Se reclinó, con pesadez
apacible, en los muelles cojines de la mansión rodante. Su carne
vibró emocionada. La matrona trataba bien su corpulencia. Los
importantes ingresos producto del lanzamiento de sus libros
regularmente al mercado, la autorizaba a hacer realidad cualquier
excentricidad que brotara en su mente de escritora masiva.
Se había desinteresado un momento del borrador que pulía ceñuda, y
centrado su mirada aquilina en la personita encantadora que estaba
instalada en el asiento opuesto de la amplia limusina. Aguardaba
respuesta a su pregunta reciente..
La joven en cuestión. Cuerpo menudo, grácil cintura de junco,
perfil clásico y cabello leonado, bajó en gesto suave la cabeza,
sin proponérselo, ante la firme autoridad exhibida en el
perentorio ademán. Y contestó escueta:
“El Sr. Nicolás, no se interesó en los pergaminos de la colección
etrusca” a la vez que su mirada, y real interés gozoso, eran
capturados por la húmeda campiña de Atenas. El insensible muro de
cristal del coche le decía: “el afuera no es para ti”.
La mujer mayor, para quien el desinterés de un oponente, restaba
el suyo, retornó su atención al manuscrito.
La niña volvió a su privacía..
“Sí” -terminó de decidir- llevaría ante la opinión de su mentora a
la persona que añadía desde ha poco, colores inéditos a su paleta,
con la que plasmaría su vivir nuevo: El joven de sedosos ojos
verdes y cabello ensortijado que conoció. No haría secretos para
con su empleadora.
El Sr. Nicolás con sus ojillos astutos, quizás algo muy juntos,
que chispeaban en el rostro cetrino de luna menguante; con
desplazamientos entrecortados, evocando -sus cortos saltitos- un
duende o un pájaro diminuto, se secó apresurado la boca, giró,
casi botó el café contenido en una taza de su colección y dijo
entre intrigante y divertido a su asistente: “¿Disfrutaremos la
oposición de esa señora, en el remate de hoy?” Y rió con fruición
En privado, se definía sin ambages, como rapaz. Lo disfrutaba
plenamente “Si puedo ¿porque no?”. Le divertía que “la señora esa”
que le hacía talla y peso en rapacidad, evadiera reconocer la
compulsión obsesiva conque merodeaban ambos por la mítica cueva de
Alí-Baba escudriñando en cada callejuela tras ediciones raras y
colecciones antiguas.. Somos de la misma camada “dos depredadores”
se repitió, apurando el café ya tibio y admirando abstraído, como
cada vez, la depurada taza. “Es que yo disfruto las posesiones y
ella solo se afana enfermiza por solo poseer” sentenció agorero.
Se sumergió en la imagen de cuando ella se hizo de una
computadora. Contrató un operador para el equipo. Fueron la
computadora y el desprevenido muchacho, una unidad adquirida en
bloque y poco faltó para que guardara a ambos en la misma gaveta.
No entendía que tuviese necesidades independientes de la máquina.
Parpadeaba absorta mirándolo comer. ¡Increíble!.
En el amplio salón del remate los conocidos de siempre buscaron
sus lugares predeterminados. Don Nicolás ya ubicado, se sobó las
manos y se garantizó vivaz; “La venceré por primera vez“. La
conocía en profundidad. Había sucumbido ante ella en disputa por
exóticas colecciones, alzándose siempre ella con el triunfo.
Esperaba ahora vencer apoyado en la áspera sabiduría del perdedor.
Esta única vez la competición no sería por libros, el litigio se
centraría en la estatuilla del Hermes. El enfrentamiento entrambos
se potenciaba con la rareza de la pieza a subastar.
No radicaba hoy su hambre en el Hermes, sino en su ansia por
vencerla esta única vez,
“Hacer sus ponencias Sres.” Urgió el subastador con sus lacios
mostachos muy del novecientos y disponiendo los objetos con cariño
de conocedor. Divisó a Don Nicolás y lo toreó al punto:
“¿$340.000, Sr. Nicolás? ¿Lo soporta?” –Y esperó irónico.
“¡685.000!” -Cortó el aludido con soberbia. Y miró alrededor con
cara de conquistador. Finiquitaría de una vez.
“Bien por Vd. Don Nicolás. Se ve que, Humm… hoy, es a muerte ¡Adjud…!”
y levantó el mazo en ademán de cierre. Su mirada se estrelló
contra el alzamiento de ceja de la mujer.
“¿Vd. mi Sra.? ¿Y cuánto…? ¿$930..000 dice? Entonces no hay más” Y
otra vez alzó el mazo adjudicatario, que había detenido, con la
deprimida anuencia silenciosa de la sala..
”Maldita vieja re-maldita, ni se agita, conoce mi disponibilidad
hasta el último céntimo. Pero perderé dignamente” y derrotado
propuso una cantidad, que seguro moriría con la ponencia siguiente
de la gorda; caería con la bandera al tope, no habría risas. Creyó
inocente, ajeno a los designios humorísticos del que, a ratos, nos
mira displicente desde arriba.
Y lanzó en su despedida un gutural “¡$983.420!” en un cuasi-orgasmo
desintegrador y esperó con oído alerta la cantidad demoledora que
ella lanzaría riendo a gritos y aplastándolo impúdica, acto
seguido. Pero nada. Silencio. Ojos cerrados esperó estoico la
cantidad inaccesible que ella cantaría con su pata encima de su
pechito y tendido en la jungla inhóspita.
“La vieja -pensó mientras esperaba la presión de la pata gorda- se
regodea la muy maldita en su triunfo. ¡Como se solaza en la
expectación de propinarme derrota pública y definitiva!”
“¡Adjudicado al Sr. Nicolás!” oyó atónito, retumbar de muro a
muro, los ecos que iban y venían contando de su triunfo. Los abrió
-los ojitos- anonadado, en tanto lo apabullaban vocingleros, los
perdedores de siempre que veían en él a su Cid Campeador. Felices
de alinearse con su logro. La derrota de la mujer pertenecía a
todos. Que alborozo comunitario. Gozaban los mediocres con su
triunfo y la caída de la ya depuesta y muerta abominable reina.
Inaudito. Inédito. No hubo ponencia de la bola de carne.
La buscó con sus ojitos chicos y su hociquito puntudo. Incrédulo.
Indagó mudo por el porqué.
¡Lo supo! Lo captó instantáneo y el mazazo de la revelación lo
anuló, lo desarticuló. Esta vez la derrota era de por vida. Y más
allá.
Se alejaba la matrona desinteresada de la contienda. Que para ella
nunca existió. Había postulado en el remate -Entendió encandilado
por nueva luz- para darle, generosa, en la despedida última, trato
de igual a igual.
Se iba para siempre. Con un roce obsceno de los gordos muslos
rosados y semi-girando lenta las ampulosas y victoriosas caderas
en su inapelable acceso a un futuro de expectativas lejos del
ámbito de Don. Nicolás. Hacía “mutis por el foro” embebida en la
compañía de dos creaciones deliciosas e inéditas.. Su asistente y
el novio de la niña. Su reciente adquisición.
“Ella” su perfil como extraído de una moneda de la antigüedad
remota y con la cintura que fue de Artemisa cazadora y la mirada
de Venus la dueña de voluntades. Su voz musicaba el aire. “El” la
personificación de Alejandro el Magno tal como la más inspirada de
las estatuas que nos ha concedido Fidias y mejor; respiraba ahora
y aquí. ¡Consumado! Corporizó -la gorda- de la antigüedad clásica,
mágicamente obras artísticas vivientes dotadas del divino
movimiento y el sonido armónico de la voz. De la que carecía
Hermes, la estatua muerta y fría en su mano. La señora –se dijo
cabizbajo- Vivirá su crecer. Beberá su respirar.. Se inspirará en
sus sueños, sus desengaños, sus ansias secretas, sus tristezas, el
palpitar del primer amor. Pulirá su crecer, tal como el artista
extrae su obra de la piedra muerta o hace hablar a la muda página.
Disfrutará la pasión feroz del coleccionista y simultáneamente
estará presente en el mágico proceso creativo
. No dudó que la mujer ahora “Sí” sería escritora. Saldría de la
clasificación de fabricante masiva de páginas insípidas e
ingresaría al olimpo de los escritores sin apelativos.
Respiraría las musas vivientes e inspiradoras. Con solo inhalar el
aire al lado de su pertenencia, las páginas se escribirían raudas
y su obra literaria se inscribiría y volaría junto a las águilas.
Ella había descubierto, compaginado y tomado para sí, lo mejor de
los dos mundos. La creatividad y la posesión. Sin que la una
destruya a la otra.
Con desánimo y destrozado, recogió amargo “su logro” ahora pesada
piedra de escaso valor. Y se alejó a paso cansino con su posesión
a la rastra.. Y se abrió paso, con sus saltitos de pájaro ahora
mustios, por entre los asistentes, que con delirio ignorante, lo
felicitaban por el golpe asestado a esa mujer. La mujer ahora
navegaba en planos distintos y en Olimpo propio.
Solo él compartía con ella el secreto..
Había nacido una escritora.
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