Fue hace una semana que recibí la llamada de mi amigo Luis
Morales, arqueólogo de la Universidad de Málaga, un auténtico
fuera de serie, un genio: “Logré dilucidar el moderno círculo
minoico”, me dijo con palpable excitación. Acepté quedar con él
al día siguiente para que me explicase el descubrimiento que
lanzaría su carrera profesional y demostraría su genio de una
vez por todas a todos sus enemigos.
Arqueólogo apasionado por la cultura minoica, Morales entregó a
su carrera sus mejores años, su juventud, perdió más de veinte
kilos de peso, comenzó a fumar dos cajetillas de cigarrillos al
día y su prometida lo dejó por otro hombre antes de su tesis
final. “Ya no es lo mismo”, le dijo en aquella cafetería donde
ponían siempre aquella música de los Mecano para las jóvenes
parejas; por si fuera poco, sus padres (¡ah, destino humano
ingrato!), al marcharse de la fiesta celebrada por su hijo en un
hotel de la costa que conmemoraba su cátedra por la Universidad
de Málaga, sufrieron un atroz accidente de coche que segó sus
vidas; Morales recordaría durante toda su vida las caras de sus
padres antes de entrar en el coche que los llevaría a la muerte:
dos sonrisas amplias, gozosas, liberadas de cualquier
preocupación; de alguna forma, ahora relacionaba su
descubrimiento sobre el círculo minoico con la muerte: también
ahora se sentía extasiadamente feliz.
De esas muertes habían transcurrido dos años. Hace un año,
después de escapar de la depresión y de la locura en que lo
habían sumido las circunstancias, logró viajar a Berlín y luego
a Grecia con una beca de investigación europea; allí tuvo la
oportunidad de confrontar su tesis de investigación sobre la
cultura de la civilización minoica surgida en Creta en el 2500
a.C., y desaparecida enigmáticamente en el 1600 a.C. (se habla
siempre del mito de la Atlántida y del maremoto como explicación
platónica más plausible), con el profesor alemán Günter Stelt y
con el profesor Nilsson. Sus análisis partían del hallazgo de la
necrópolis por el arqueólogo alemán Schlienmann en 1876. La
necrópolis en cuestión presentaba seis tumbas rectangulares bajo
tierra, que contenían a dieciocho difuntos, y que estaban
dispuestas en el interior de un círculo de piedra. Aquel
hallazgo era el principio de su genial descubrimiento.
A la muerte de Schlienmann en 1890, las excavaciones fueron
continuadas por el profesor Evans, el cual demostró que ese
enterramiento circular, aun siendo continental y estar anclado
en Micenas, en pleno Peloponeso, presentaba claras influencias
minoicas, pues las excavaciones demostraban que las tablillas
encontradas en el ajuar funerario estaban inscritas en lineal B
de Cnoso, la lengua minoica, hipótesis estudiada y confirmada
por las tesis de Wace en 1952; pero lo que más impresionó a
Morales investigar a lo largo de todo aquel año en Grecia fue
que, en una de las tumbas de la necrópolis limitada por aquel
círculo de piedra, se encontró, entre una gran cantidad de oro,
cerámica y puñales, una copa en forma de cabeza de toro. Aquello
le hizo recordar a su antigua novia y a lo que le dijo antes de
irse del bar: “Si te soy sincera, nunca te amé; ahora me das
asco”. Sin duda, Ana López, la buena de Ana que quedó embarazada
y murió en el hospital tras un mal parto, no había valorado la
genialidad y el espíritu de sacrificio de mi amigo en toda su
integridad.
Al encontrarnos al día siguiente a la caída de la tarde, con un
crepúsculo que ribeteaba de color persa el cielo, Morales me
habló, visiblemente excitado, mientras caminábamos hacia una
cafetería junto a la bahía malacitana, de todos sus
descubrimientos.
—Hablé con el profesor Nilsson sobre los enterramientos
circulares minoicos de Creta -comenzó pausamente-. Ambos
compartimos la tesis de que Minos no era un rey particular, sino
una especie de título parejo al de Faraón, un título teocrático,
con lo que se explica su mención histórica en la Odisea de fecha
tan posterior a la extinción de la civilización minoica
primigenia. De ahí concluí que el origen de la necrópolis
descubierta por Schlienmann era minoica y ello, además, por la
razón de que junto con las tablillas, el oro y los puñales, se
encontró una cornucopia en forma de toro junto al rey difunto.
Eso evidenciaba que el rey era de la religión de los minoicos
sin ninguna duda.
“¡La religión minoica se basaba en el naturismo!, ¿entiendes?
-aquí principió ya con vehemencia-; los minoicos creían que la
naturaleza era movida por la fuerza vital natural, con lo que el
motor primero iniciaba una dimensión cíclica del universo
eternamente recreada. ¡Y la clave es la copa en forma de toro
junto al rey!; porque el toro representaba para los minoicos esa
fuerza vital de la naturaleza que todo lo movía; por eso el toro
celeste de los minoicos fue Zeus en su versión postminoica; por
eso Zeus masculino rapta a Europa, su lado femenino, y por eso
ambos fecundan al hijo, al hombre-dios, al Minotauro”.
—Pero, ¿a dónde quieres llegar? —le pregunté sin entender nada;
a lo que mi amigo me contestó fuera de sí:
—¡Quiero llegar a que el moderno círculo minoico lo había visto
tantas veces que se me había acabado haciendo invisible! Porque
no tenía perspectiva, porque había nacido viéndolo todos los
días como algo propio, porque así se comporta la fuerza cegadora
para la razón de la costumbre humana; porque la religión
minoica, su paganismo cíclico representado por el padre, el rey
teocrático Minos, la madre, la tierra Europa, y el hijo, el
hombre-toro, el Minotauro, todo ese ritual pagano se encarna hoy
en día dentro de un círculo en donde a la muerte se la
representa y se la diviniza en forma de sangre y sacrificio.
¡Este es el círculo minoico, la necrópolis donde se entierra a
los reyes héroes minoicos hoy día!
Miré frente a mí y vi la plaza de toros de Málaga. Entonces todo
aquel círculo de muerte y sangre y fuerza se abrió ante mi amigo
con todo su universo cíclico y toda su eternidad repetida. El
crepúsculo color persa dio paso a la más oscura de las noches. Y
se perdió en su laberinto. Tres días más tarde, murió en el
hospital de una angina de pecho.
A mí me costó un mundo vengar la muerte del genio y su
reconocimiento; por eso la prensa a la que envío esta noticia
podrá publicar la genial tesis de mi amigo y concluir que
vivimos en un mundo cuya religión no está basada en el amor,
sino en la fuerza y la violencia, algo que Ana López entendió
cuando me vio entrar en su habitación a aquella hora tan nefasta
de la noche. Yo creo que vio en mis ojos a la duplicidad
repetida, al Minotauro, a un Luis Morales repleto de odio y
rencor.
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