En la montaña de hierro y azufre más alta del infierno, no se sabe si en
un pasado remoto o en un futuro inventado, un ángel caído llamado Satán,
fue destituido de su cargo de rey de los abismos y puesto a disposición
de las enormes naves de carga que, en sus espaciosos hangares, daban
cabida a todo lo inservible en el averno. Tremenda fue la ira del
depuesto monarca tenebroso, y ensordecedoras sus promesas de venganza en
un futuro alzamiento. Pero de nada le sirvió al que fuera temido por
vivos y muertos. Su destitución y siguiente exilio fue inapelable.
Se le llevó a la estación espacial Vit-12.001 y allí, en aquel puesto
fronterizo, en aquel andén espacial y de tránsito, Satán se cubrió con
una capa y una capucha negra con la intención de no ser reconocido, pues
en su interior sabía muy bien las fechorías, juegos para él, que había
cometido en el mundo de los hombres vivos, y su escarlata piel se erizó
al ver en aquel extraño lugar a numerosos hombres. Sin embargo, su
corazón, ‘’cubierto de cerdas’’, según se cuenta, no conocía descanso a
la hora de obrar malos actos. En el puente colgante que sostenía al
peregrinaje de los miles de seres, tanto humanos como espaciales, un
bebé humano lloraba abandonado sobre el frío metal de la superficie. Su
madre, una joven con batín verde y aspecto de haber dado a luz, buscaba
entre llantos a su recién nacido.
- ¿Habéis visto a mi hijo? – Preguntaba.
Pero nadie la ayudaba. Los extraterrestres no la entendían y sus
congéneres en la Tierra estaban demasiado ocupados por saber el lugar al
que se dirigían. Satán, subido a la copa de un árbol de plata que
adornaba la estación con frutos de cristal, sí que vio a la criatura, y
con diabólica sonrisa, apuntó con sus oscuros ojos hacia ella. Pero de
los asesinos órganos oculares no salieron los rayos mortales que él
esperaba. En ese intervalo, la angustiada madre vio a su retoño y Satán
se mordió el labio inferior, comprobando que la malvada intención de
dejarla sin él, estaba fracasando.
Aún así, arriesgándose a ser visto y en pleno frenesí de maldad, fue
capaz de bajar de su atalaya, cubrir al niño con su manto y llevárselo
ante la presencia de la impotente madre. Volvió a subir al árbol y desde
lo más alto, dejó caer al pequeño. La gente de abajo, viendo los gritos
de auxilio de la mujer, pidió ayuda a los centinelas del lugar; los
pacíficos haces de luz. Uno de ellos, mientras trataba de calmar a las
masas, salvó al bebé de una segura desaparición, pues en ése lugar, el
concepto de muerte carecía de significado.
Satán, sin arrepentimiento y muy encolerizado, se ocultó por entre la
acristalada espesura del fondo, maquinando otro plan y diciéndose a sí
mismo que él sería también amo y señor de aquel débil y desconocido
mundo.
Al otro lado de la selva de vidrio que lo rodeaba, observó otro bosque
de seres, tanto humanos como de otras galaxias, que montaban en las
mismas naves que a él lo trajeron y en las que no estaba dispuesto a
subir de nuevo. Entre la muchedumbre, en el lado de los terrícolas,
había una joven de apreciable belleza. Una Linda Harrison de tiempos
prehistóricos, que miraba desconcertada el final de su camino. Satán,
con su reconocido poder de seducción, atractiva sonrisa y habilidad para
la palabra, se acercó a la chica y le dijo:
- Oye muchacha, ven aquí. Acompáñame. Yo te llevaré a un lugar seguro.
Ella lo miró con recelo. Lo que le esperaba en las naves era un
misterio, pero aquel insólito ser de color rojo y alas oscuras lo era
aún más.
- No vayas con ése. Por su voz no parece un buen hombre. – Le aconsejó
un anciano ciego.
Ella volvía a mirar a la enorme nave, que con su boca abierta y luces
serpenteantes, la esperaba.
- No tengas miedo, preciosa mujercita. Te prometo no hacerte daño.
Conmigo estarás bien. Yo sé adonde te llevan. Irás a un lugar vacío y
desolado, donde una luz cegadora y eterna será lo único que contemples
por toda la eternidad.
La joven se vio inmersa en un mar de dudas, hasta que al final optó por
acompañar al diablo invitador. Éste, consumido por el éxito de su
empresa, puso de manifiesto todas sus más inclasificables atrocidades,
violándola de mil maneras diferentes y torturándola de forma salvaje. La
multitud, sobre todo los que la secundaban en la tranquila fila, la
echaron en falta y dieron la voz de alarma a los guardianes, que tras
apaciguar sus ánimos, comenzaron la búsqueda, que, evidentemente, en un
lugar tan avanzado y no tan extenso, no tardó demasiado en lograrse. La
encontraron junto a uno de los estanques artificiales, herida y
compungida. Curaron sus heridas de forma milagrosa y la devolvieron a la
vía. Satán trató de ocultarse en las sombras. Pero fue en vano. Un
centinela con forma humana, de pequeño tamaño y una vara con punta
eléctrica, lo encontró. Tras azotarlo varias veces y maniatarlo, se
dirigió a él:
- Ya has alborotado bastante. Te he visto desde que llegaste. Subirás a
la nave y existirás en otro lugar, con otro cuerpo y otra identidad.
- ¿Quién eres tú para darme órdenes a mí? ¿No sabes quién soy yo? Soy el
hijo del Mal. Soy Satanás. Antaño siervo de dios. Más tarde rey de las
tinieblas. Y pronto, del infierno, de nuevo amo y señor. – Prorrumpió el
oscuro con voz sulfurosa y procaz.
- Aquí no eres nada. Sólo un cuerpo más. Una entidad llena de aire,
lista para ser trasladada a un nuevo hábitat. En tu mundo no eras más
que una representación, una creencia. Los habitantes de allí ya tienen
un nuevo ser al que temer o evitar cuando cometen un pecado.
- Podría destruir todo esto si quisiera. – Gritó el demonio.
- No creo que lo consigas. Antes, cuando atacaste al bebé, creíste que
podías usar tus poderes. Pero créeme, tus diabólicas facultades sólo
residen en las mentes de quienes te concibieron. No eres más que un
producto de miedo, alimentado por casuales leyendas y derrocado y alzado
cada cierto tiempo. Seguido por la mente de los ignorantes que
necesitaban una forma para la perversidad, para su perversidad. No
posees mayor poder que el que te donaron los que te temieron y en ti
creyeron. Ahora sube a la nave con todos los demás y deja que la física
del universo te haga ver lo que de verdad existe.
Y Satán, otrora ser diabólico, creador de la malignidad de los hombres,
y al mismo tiempo, producto de ellos, fue enviado a un lejano mundo, en
el que jamás supo quién realmente fue y donde encontró la respuesta a
todo lo demás.
Fuengirola, 11 de octubre de 2006.
|