Sucedió en el camino.

Eduardo Bonilla

 

Día 22 de Octubre del 2.001, etapa entre Burgos y Hontanas, las botas me estaban matando pero estaba firmemente decidido a seguir, mis ampollas y yo, a estas alturas del Camino nos llevábamos medianamente bien, nos tanteábamos con sutileza tratando de sobrevivir cada uno a las exigencias del otro. El camino estaba muy pesado, no había forma de dar un paso sin arrastrar con el mismo algunos kilos de barro, no obstante estaba caminando con un chico encantador y los kilómetros se sucedían tranquilos. En la fuente del Prao Torre, descansamos un ratito entre balas de paja antes de proseguir hasta Hornillos. Miguel, que así se llamaba mi acompañante, estaba muy fresco, había empezado el Camino en Burgos y pensaba llegar hasta León, caminaba con alegría, aunque era periodista, trabajaba de cartero y estaba acostumbrado a andar varias horas al día, su compañía era inestimable, tanto por su conversación, como por su forma de ser. En Hornillos nos separamos momentáneamente, yo me paré en las escalinatas de la iglesia de Santa María a descansar y a refrescar mis pies antes del último achuchón hasta Hontanas, Miguel, más fresco y todavía sin problemas físicos, (jejeje a cada cerdo le llega su San Martín) se adelantó. Le vi perderse en el horizonte con su acelerado caminar. Proseguí mi camino, ya penoso, subiendo entre los paramos y deseando algo más que esos pequeños descansos que me proporcionaba de tanto en tanto. Entonces sucedió, fue algo tan extraño, me había parado de nuevo esta vez en medio de los páramos, a mi alrededor y en una perfecta circunferencia, el horizonte. Allí estaba yo de nuevo con mis botas quitadas, semitumbado en animada charla con mis ampollas cuando apareció él, apareció como de la nada, caminaba en sentido contrario, perfectamente vestido, sin una mancha de sudor y con un pañuelo anudado al cuello (recielos, tengo que atender un paciente y me da palo dejar el post con todo lo que llevo escrito.....lo mandaré tal cual y lo continuaré en cuanto vuelva a tener un rato libre). Eduardo

 

Continuemos pues. Sí, allí estaba él delante de mí, sereno y sonriente, yo le miraba de abajo arriba, como en esos planos cinematográficos de picado y contrapicado en los que la figura se engrandece o se agusana a capricho del cámara,(obviamente el gusano... era yo), estuvimos charlando un buen rato, parecía que él no tenía prisa, yo si la tenía, pero mis ampollas me mantenían reptando sobre el terreno. Allí estaba, en la mitad del horizonte hablando con un peregrino que....caminaba en sentido contrario. Bromeé con él sobre este tema, "¿ey, me parece que caminas un poco raro, no?, -vengo de Santiago, me dijo, y voy a Jerusalén-, así es que a final de cuentas, caminaba en la buena dirección. Me habló del Camino, me habló como si me conociera de toda la vida, como si supiera lo que yo estaba pensando, llegué a sentir una jodida desazón, me dijo que no tuviera prisa por llegar a Santiago, que no podemos escapar de nosotros mismos, así como otras muchas cosas que hoy se pierden en una nebulosa, me dijo que al final del Camino, estaba ...el final, y que era tonto encaminarse con prisa hacia el final, que el final siempre llega...cuando tiene que llegar,(ahora que lo escribo me parece estar escuchando la canción de Sabina, “…tanto, tanto ruido y al final llegó el final), en fin, me dijo muchas cosas que me sobrecogieron y que hoy, me siento incapaz de reproducir sin caer en la banalidad. El colmo fue en la despedida, me dijo algo que me dejó petrificado, ahora que lo escribo vuelvo a sentir de nuevo aquella sensación, el bello de punta, cosquillas en el estómago, escalofríos....


Me dijo, "adiós Eduardo", joder, joder, me dije para mi mismo, mientras le daba un grito, "eeeeeeehhhhhhhhhhh, ehhhhhhhhhhh, un momento", tratando de detenerle, antes de que en dos zancadas desapareciera de mi vista del mismo modo que se había presentado ante mí (recordaba perfectamente que no le había dicho mi nombre, ¿cómo cojones sabía que me llamo Eduardo?, pero esto que es....), entonces el muy mamón, se volvió hacia mí con parsimonia y me dijo sonriendo, "qué pasa, ¿habías pensado que te había llamado por tu nombre?, y sin decir más, dejándome mudo, desapareció". Prometo que así fue, bueno lo prometo o lo juro, incluso lo juro y lo prometo. Eduardo

 

 
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