In Memoriam

Felisa Moreno Ortega

Premio del  Certamen Cartas a un Sueño (Jaén)- 2008

 Querida abuela, 

Hoy te escribo con el alma llena de esperanza, imagino el brillo en tus ojos al leer esta carta, el color subiendo a tus mejillas y esa sonrisa que llevo grabada en mi mente desde que era niña. Una sonrisa teñida por la tristeza que tratabas de ocultar ante tus seres queridos. Aunque eso lo supe después, en aquel momento para mi sólo era un esbozo de ilusión y esperanza.  

Hoy te escribo porque tengo una noticia, más bien una ausencia de noticias, ya es diciembre y durante todo este año no se ha producido ninguna muerte de violencia de género; los telediarios no han mostrado aceras manchadas, ni casas quemadas, ni cuchillos ensangrentados. No hemos guardado minutos de silencio ni hemos vertido lágrimas de hielo, que son las que más duelen porque aristan el corazón. No han hecho falta esas leyes que promulgamos para ayudar a las mujeres maltratadas, los hombres han entendido por fin que somos personas, no objetos de su propiedad. 

Querida abuela, sé que te parecerá mentira, que no puedes creer mis palabras; pero lo que te cuento es cierto, lo sé de buena tinta. Todos los informes al final llegan a mí, porque, mi adorada abuelita, tu nieta, esa niña canija que siempre andaba enfrascada en los libros, ahora es la Presidenta del Gobierno y mi última decisión ha sido derogar la ley de cuotas porque ya no es necesaria; las mujeres somos mayoría en el Parlamento y no hemos tenido que renunciar a ser madres. ¿Te podrás creer que me presenté a las elecciones embarazada? Supongo que no, quién votaría en tus tiempos a una mujer en estado de gestación.  Mi marido ha renunciado a su trabajo para cuidar de los niños, él se encarga de la organización de la casa, se muestra muy orgulloso de mí. No le preocupa lo que opinen los demás, nadie piensa que si un hombre se queda en casa es menos hombre. 

De igual forma las mujeres acceden a cualquier empleo sin ningún tipo de discriminación, no les preguntan en las entrevistas de trabajo si están casadas o tienen novio, no las despiden cuando se quedan embarazadas ni cobran menos salario realizando las mismas tareas.  

Por otra parte, hemos dejado de ser meros objetos sexuales, en la publicidad no se nos muestran modelos esqueléticas que propician la anorexia entre nuestras hijas; los cánones de belleza son amplios y no se basan sólo en unas medidas y un peso. Nos sentimos orgullosas de nuestro aspecto, no necesitamos dietas, ni agredir contra nuestro propio cuerpo con operaciones estéticas que nos convierten en meras replicantes. Participamos en la vida cultural, ganamos premios, publicamos novelas, inauguramos exposiciones, diseñamos edificios, construimos puentes... Me dirás que esto ya se daba en tus tiempos, pero puedo asegurarte que no a estos niveles de igualdad con el hombre. 

Ya sé, abuelita, que todo lo que te cuento te parecerá increíble, que me he vuelto loca, que hablo de un mundo al revés, que sólo es un sueño irrealizable. Muchas veces pienso en ti, en esa sonrisa rota, en esos ojos siempre húmedos, en tus manos trenzando mi pelo y entretejiendo mi alma con tus caricias. Fue mucho más tarde cuando lo supe todo, aún no te había perdonado por haberme dejado tan pronto, tú y el abuelo me abandonasteis a la vez, desapareciendo de mi vida como un buque fantasma se pierde en la niebla. Nadie me daba explicaciones y crecí con la sensación de angustia, de pérdida, temiendo que cualquier día pasara lo mismo con mis padres. 

Después lo entendí todo, fuiste una víctima más de la prepotencia masculina que aún imperaba en tus tiempos, sufriste en silencio durante muchos años hasta pagar con tu vida una deuda nunca contraída. Aunque lo intento no puedo dejar de odiar al abuelo, nada puede justificar lo que te hizo, cómo te arrancó de nuestro lado. 

Mi amada abuela, los ojos se me llenan de lágrimas redactando esta carta y el pulso me tiembla, no me regañes por los borrones, estoy escribiendo con la pluma que me regalaste, aún la conservo para no olvidar que el pasado está ahí, que tenemos que estar atentos y sobre todo atentas para que no vuelva a repetirse la historia. 

Hoy dejo esta carta sobre el frío mármol de tu tumba y se me encoge el corazón, luego sonrío y pienso:  ¡cómo me gustaría ver el brillo de tus ojos al leerla! 

Tu amantísima nieta,          

Utopía.

 

 
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