica casa parisina. Vagaba bajo la tenue luz azul violáceo de la luna llena, percibiendo como sus pies de nuevo han aprendido a caminar.

De pronto y aún en su plácido sueño se encuentra en las puertas del Louvre, una de ellas, entre abierta, le incita a pasar a observar los cuadros, pero... “¿Cómo?” si soy ciego, piensa y luego recuerda que es un sueño y que todo es posible.

Al entrar al Louvre, tropieza con una paleta de mezcla, una gama de pinceles de todas las formas y grosores y una gran sabana blanca. Las coge, y sigue caminando y ante él se abren un sinfín de largas galerías.

Camina despacio, sin hacer el menor ruido, con la mirada fija. Llega a su destino, el final del corredor. Observa detenidamente el cuadro que tiene en frente, “Los pastores de la Arcadia” , levanta lentamente la mano y siente la fina rugosidad de la pintura apelmazada. Luego, se inclina hacia su material de trabajo y comienza a copiar el cuadro con una rigurosidad exquisita.

Terminada la obra recoge su material y vuelve por el mismo camino por el cual llegó al Louvre. Terminando de nuevo en su fiel hamaca, recostado, abre los ojos y es de día. Ahora piensa, “debí ser pintor y no maquinista de tren”
 


Hace ya, con esta, la décima noche de mi guardia por el Louvre que aparece ese hombre extraño. Quise ir por el y sacarle de allí la primera vez que lo ví, pero luego decidí esperar a ver que hacía, era un anciano, ¿Qué mal podría hacer?.

Cada noche elige un pasillo distinto, nunca repite. Eso si, siempre va en orden desde el más cercano de la puerta hasta el más lejano. Me pregunto... ¿Qué hará cuando se quede sin galerías?

Vaga inmerso en sus pensamientos cargado con paletas, pinceles y gigantescas sabanas blancas. Mantiene la mirada perdida pero nunca desvía su caminar, hacia delante.

Llega al final de la galería coloca la sabana, extendida sin ninguna arruga que se entromezca en su caminar de pinceladas, en el suelo y comienza a palpar con suavidad y detenidamente el cuadro como si le fuera la vida en ello.

Acto seguido se inclina y comienza a dar bandazos con la mano de un lado a otro sobre la sábana, cambia de color y vuelve a dar pinceladas ligeras. Cuando a terminado, justo a las dos horas y media, se levanta, dejando todo su trabajo en el suelo , y se dirige hacía la entrada y se marcha siguiendo los pasos con los que entró sin alternar uno si quiera.

La tercera noche le seguí, mientras pintaba decidí hablar con el, aunque he de reconocer que nunca esperé una respuesta pese a recibirla:


- Perdone señor, ¿Por qué plasma los cuadros? – dije desafiando a mi insolencia. Cuando el señor de piel clara y pelo canoso se giró pude comprobar como su mirada seguía perdida, no podía mirarme a los ojos. Recordé entonces esa mirada, ese distanciamiento de la vista antes cualquier persona. Recordé que tan solo las personas ciegas consiguen desviar de esa forma la mirada.


- ¿Plasmar? Miro los colores, luego miro la sabana y sigo viendo esas figuras simétricas, tan solo coloco cada color en su lugar.


- Pero, usted es ciego ¿Cómo es posible que vea el cuadro con tanta precisión? – mis oídos no salían de su asombro, cuando lo mejor estaba por llegar.

- Ciego – soltó una risotada seca y continuo hablando. – también soy parapléjico, pero ¿Ves? Ando y sabes ¿Por qué? – seguía atónita esperando una respuesta clara que me sacara de dudas, ¿Quién sería aquella extraña persona, decía la verdad? –Pues es sencillo estoy soñando, en los sueños todo es posible. Forjas tu propia vida, mides tus ilusiones, tu eres el pintor, tu y solo tú puedes hacer aparecer los personajes en la obra, solo tú marcas los actos y las pautas. Es mi sueño el sueño de volver a ver, el sueño de volver a andar. Por eso veo y ando, pero ahora despertaré y todo terminará. Ahora he de irme tan solo quedan dos horas para levantarme.


Salió a paso ligero de la galería, esta vez sin terminar su obra. Está chalado pensé, un hombre que parecía tan cuerdo... y me salta con que está soñando. Sabía que la gente era rara y que había algún loco que otro, pero ¿tanto?


¿Qué?, ¿Cómo dices?, ¿Qué si eso fue todo? Jajaja pobre ingenuo para nada, lo mejor llego cuando termino su última galería.

Decidí no interrumpir más al “pintor” y justo la mañana del último corredor, la noticia se oía por todos los rincones de la ciudad de París. Tomé uno de los periódicos más sofisticados y comencé a leer la primicia.


Bossuét, el maquinista, aquel que perdió la vista durante la II Guerra Mundial. El valiente Bossuét que dejo sus dos piernas bajo el muro de Berlín ha muerto.

Ese era el titular y como no, a la derecha del artículo una foto del famoso y querido Bossuét, para mi sorpresa ya imaginarás quien era. Exacto el extraño anciano de los sueños. Aquel que llegó a convertir su vida, por la noches, en un autentico sueño. Su teatro, su obra, tenía razón el creo el ambiente y los personajes.
Ahora más que nunca, y gracias a Bossuét, se que podemos hacer de nuestra vida un sueño y de el sueño nuestra historia...

 


2ª parte El pintor de sueño  por LPCH


No era el mas brillante, aunque tampoco era el mas apagado de los luceros que podían contemplarse en el cielo la noche de San Juan. Quizás por el deslumbramiento de las hogueras en las playas desde donde tumbado y apartado de la muchedumbre, aun podía oír los cánticos y divertimentos de los habitantes de aquel rincón costero del mediterráneo.
Tenia la vista perdida en el firmamento, y hubiese pasado desapercibida esa estrella si no es porque llamó mi atención un gusano luminoso acercándose al lucero que no era el que mas brillaba, de repente se hizo en mi interior un enorme silencio como si esa luz lenta que cruzaba el cielo fuese todo lo que mi mente podía concebir.


Es cierto que podemos soñar despiertos y quizás entré en un viaje astral. Pronto me sentí a millones de años luz navegando en una galaxia de estrellas montado en un tren de antes de la segunda guerra mundial, curiosamente, él estaba allí, orgulloso de ir de nuevo pilotando la maquina de carbón, ciego y sin piernas. Pero poca falta le hacían sus ojos y sus extremidades pues la locomotora cruzaba el cielo flotando en el abismo sin raíles recogiendo almas soñadoras que habían cruzado la fantasía.


Era curioso verme en aquellos vagones sintiendo el zumbido de la maquina en mis oídos y percibiendo la carboncilla como si la tuviera en mi paladar, parecía que había hecho ese viaje miles de veces y que solamente habían cambiado el decorado de los vagones. Las astilladas maderas estaban pintadas con pinceladas de vivos colores inconfundibles de Picasso, Cezanne, Gauguin, Leonardo, Miguel Ángel y algún que otro bohemio de Mont Matre, sobre las maderas, en una sabana gastada y vencida casi transparentándose las estrellas mas brillantes de las galaxias vecinas, una pintura de Nicolas Poussin representada con “Los pastores de la Arcadia” que daba una armonía y una paz parecida a la que se siente cuando sólo para ti, abren las puertas del Prado o del Louvre y caminas en silencio por sus galerías. Transité avanzando hacia el primer vagón gozando de las pinturas y allí estaba él, con la confianza que tienen los que conocen a la perfección el camino y los engranajes de aquello que conduce a buen puerto. Entre sus manos unos cuentos viejos con las hojas amarillentas y vencidas de una anciana escritora de finales del siglo XX ,que había conseguido cambiar el mundo con sus pensamientos sobre los sonidos del silencio, convirtiendo a la creación mas humana y menos material, mas fraternal que envidiosa y mas sensible que calculadora.


Pero Bossuét el maquinista no eran esos “Sonidos del silencio” los que releía una y otra vez. Con sus ojos vacíos y ciegos miraba absorto entre las letras manuscritas tachadas casi todas por las lagrimas que había derramado sobre la tinta del relato. Esta vez sus ojos brillaban como nunca, humedecidos y lagrimosos sabiendo que seria la ultima vez que leería esos cuentos, pues el destino del tren de las almas soñadoras era recoger por la mañana, en el noventa y tres aniversario del nacimiento de la escritora su alma. A partir de ese momento pasaría a formar parte del gusano iluminado pues anciana y cansada había enfermado todo su cuerpo menos el corazón que aun la mantenía con vida. Pronto ella contaría los cuentos al maquinista sin necesidad de tener que leerlos.


Se fueron apagando las hogueras y el litoral español quedó en silencio, al poco tiempo el tren tomó una curva suave y estacionó entre las rocas de una cala perdida. Era la estación mas cercana a cualquier Ciudad Real que no tiene playas.

 



Caminé descalzo por la arena tras las pisadas de Bossuét el maquinista y al alba llegamos a una casa humilde llena de niños tristes, de mujeres apagadas, de hombres sumisos a drogas y perdiciones que aguardaban desconsolados el triste final rodeando la cama blanca de la que una serena luz manaba alrededor de un cuerpo delgado, era el cuerpo de la mujer que les ayudaba a sentirse queridos y apoyados. Bossuét besó su frente y sus parpados, acaricio sus manos, y sonrieron a la vez. Creo que ninguno de los presentes veían al maquinista y yo empecé a dudar si me veían a mi o no lo hacían, nadie dijo nada y como se apaga una vela se fue apagando el manantial de luz que brotaba de la cama, todos fueron saliendo llorando en silencio.


Pude ver como se levantaba de la cama una niña morena con el pelo salpicado de estrellas, del mismo cuerpo en el que la anciana escritora había vivido . Ya no sonreía, porque de su boca afloraba una risa fresca infantil, le dio besos en la mejilla a su amigo Bossuét el maquinista. A mi ni siquiera me miró, pensé que no podía verme, como una gacela saltaba entre las rosas del jardín, volvía radiante y miraba a Bossuét con adoración y misterio, cuando Bossuét le tomo la mano ella dijo: Lo siento compañero, agradezco que cuentes conmigo y me dejes acompañarte por entre las estrellas en tu tren pintado de sueños, pero he de partir hacia otra estación amigo, volvieron a guardar silencio, fundidos en un abrazo flotaban sobre un río de lagrimas de colores distinto, unas lagrimas grises y saladas por la tristezas de Bossuét y otras azules y dulces llenas de alegría que salían de los ojos de aquella flor y se mezclaban a mis pies.
No hubo despedidas, el maquinista volvió la espalda y camino por sus mismas pisadas.
Desperté con una luz cegadora dentro de mis ojos, el sol del medio día estaba radiante y algunos chiquillos jugaban con las olas en la orilla de la playa de San Juan, no se en que dirección caminé, fui descalzo mirando el cielo intentado recordar donde había estado toda la noche. Llegue a mi casa y me tumbé en antigua hamaca de roble seco, esperando que saliera la luna para hablar con ella.


Cuando la noche me abrazaba silenciosa con las puertas abiertas, mirando a los ojos de la luna le pregunte:
¿Porque estas tan lunera y orgullosa.?
Esa noche me dijo por primera vez con susurros al oído y guiñándome un ojo, con la voz de plata mas dulce que nunca había oído.
Por que quiero sentirme mujer y casarme contigo.

 



 

 
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