La última vez que te visité,
te encontré más callada de lo normal, parecía como si el frío
polar que sufrimos te hubiera calado los huesos y se hubiera
instalado en tu alma, si es que aún la posees… Tu aspecto era
gélido y rígido como la puerta de mármol que da entrada a tu
casa. Las flores de tu jardín estaban en el suelo, caídas por el
furioso viento que no dejaba de chillar. Su silbido se me colaba
por los oídos, escalando por mi escalera de caracol auditiva, me
gritaba desde dentro palabras ininteligibles que no me molesté
en descifrar. Me agaché y coloqué las flores en su sitio, allí
donde pudieras verlas pues son tu debilidad.
Los árboles, alzándose por encima de nuestras cabezas, me
transmitían entre susurros los mensajes de almas atormentadas
por el tiempo y el dolor.
De pie frente a ti te observé durante unos minutos,
balbuceando palabras en un idioma inventado que solo tú y yo
podemos entender. Me atendiste con paciencia, sin interrumpirme,
como siempre…
Pude leer tu sonrisa en las letras del frío mármol,
contemplar tus dulces ojos. Me hablabas en silencio y yo te
escuchaba en mi interior.
Te di un beso de despedida, como siempre… un beso que se
enfrió al tocar tu piel.
Y entre el silencio de las tumbas, aún puedo escuchar tu voz…
Tu imagen vagando en mi recuerdo.
Publicado en: 2005-2-3
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