Odio escribir. Odio todo aquello que tenga que ver con las
palabras, las letras, las comas, las expresiones, los puntos y coma, los
suspensivos, los aparte y finales, como también odio aquellas cosas que
contadas pierden su sentido. Odio, odio. Me odio a mí mismo. Sí, por no
ser capaz de ser un buen escritor, capaz de cautivar la mirada más
inmisericordiosa, ni a la más tierna y romántica.
Odio la vida. Odio a la gente que sonríe feliz por la calle haciendo el
gilipollas. Odio a los skaters, los que pasean con sus perros inundando
las calles de cagadas y meadas, y también a sus animales. Ojalá se
murieran dueño y chucho. También siento una profunda animadversión por
las dueñas de pájaros repelentes que pían y repían a todas horas
molestando mis delicados sentidos auditivos, a los que tienen gatas en
celo metidas en un triste habitáculo llamado piso. Odio a los vendedores
de pisos que con sus mentiras y sus estrafalarias y denotadas
vestimentas pretenden hacernos creer que son otros cuando se enfundan un
traje. Odio a los jefes de esa gentuza quienes les obligan a hacer el
papel de aliado del diablo en la tierra.
Le deseo todo el mal posible a quienes pregonan por los balcones el daño
que le hace su vecino de arriba, de al lado, o que está debajo suya. Sí,
y se lo encomiendo por ser indiscreto.
Odio a aquellos que te palmean la espalda con tanta familiaridad que con
los ojos cerrados no dudaría en decir que es mi propio padre quien se
toma esas confianzas. Aborrezco a mi padre, a mi madre, al afortunado de
mi hermano, a los absurdos de mis amigos, a los necios de mis enemigos.
Me horroriza pensar que me relaciono con ellos. También les deseo que
mueran.
Odio al que me está abriendo la puerta que con su bata blanca, su
estúpida sonrisa y su mirada oculta tras sus gafas de diseño italiano
viene ahora mismo a darme la pastilla y ponerme la inyección que me deje
sedado.
Otro día continuaré.
Hola de nuevo.
Amo la luz. Las personas, a mis padres y al bueno de mi hermano. Todo el
mundo es generoso, bondadoso y merece que les quiera.
Amo los animalitos que en su pobre raciocinio no pueden disponer de
inventos tan buenos como el retrete. Pero ahí están sus dueños que los
ayudan a defecar y orinar, que recogen sus excrementos. Bendita
simbiosis entre animales y humanos. La adoro.
Me fascinan esos canturreos de los pájaros que me trasladan a un valle
hermoso plagado de lindas flores de múltiples colores.
Amo la forma de matar, de que estos médicos de pacotilla se crean que me
tragué la pastilla y de que la inyección me hará su efecto.
Anhelo el momento en que cogeré los muelles de mi cama, guardados entre
el colchón y cortaré sus yugulares para escaparme de este infame lugar.
Deseo que la sangre corra por los pasillos, que la gente grite y llore
de dolor.
Amo los funerales.
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