Nuestro planeta Tierra tiene un continente llamado Europa, Europa tiene un
país llamado Grecia, Grecia tiene una isla llamada Creta. Y la capital de
Creta es Heraklion. Y Heraklion tiene un muelle donde se coloca un
vendedor de pipas, pipas naturales en una bolsa de papel. En Heraklion la
gente sale a pasear por el puerto, es una llanura de más de dos kilómetros
y para hacer el recorrido más entretenido la gente compra pipas en este
puesto.
Hasta hace poco tiempo las pipas sólo eran de un tipo, pipas “las de toda
la vida”, pero ahora hay de varias clases, pipas normales, grandes o
gigantes, pipas con aguasal, con sal o mucha sal, pipas de diferentes
lugares, europeas o americanas. En los quioscos se amontonan muchos
paquetes de pipas, al lado de la ventanilla, en los cristales frontales y
laterales, y sobre todo en bolsas grandes que utilizan para almacenarlas.
A veces, de la cantidad de pipas que hay para elegir se le quitan a uno
las ganas de comer pipas y el quiosquero se queda con cara de
circunstancias. En Heraklion es diferente, toda la gente compra las bolsas
de papel con ochenta céntimos de pipas aunque sean más caras, pero su
sabor es único. Son pipas tostadas con un poco de sal, de tamaño medio y
de un color diferente al resto.
La gente pasea por el muelle de Heraklion con el paquete de pipas en la
mano, hablan tranquilamente mientras miran los barcos de pesca que acaban
de atracar o a la fortaleza veneciana del siglo XVI que sufre los embates
de la salinidad y la corrosión del oleaje. Más adelante sólo está el dique
asfaltado y algunos barcos arrastreros que intentan arañar el fondo del
mar con redes gigantescas de acero. Todo esto ocurre como una sucesión de
imágenes en tu retina durante las noches de Heraklion mientras los
convecinos se saludan con un movimiento de cabeza y compartiendo las pipas
de la bolsa que lleva el porteador del grupo. Las pipas ralentizan el
ritmo del paseo, con unos pasos lentos y pausados, y el tiempo pasa de
forma inexorable y sin agobios para poner fin al día. En esta parte del
día, el griterío griego desaparece y la gente susurra porque parece que
así intentan condensar el sabor de las pipas, y saben que cuando lleguen
al final del dique se acabará el paquete.
La vuelta del paseo siempre se hace más dura, sin pipas ni anécdotas y el
silencio culpable impera en todas las conversaciones. La mirada de los
transeúntes se clava en el suelo, fijando su atención en los despojos de
las pipas que ha dejado la gente durante el trayecto de ida, los miran con
lástima y fruición porque sobresaltan del negro asfalto. Las manos se unen
a la espalda y los cuerpos se encorvan por el peso de los suspiros y la
ausencia de palabras. De vez en cuando, se encuentran con las bolsas de
papel vacías y arrugadas en el suelo, y entonces se detienen sorprendidos
porque consideran que son testigos de un hecho injustificado aunque no
haya papeleras en el puerto de Heraklion. Muchos para quitarse este
sentimiento de culpa tiran las bolsas de papel al mar para que se hundan
lentamente y se mimeticen con el resto de basura del puerto. Otros les dan
patadas hasta que se aburren y las bolsas quedan convertidas en un amasijo
de celulosa y sal.
Al final del trayecto, vuelven a ver al vendedor de pipas que mira al
horizonte y habla con los pescadores sin importarle las bolsas de pipas
que haya vendido ese día porque la mayor parte de sus ganancias las
consigue con los paquetes de tabaco que coloca en el mismo tablero que
tiene las pipas a granel. Cada año el espacio que ocupan las pipas
disminuye en el puesto del tendero y, en cambio, aumenta la superficie de
los paquetes de tabaco, marcas americanas o europeas, tabaco rubio o
negro. Todos los habitantes de Heraklion se dan cuenta de que cada vez hay
menos pipas en el puesto, por eso al final del trayecto miran con
preocupación el tablero del vendedor para ver cuántos paquetes ha vendido
durante la tarde. Saben que un día el vendedor se jubilará y dejará de
vender pipas y en ese momento no sabrán qué hacer durante las noches de
Heraklion, se aburrirán y comprarán pipas de marcas comerciales en los
quioscos del centro, con más sabor y más baratas.
Pero nada será como antes, nadie volverá a pasear por el puerto porque ya
no tienen excusas para ir allí, no hay pipas “de las de siempre” ni bolsas
de papel y si por casualidad, van a pasear un día por allí, el camino se
hará interminable y agotador, sin esqueletos de pipas ni bolsas de papel
tiradas en el suelo.
Y se darán cuenta que nada volverá a ser como antes, porque las pipas eran
sus compañeras durante los paseos vespertinos.
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