Propiedad

por Jorge Carmi

 
Se reclinó, con pesadez apacible, en los muelles cojines de la mansión rodante. Su carne vibró emocionada. La matrona trataba bien su corpulencia. Los importantes ingresos producto del lanzamiento de sus libros regularmente al mercado, la autorizaba a hacer realidad cualquier excentricidad que brotara en su mente de escritora masiva.
Se había desinteresado un momento del borrador que pulía ceñuda, y centrado su mirada aquilina en la personita encantadora que estaba instalada en el asiento opuesto de la amplia limusina. Aguardaba respuesta a su pregunta reciente..

La joven en cuestión. Cuerpo menudo, grácil cintura de junco, perfil clásico y cabello leonado, bajó en gesto suave la cabeza, sin proponérselo, ante la firme autoridad exhibida en el perentorio ademán. Y contestó escueta:
“El Sr. Nicolás, no se interesó en los pergaminos de la colección etrusca” a la vez que su mirada, y real interés gozoso, eran capturados por la húmeda campiña de Atenas. El insensible muro de cristal del coche le decía: “el afuera no es para ti”.
La mujer mayor, para quien el desinterés de un oponente, restaba el suyo, retornó su atención al manuscrito.

La niña volvió a su privacía..
“Sí” -terminó de decidir- llevaría ante la opinión de su mentora a la persona que añadía desde ha poco, colores inéditos a su paleta, con la que plasmaría su vivir nuevo: El joven de sedosos ojos verdes y cabello ensortijado que conoció. No haría secretos para con su empleadora.

El Sr. Nicolás con sus ojillos astutos, quizás algo muy juntos, que chispeaban en el rostro cetrino de luna menguante; con desplazamientos entrecortados, evocando -sus cortos saltitos- un duende o un pájaro diminuto, se secó apresurado la boca, giró, casi botó el café contenido en una taza de su colección y dijo entre intrigante y divertido a su asistente: “¿Disfrutaremos la oposición de esa señora, en el remate de hoy?” Y rió con fruición

En privado, se definía sin ambages, como rapaz. Lo disfrutaba plenamente “Si puedo ¿porque no?”. Le divertía que “la señora esa” que le hacía talla y peso en rapacidad, evadiera reconocer la compulsión obsesiva conque merodeaban ambos por la mítica cueva de Alí-Baba escudriñando en cada callejuela tras ediciones raras y colecciones antiguas.. Somos de la misma camada “dos depredadores” se repitió, apurando el café ya tibio y admirando abstraído, como cada vez, la depurada taza. “Es que yo disfruto las posesiones y ella solo se afana enfermiza por solo poseer” sentenció agorero.

Se sumergió en la imagen de cuando ella se hizo de una computadora. Contrató un operador para el equipo. Fueron la computadora y el desprevenido muchacho, una unidad adquirida en bloque y poco faltó para que guardara a ambos en la misma gaveta. No entendía que tuviese necesidades independientes de la máquina. Parpadeaba absorta mirándolo comer. ¡Increíble!.

En el amplio salón del remate los conocidos de siempre buscaron sus lugares predeterminados. Don Nicolás ya ubicado, se sobó las manos y se garantizó vivaz; “La venceré por primera vez“. La conocía en profundidad. Había sucumbido ante ella en disputa por exóticas colecciones, alzándose siempre ella con el triunfo. Esperaba ahora vencer apoyado en la áspera sabiduría del perdedor. Esta única vez la competición no sería por libros, el litigio se centraría en la estatuilla del Hermes. El enfrentamiento entrambos se potenciaba con la rareza de la pieza a subastar.
No radicaba hoy su hambre en el Hermes, sino en su ansia por vencerla esta única vez,
“Hacer sus ponencias Sres.” Urgió el subastador con sus lacios mostachos muy del novecientos y disponiendo los objetos con cariño de conocedor. Divisó a Don Nicolás y lo toreó al punto:
“¿$340.000, Sr. Nicolás? ¿Lo soporta?” –Y esperó irónico.
“¡685.000!” -Cortó el aludido con soberbia. Y miró alrededor con cara de conquistador. Finiquitaría de una vez.
“Bien por Vd. Don Nicolás. Se ve que, Humm… hoy, es a muerte ¡Adjud…!” y levantó el mazo en ademán de cierre. Su mirada se estrelló contra el alzamiento de ceja de la mujer.
“¿Vd. mi Sra.? ¿Y cuánto…? ¿$930..000 dice? Entonces no hay más” Y otra vez alzó el mazo adjudicatario, que había detenido, con la deprimida anuencia silenciosa de la sala..

”Maldita vieja re-maldita, ni se agita, conoce mi disponibilidad hasta el último céntimo. Pero perderé dignamente” y derrotado propuso una cantidad, que seguro moriría con la ponencia siguiente de la gorda; caería con la bandera al tope, no habría risas. Creyó inocente, ajeno a los designios humorísticos del que, a ratos, nos mira displicente desde arriba.
Y lanzó en su despedida un gutural “¡$983.420!” en un cuasi-orgasmo desintegrador y esperó con oído alerta la cantidad demoledora que ella lanzaría riendo a gritos y aplastándolo impúdica, acto seguido. Pero nada. Silencio. Ojos cerrados esperó estoico la cantidad inaccesible que ella cantaría con su pata encima de su pechito y tendido en la jungla inhóspita.
“La vieja -pensó mientras esperaba la presión de la pata gorda- se regodea la muy maldita en su triunfo. ¡Como se solaza en la expectación de propinarme derrota pública y definitiva!”

“¡Adjudicado al Sr. Nicolás!” oyó atónito, retumbar de muro a muro, los ecos que iban y venían contando de su triunfo. Los abrió -los ojitos- anonadado, en tanto lo apabullaban vocingleros, los perdedores de siempre que veían en él a su Cid Campeador. Felices de alinearse con su logro. La derrota de la mujer pertenecía a todos. Que alborozo comunitario. Gozaban los mediocres con su triunfo y la caída de la ya depuesta y muerta abominable reina.
Inaudito. Inédito. No hubo ponencia de la bola de carne.
La buscó con sus ojitos chicos y su hociquito puntudo. Incrédulo. Indagó mudo por el porqué.
¡Lo supo! Lo captó instantáneo y el mazazo de la revelación lo anuló, lo desarticuló. Esta vez la derrota era de por vida. Y más allá.

Se alejaba la matrona desinteresada de la contienda. Que para ella nunca existió. Había postulado en el remate -Entendió encandilado por nueva luz- para darle, generosa, en la despedida última, trato de igual a igual.
Se iba para siempre. Con un roce obsceno de los gordos muslos rosados y semi-girando lenta las ampulosas y victoriosas caderas en su inapelable acceso a un futuro de expectativas lejos del ámbito de Don. Nicolás. Hacía “mutis por el foro” embebida en la compañía de dos creaciones deliciosas e inéditas.. Su asistente y el novio de la niña. Su reciente adquisición.

“Ella” su perfil como extraído de una moneda de la antigüedad remota y con la cintura que fue de Artemisa cazadora y la mirada de Venus la dueña de voluntades. Su voz musicaba el aire. “El” la personificación de Alejandro el Magno tal como la más inspirada de las estatuas que nos ha concedido Fidias y mejor; respiraba ahora y aquí. ¡Consumado! Corporizó -la gorda- de la antigüedad clásica, mágicamente obras artísticas vivientes dotadas del divino movimiento y el sonido armónico de la voz. De la que carecía Hermes, la estatua muerta y fría en su mano. La señora –se dijo cabizbajo- Vivirá su crecer. Beberá su respirar.. Se inspirará en sus sueños, sus desengaños, sus ansias secretas, sus tristezas, el palpitar del primer amor. Pulirá su crecer, tal como el artista extrae su obra de la piedra muerta o hace hablar a la muda página. Disfrutará la pasión feroz del coleccionista y simultáneamente estará presente en el mágico proceso creativo
. No dudó que la mujer ahora “Sí” sería escritora. Saldría de la clasificación de fabricante masiva de páginas insípidas e ingresaría al olimpo de los escritores sin apelativos.
Respiraría las musas vivientes e inspiradoras. Con solo inhalar el aire al lado de su pertenencia, las páginas se escribirían raudas y su obra literaria se inscribiría y volaría junto a las águilas.
Ella había descubierto, compaginado y tomado para sí, lo mejor de los dos mundos. La creatividad y la posesión. Sin que la una destruya a la otra.

Con desánimo y destrozado, recogió amargo “su logro” ahora pesada piedra de escaso valor. Y se alejó a paso cansino con su posesión a la rastra.. Y se abrió paso, con sus saltitos de pájaro ahora mustios, por entre los asistentes, que con delirio ignorante, lo felicitaban por el golpe asestado a esa mujer. La mujer ahora navegaba en planos distintos y en Olimpo propio.
Solo él compartía con ella el secreto..
Había nacido una escritora.

 
 
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