EL BASTÓN DE MANDO

Por  Dr. Eduard Estivill - Montse Domènech

 

         

En un reino muy lejano, el soberano murió dejando como heredero a su único hijo. Saúl tenía sólo once años cuando, triste y asustado, acudió a ver al consejero real para que le indicara los pasos que debía seguir para subir al trono, como era el deseo de su padre.

—Para ser rey, primero deberás encontrar el bastón de mando. Él te dará la fuerza y la sabiduría que necesitas para gobernar de manera justa.

—¿Y dónde está ese bastón de mando? —preguntó Saúl.

—Poco antes de morir, tu padre ordenó que lo escondieran. Mañana te pondrás en camino para buscarlo.

Además del dolor por la pérdida de su padre, aquella noche Saúl se acostó muy intranquilo. ¿Y si no era capaz de encontrar el bastón de mando? ¡Ni siquiera sabía por dónde empezar a buscarlo!

A la mañana siguiente, un criado vino a despertarle. Mientras tanto, otro preparaba su caballo y las provisiones para el viaje. Luego Saúl se envainó en el cinto la espada de su padre y se puso en camino.

Dos caballeros le escoltaron hasta el bosque donde terminaba el mundo conocido y empezaba un laberinto de senderos entre la espesura que Saúl no había recorrido nunca. A partir de allí debía seguir solo.

Al principio el joven príncipe tuvo mucho miedo, porque por primera vez debía valerse por sí mismo, sin la ayuda de nadie. Luego los rayos de sol que se filtraban entre los árboles y el alegre canto de los pájaros iluminaron su corazón.

Hizo una parada junto a un pozo y Saúl se preguntó si aquel no sería el lugar elegido por su padre para ocultar el bastón de mando. Para comprobarlo, tiró de la cuerda hasta subir un cubo lleno de agua fresca. La derramó en el suelo para ver si había algo más en el cubo. Pero estaba vacío.

—¡Maldito seas tú y todos los de tu estirpe! —gritó una voz a sus espaldas.

Saúl desenvainó la espada mientras se giraba para arremeter contra quien le había hablado de forma tan amenazante. Pero al ver que era una anciana encorvada y temblorosa, volvió a guardar la espada en su funda.

—¿Quién eres tú para hablarme de ese modo? —le regañó—. ¿Qué pretendes?

—¿Quién eres tú para desperdiciar el agua del pozo? —respondió la anciana—. ¿Qué pretendes con ello?

—Busco el bastón de mando que escondió mi padre antes de morir.

Al oír esto, la anciana estalló en una estruendosa carcajada que casi la hizo caer al suelo.

Ofendido, Saúl le dijo:

—Ya que te hace tanta gracia, tal vez puedas aconsejarme dónde buscar. No conozco este bosque.

La anciana miró al príncipe con ternura y le dijo:

—El bastón de mando está más cerca de lo que parece.

—¿Quieres decir que está en el pozo? ¿Debería bajar hasta el fondo para buscarlo?

—No —respondió la anciana—, simplemente he dicho: que está más cerca de lo que parece.

Luego se despidió con la mano y desapareció entre la espesura.

Saúl volvió a montar en su caballo y prosiguió el viaje. Esperaba encontrar el bastón de mando en un pozo, en la cabaña de un pastor, tal vez en una iglesia abandonada... Sin embargo, s ólo encontraba bosque y más bosque, hasta el punto de que no sabía si realmente estaba avanzando o bien iba haciendo círculos. Tenía la impresión de pasar una y otra vez por los mismos senderos.

Por otra parte, las palabras de la anciana lo habían desconcertado. «El bastón de mando está más cerca de lo que parece.»

«¿Cómo de cerca?», se preguntaba. ¡Él no lo veía por ninguna parte!

Cuando cayó la noche, Saúl continuó un poco más con la esperanza de llegar a alguna aldea, pero finalmente tuvo que conformarse con dormir al raso. Bajó del caballo con unas manías, comida y agua.

De todas partes le llegaban aullidos y el ulular de extrañas aves. Atemorizado, Saúl cenó un poco de pan con queso y luego se envolvió en la manta, como si ésta lo protegiera de todos los peligros.

Al despertar por la mañana, una cara negra y puntiaguda estaba mirándole. Tras el sobresalto inicial, se dio cuenta de que era un cuervo. Se había posado sobre su pecho y lo observaba con sus ojos pegados casi uno al lado del otro.

—Tú, pajarraco. ¡Largo de aquí! A no ser que quieras mostrarme dónde se oculta el bastón de mando.

Como si hubiera entendido lo que acababa de decirle, el cuervo voló hasta una piedra plana y vertical.

Saúl se incorporó y vio que en aquel llano había muchas más piedras como aquellas... ¡Eran lápidas! Por lo tanto, ¡había pasado la noche en un cementerio abandonado!

Dando gracias al cielo de que se hubiera dado cuenta por la mañana del lugar donde estaba, se acercó cautelosamente a la lápida donde se había posado el cuervo, que giraba la cara para espiar sus intenciones.

Pensando que tal vez el pájaro era una señal, Saúl limpió el polvo de la losa horizontal que debía cubrir el sarc ófago. El cuervo graznó dos veces pero no se apartó de allí.

Decidido a seguir su intuición, desenvainó la espada y la utilizó para hacer palanca e intentar levantar la pesada piedra.

«Tal vez el bastón de mando se oculte debajo de una de estas losas», pensó.

Pero cuando empezó a levantarla con gran esfuerzo, de repente el filo de la espada se partió y Saúl se quedó con la empuñadura en la mano.

Furioso por la pérdida de la espada que había heredado de su padre, empezó a patear las lápidas y a lanzar maldiciones contra todos los que allí descansaban.

Luego guardó la empuñadura en el cinto, subió al caballo y dio media vuelta. Durante más de media jornada anduvo perdido. Saúl empezaba a pensar que quizá nunca encontraría el camino de vuelta hasta el palacio, adonde en cualquier caso llegaría con las manos vacías. Tal vez era el castigo por haber maltratado a los muertos, pensó.

Estaba tan apenado que cuando se topó nuevamente con el pozo lanzó un grito de alegría. La anciana volvía a estar allí; en aquel momento subía con esfuerzo un cubo lleno de agua.

Saúl saltó del caballo y la ayudó en la tarea, mientras le decía suavemente:

—Me dijiste que el bastón de mando está cerca, pero yo no lo he visto por ninguna parte.

—Claro —repuso la anciana—, porque lo tienes tan cerca que no lo ves.

Esta respuesta volvió a desconcertar a Saúl, que se despidió de ella y reemprendió el camino de vuelta.

Entonces, cuando las almenas de su palacio ya se dibujaban entre los árboles, Saúl tuvo una revelación. Como si su mano supiera más que él, fue hasta el cinto donde había llevado la espalda y sacó lo que quedaba de ella: la empuñadura.

Con el corazón acelerado, Saúl arrancó las cintas de cuero que la revestían y vio que la empuñadura era un cilind ro hueco en cuyo interior había un pergamino. Estaba escrito con la letra de su padre:

 

Querido Saúl,

Cuando leas este pergamino ya no estaré en este mundo y tú serás el nuevo rey.

Lo he ocultado en la empuñadura, no porque la espada tenga valor alguno, sino porque quiero que entiendas que lo importante lo llevas siempre contigo. El bastón de mando lo encontrarás en tu interior si actúas con justicia, humildad y generosidad, pues no hay mayor conquista que la de ti mismo. No necesitas más para gobernar. Nos vemos en el otro mundo,

Tu Padre

 

Dr. Eduard Estivill - Montse Domènech

Cuentos para crecer: Historias mágicas para educar con valores

Barcelona: Editorial Planeta, 2006

 

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