EL DÍA EN QUE EL TIEMPO SE DETUVO.

Por Agustín Serrano Serrano.

 

Un miércoles, veintisiete de julio, amaneció en la gran ciudad sin nombre y sin lugar. Una urbe de nuestra época, sin mayor belleza que la que sus habitantes, a trazos de aquí y de allá, le habían dado. Fue un amanecer veraniego. Con el sol despuntando radiante y henchido de calor. Sin una sola humareda de nubes. Un amanecer azul y limpio. Casi tanto como el que sólo los enamorados son capaces de citar.

Una mañana perezosa y algo ociosa, que por humana inercia, arrancó como de costumbre. Con los limpiadores viarios y sus botas de agua, lavando la cara tras el nocturno sueño a las calles. Panaderos que, en raudas carreras por amplias avenidas, transportaban el pan como jubilados a las palomas. Persianas que se abrían, mostrando escaparates; los ojos de la imagen y el consumo.  

Chaquetas y corbatas, envolviendo a humanos maquillados, afeitados y engominados. Voces. Bocinas. Saludos. Vituperios. Carteras. Papeles. Ascensores que subían y bajaban. Puertas abiertas. Umbrales pisados por suelas matinales. Escalones impulsando a piernas en minifaldas y en pantalones.

En la gran, y sin nombre, metrópoli, amaneció. Como un día más. Y la vida se paseó con la sola intención de hacer vivir a sus habitantes. La vida se trasladó de lengua en lengua. De portada en portada de prensa. De telediarios matutinos a cafés y tostadas. Informando. Nutriendo. Viviendo. Y muriendo.

 

La mañana continuó con su firme paso. Paso de albañiles a los andamios. De niños al colegio de verano. De parados en busca de su suerte en forma de ocupación o desocupación. De carreras. De caídas. De bolsas y de noctámbulos que aún se aferraban a las últimas gotas de la noche; gotas mezcladas con las de la orina de somnolientos vagabundos. Un llanto existencial, que entre otros sonidos, se entremezcló y se propagó por antenas de radio y televisión, y por la insana contaminación.

 

El sol en su cenit y la mañana al mediodía llegó, apurando un cigarrillo escondido. Contando los minutos para el almuerzo y el asueto, la mañana se despidió, amenazando con volver. Pero la ciudad, con su sonrisa de acero, seguía intacta, solo que con otra luz. Con más voces. Más bocinas e improperios. Y más prisa.

Para la tarde se dejó lo inacabado. Para la tarde las visitas a psicólogos, peluqueros y dentistas. Para la tarde la realidad de la relajación. Las familias. Los coches aparcados. Las series de televisión. El chateo y la diversión.

 

Y fue en la tarde cuando sucedió. Cuando el sol, que no sabía nada, aseguró, se retiraba a otras latitudes. Fue en la tarde cuando el tiempo, caprichoso y juguetón, se detuvo. No fue un momento mágico, pues el tiempo es sólo tiempo. Pero fueron diez segundos tan fantásticos, que nadie lo percibió. Sólo yo.

 

Desde la catacumba más profunda de la capital, hasta los límites de la Heliopausa, todo el cosmos se paró. Las agujas de los relojes frenaron su caminata. Los sonidos dejaron de decir quiénes eran. Las voces se taparon. La naturaleza, por primera vez en su evolutiva historia, se interrumpió, y ni con su magnificencia e inigualable capacidad de respuesta, supo dar una científica explicación.

Un traumatismo mundial inadvertido. Y nadie supo lo que pasó. Fue el día en que el tiempo se detuvo.  

Sin embargo, el tiempo no tiene una sola dimensión, y aunque los planetas dejaran por un lapso de orbitar, el sol de energía procesar y los humanos de pensar, en ése preciso instante, otro tiempo siguió su curso. Pues los tiempos se envuelven uno a otro. Y aunque uno, el más conocido, se pare, siempre hay otro que continúa y dirige esa parada…  

 

-        Vaya. ¿Y todo eso sentiste cuando me besaste por primera vez?

-        Así es.

-        ¿Y eso demuestra que me amas?

-        No puedo responder a esa pregunta con un solo corazón.

-        ¿Y cómo puedo saberlo?

-        Besándome y volviendo al día en que el tiempo se detuvo.

 

  

FIN

 

 

 

Fuengirola, 20 de agosto de 2006.

 

 

 

 

Dedico este relato a Carmen Nazxa, de Ciudad Real.

Futura gran dama de la literatura y amiga.

 

 

 
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