El Moderno Círculo Minoico.

Ricardo Mena Cuevas

Fue hace una semana que recibí la llamada de mi amigo Luis Morales, arqueólogo de la Universidad de Málaga, un auténtico fuera de serie, un genio: “Logré dilucidar el moderno círculo minoico”, me dijo con palpable excitación. Acepté quedar con él al día siguiente para que me explicase el descubrimiento que lanzaría su carrera profesional y demostraría su genio de una vez por todas a todos sus enemigos.


Arqueólogo apasionado por la cultura minoica, Morales entregó a su carrera sus mejores años, su juventud, perdió más de veinte kilos de peso, comenzó a fumar dos cajetillas de cigarrillos al día y su prometida lo dejó por otro hombre antes de su tesis final. “Ya no es lo mismo”, le dijo en aquella cafetería donde ponían siempre aquella música de los Mecano para las jóvenes parejas; por si fuera poco, sus padres (¡ah, destino humano ingrato!), al marcharse de la fiesta celebrada por su hijo en un hotel de la costa que conmemoraba su cátedra por la Universidad de Málaga, sufrieron un atroz accidente de coche que segó sus vidas; Morales recordaría durante toda su vida las caras de sus padres antes de entrar en el coche que los llevaría a la muerte: dos sonrisas amplias, gozosas, liberadas de cualquier preocupación; de alguna forma, ahora relacionaba su descubrimiento sobre el círculo minoico con la muerte: también ahora se sentía extasiadamente feliz.


De esas muertes habían transcurrido dos años. Hace un año, después de escapar de la depresión y de la locura en que lo habían sumido las circunstancias, logró viajar a Berlín y luego a Grecia con una beca de investigación europea; allí tuvo la oportunidad de confrontar su tesis de investigación sobre la cultura de la civilización minoica surgida en Creta en el 2500 a.C., y desaparecida enigmáticamente en el 1600 a.C. (se habla siempre del mito de la Atlántida y del maremoto como explicación platónica más plausible), con el profesor alemán Günter Stelt y con el profesor Nilsson. Sus análisis partían del hallazgo de la necrópolis por el arqueólogo alemán Schlienmann en 1876. La necrópolis en cuestión presentaba seis tumbas rectangulares bajo tierra, que contenían a dieciocho difuntos, y que estaban dispuestas en el interior de un círculo de piedra. Aquel hallazgo era el principio de su genial descubrimiento.


A la muerte de Schlienmann en 1890, las excavaciones fueron continuadas por el profesor Evans, el cual demostró que ese enterramiento circular, aun siendo continental y estar anclado en Micenas, en pleno Peloponeso, presentaba claras influencias minoicas, pues las excavaciones demostraban que las tablillas encontradas en el ajuar funerario estaban inscritas en lineal B de Cnoso, la lengua minoica, hipótesis estudiada y confirmada por las tesis de Wace en 1952; pero lo que más impresionó a Morales investigar a lo largo de todo aquel año en Grecia fue que, en una de las tumbas de la necrópolis limitada por aquel círculo de piedra, se encontró, entre una gran cantidad de oro, cerámica y puñales, una copa en forma de cabeza de toro. Aquello le hizo recordar a su antigua novia y a lo que le dijo antes de irse del bar: “Si te soy sincera, nunca te amé; ahora me das asco”. Sin duda, Ana López, la buena de Ana que quedó embarazada y murió en el hospital tras un mal parto, no había valorado la genialidad y el espíritu de sacrificio de mi amigo en toda su integridad.


Al encontrarnos al día siguiente a la caída de la tarde, con un crepúsculo que ribeteaba de color persa el cielo, Morales me habló, visiblemente excitado, mientras caminábamos hacia una cafetería junto a la bahía malacitana, de todos sus descubrimientos.


—Hablé con el profesor Nilsson sobre los enterramientos circulares minoicos de Creta -comenzó pausamente-. Ambos compartimos la tesis de que Minos no era un rey particular, sino una especie de título parejo al de Faraón, un título teocrático, con lo que se explica su mención histórica en la Odisea de fecha tan posterior a la extinción de la civilización minoica primigenia. De ahí concluí que el origen de la necrópolis descubierta por Schlienmann era minoica y ello, además, por la razón de que junto con las tablillas, el oro y los puñales, se encontró una cornucopia en forma de toro junto al rey difunto. Eso evidenciaba que el rey era de la religión de los minoicos sin ninguna duda.


“¡La religión minoica se basaba en el naturismo!, ¿entiendes? -aquí principió ya con vehemencia-; los minoicos creían que la naturaleza era movida por la fuerza vital natural, con lo que el motor primero iniciaba una dimensión cíclica del universo eternamente recreada. ¡Y la clave es la copa en forma de toro junto al rey!; porque el toro representaba para los minoicos esa fuerza vital de la naturaleza que todo lo movía; por eso el toro celeste de los minoicos fue Zeus en su versión postminoica; por eso Zeus masculino rapta a Europa, su lado femenino, y por eso ambos fecundan al hijo, al hombre-dios, al Minotauro”.


—Pero, ¿a dónde quieres llegar? —le pregunté sin entender nada; a lo que mi amigo me contestó fuera de sí:
—¡Quiero llegar a que el moderno círculo minoico lo había visto tantas veces que se me había acabado haciendo invisible! Porque no tenía perspectiva, porque había nacido viéndolo todos los días como algo propio, porque así se comporta la fuerza cegadora para la razón de la costumbre humana; porque la religión minoica, su paganismo cíclico representado por el padre, el rey teocrático Minos, la madre, la tierra Europa, y el hijo, el hombre-toro, el Minotauro, todo ese ritual pagano se encarna hoy en día dentro de un círculo en donde a la muerte se la representa y se la diviniza en forma de sangre y sacrificio. ¡Este es el círculo minoico, la necrópolis donde se entierra a los reyes héroes minoicos hoy día!


Miré frente a mí y vi la plaza de toros de Málaga. Entonces todo aquel círculo de muerte y sangre y fuerza se abrió ante mi amigo con todo su universo cíclico y toda su eternidad repetida. El crepúsculo color persa dio paso a la más oscura de las noches. Y se perdió en su laberinto. Tres días más tarde, murió en el hospital de una angina de pecho.


A mí me costó un mundo vengar la muerte del genio y su reconocimiento; por eso la prensa a la que envío esta noticia podrá publicar la genial tesis de mi amigo y concluir que vivimos en un mundo cuya religión no está basada en el amor, sino en la fuerza y la violencia, algo que Ana López entendió cuando me vio entrar en su habitación a aquella hora tan nefasta de la noche. Yo creo que vio en mis ojos a la duplicidad repetida, al Minotauro, a un Luis Morales repleto de odio y rencor.
 

 
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