COSAS DE MAMA (I)

por Camelia

 
 No hace más de una semana que visite por última vez la consulta del dentista. Salí de ella, con un corrector para la articulación temporomandibular en una cajita. Cuando llegue a casa me la puse y vi como el labiosuperior se engrosaba como si acabaran de infiltrarme una de estas sustancias que están ahora tan de moda, dije dos palabras y sonaron tan extrañas y tan familiares a la vez que mi hermana y yo cruzamos una mirada y una carcajada resonó al unísono. En ese momento las dos habíamos pensado en lo mismo, en mi madre y en una de estas anécdotas que se recuerdan siempre con cariño, benevolencia y una sonrisa.

Perdí a mi padre con apenas 20 años pero Dios me ha compensando con la presencia de mi madre. Tiene 92 años, es una anciana de aspecto menudo y delicado que conserva todavía mucho brío y chispeante humor.

 Padece una demencia senil y su mundo limitado la ha convertido en un ser indefenso al que intentamos prodigar todo el cariño y el cuidado necesarios para que la sonrisa y la felicidad no desaparezca de su vida.

Su rostro de facciones pequeñas y su piel fina y delicada, siempre le han restado años. En su cabeza sus hermosos y abundantes cabellos negros a lo largo del tiempo dieron paso a los tonos grises entremezclados y poco a poco y de forma natural se aclararon hasta la actualidad en la que luce unos preciosos blancos irisados.

Con su aspecto de abuelita tierna, receptiva y cariñosa; con una espléndida sonrisa, que aunque carente de dientes siempre ilumina su rostro. Es verla sonreír y te anima a hacer lo mismo. Sonríe como lo haría un bebe. Y en sus cansados ojos, permanece todavía la huella del brillo de años pasados.

Ya hace un tiempo, paso una temporada en la que no estaba gozando de la salud excelente que siempre le caracterizaba y después de los exámenes rutinarios y del correspondiente paso por el especialista, la solución a su problema era quirúrgica.

En la época en la que vinieron al mundo sus siete hijos vivían en el pueblo, así que todos nacimos en casa y como por lo demás su salud fue siempre buena, solo había pisado un hospital como acompañante o de visita.

Cuando se acercaban las fechas en las que tenia que entrar en el quirófano andaba cabizbaja. En el plazo de una semana la operaban pero eso no le preocupaba; le habían explicado, que era para solucionar un problema sencillo, y que aunque pasaba de los 80, estaba estupenda. Le aseguraron que quedaría muy bien.

Viéndola tan pensativa le pregunte:

-Te veo moviendo mucho la cabeza y hablando sola. ¿Te preocupa algo? ya sabes que la operación saldrá bien.

-Pues no, la operación… ¡qué sea lo que Dios quiera! pero… ¿que voy a hacer con los dientes?

-¿Con los dientes?

¡Que sorpresa! lo que mas le preocupaba era lo que iba a hacer con la dentadura.

-¿Y que pasa con la dentadura?

-Pues que me la tendré que quitar y ¿donde la dejare?

- Ya llevaremos lo que necesites, tu tranquila.

-No, si yo ya se que de lo demás os vais a encargar, ¿qué haría yo sino fuese por mis “hijicas”?

El tema de la dentadura tenía música, como decíamos en casa, cuando algo se salía de lo normal.

Siempre ha sido muy presumida y con los dientes lógicamente parece mas joven. Ella lo sabía y todos se lo decíamos. Pero ahora se la tendría que quitar en público.

Nunca se ponía la dentadura para comer; tan solo cuando salía de paseo.

-No te quites la dentadura pareces una abuela.

-¿Y es que no soy abuela? porque nietos tengo; así que soy abuela. Bueno soy yaya, la abuela es la Marcelina (que es la abuela paterna) pero es lo mismo.

- Ya sabes lo que te queremos decir.

- Tú te pones los dientes de adorno como otras se ponen los pendientes.

-Es que con los dientes yo no puedo comer. No tengo “priete”. Desde que me dio “el paralis”, no puedo hacer fuerza por este lado, señalándose la cara; decía, aquí, aquí mientras se tocaba el lado derecho.

- Pero… ¿estas segura de que ese lado es el izquierdo?

- Claro que si, yo como con esta mano así que es la derecha y esta la otra mano es la izquierda.

- Claro esa es la izquierda, pero te señalas el lado contrario de la cara.

¡Ay redíos, como estas Maria!

- ¿Así que como no puedes masticar con el lado izquierdo vas todo el día sin dientes?

- “Tama” y porque te crees que no me gusta comer fuera de casa, porque no saboreo la comida. A mi me pones la dentadura de patata y se me quita la gana de comer. Ya me puedes poner lo que quieras que mientras lleve los dientes no tengo hambre. Pero sin dientes como estupendamente y como todo me cae bien al estomago…

Un día me olvide las llaves de casa y no me di cuenta hasta que llegue al mediodía. Abrí el bolso y rebusque pero no las encontré. Pensé:

-“Las he perdido”. ¡Ah no, me las he dejado encima de la mesa, esta mañana!

Llame al timbre.

Tardaban en abrir la puerta. Muy raro porque era hora de que hubiese alguien. Segundos más tarde oí a través de la puerta el sonido que hacia mi madre cuando se ponía la dentadura postiza a toda prisa. Es un sonido que no se olvida; sobre todo cuando lo has escuchado a menudo.

Efectivamente allí apareció ella con una sonrisa de oreja a oreja pensando que venia una visita (los de casa siempre llevábamos llave y no acostumbrábamos a llamar al timbre); enseñando su preciosa dentadura de adorno.

-. Pensé que no eras tú. Como no llamas nunca.

-Ya me lo he imaginado cuando he oído tanto movimiento y ruido de dientes. ¡Presumida!

- Anda, anda, como te gusta tomarme el pelo.

- Que no, te lo digo completamente en serio; ¿recuerdas cuando te pusieron la primera dentadura...?

- Ay, ay, no me lo recuerdes…

No se la edad exacta que teníamos pero todavía no habíamos hecho la primera comunión. En las fotos de ese día ya lleva los dientes nuevos.

Tanto mi padre como mi madre perdieron pronto parte de la dentadura.

Mi padre no vivió lo suficiente para terminar de arreglarse todos los huecos que tenia.

A mi madre le hicieron una carnicería. Si no podías pagar un empaste, en el seguro directamente te sacaban las piezas dentarias. Así fue como cuando siendo una mujer muy joven se quedo sin una sola pieza. Había tenido siete hijos y esto había acelerado el proceso, la falta de calcio y de recursos. Con cada parto había perdido alguna pieza.

Sin dientes y tan joven; hizo lo que se hacia entonces, espero a que cicatrizasen bien todas las encías y después busco un dentista que pudiese pagar.

La tarde que se fue a por la dentadura, mi hermana y yo nos quedamos al cuidado de nuestra vecina: La señora Carmen que era como nuestra abuela.

Pasamos varias horas esperando. De pronto sonó el timbre.

- Anda pequeña ves a abrir, pero primero pregunta quien es. Y así lo hice.

En el patio no se veía nada, la bombilla de la escalera se había fundido y el casero tenia que dar permiso hasta para cambiar la bombilla, increíble pero cierto.

El caso es que yo pregunte como en el cuento de los cabritillos.

- ¿Quién es?

- Yo.

- ¿Quién es?

- Ábreme que zoy ztu madrre.

Me fui corriendo a buscar a la señora Carmen porque yo no reconocía la voz.

Ella abrió la puerta. Allí había una mujer que se parecía a mi madre y que vestía la misma ropa pero que no conocíamos.

-¡Dios mío señora Maria pero que dentadura te han “cascao”!

Se veía un dedo de dentadura con las mandíbulas juntas. Con la boca cerrada, los labios no se juntaban. Salían unos dientes tremendos.

- Me ha cicho que me tzengo que acosztumbrar...

- Que se va a acostumbrar, pero si no puede ni hablar, como va a poder comer. ¡Que zancocho! Si se ve un dedo de dentadura cuando cierra la boca. ¡Esta horrible…!

-¡Estos sinvergüenzas! ¿Y la ha pagado ya?

- "zi”

-Ya puede ir sin falta este sábado a que se la arreglen. Y sobre todo que le acompañe su marido. ¡Con lo caros que son y encima ladrones! dijo indignada.

Mi madre no se si dijo algo mas porque de su cara solo recuerdo la boca.

Al cabo de un rato, nosotras ya mas tranquilas, seguíamos mirando a aquella mujer que decía que era nuestra madre.

Antes de bajarnos a casa se quito la dentadura y ya nos bajamos sin ningún recelo.

No cuento lo que dijo mi padre porque se lo llevaban los demonios.

Al sábado siguiente mi padre, exigió que le hiciesen una dentadura a su medida.

La segunda soluciono el problema estético y de pronunciación pero el problema de uso, para poder comer, se quedó en intento.

A nosotras siempre nos costaba un rato asimilar el cambio que experimentaba cuando se la ponía, puesto que la mayor parte del día la veíamos sin ella.

Después de reírnos de esta situación pasamos a convencerla de que excepto los más imprescindibles, nadie más la vería sin los dientes.

Y llego el día que le hicieron el preoperatorio.

Después de completar la historia clínica le toco peso y talla.

Se oyó la voz de la enfermera que decía:

-un metro cuarenta y uno y cincuenta y seis kilos.

-¿Pero eso es mío?

-Si mama son tus medidas.

¡...pero cuanto he menguado... con lo alta que era! Dijo con cara de asombro.

-Muy alta y con ojos azules, le respondió el médico, que era bastante campechano, y después… con los años… como nos estropeamos ¿verdad?

Ja, ja, ja, rió abiertamente mientras se volvía hacia el doctor y le decía:

– Pues usted no se lo cree pero es verdad…

Cuando salimos de la consulta me volvió a decir:

¿Ya me habrán tomado bien las medidas?, ellos dicen amen pues amen. No he tenido ganas de discutir porque el médico parecía agradable…pero que se han equivocao, se han equivocao…

 

 

 

 

 
 
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