BREVE ENSAYO SOBRE LA DUDA

Julio Cob Tortajada

 


 

Duda: f. 1.  Suspensión o indeterminación del ánimo entre dos juicios o dos decisiones, o bien acerca de un hecho o una noticia. 

Me dicen que a mi edad de siete años fue cuando mi padre tuvo que abandonar el domicilio familiar, y me lo dicen así, dejándolo caer y aunque lo hagan sin señalar culpables sí lo hacen como si mi madre lo fuese. Me dicen que a mi padre le gustaba beber, pero no mucho. Y que cuando llegaba tarde a casa le pegaba a mi madre, pero poco. Me dicen esas cosas y me callo, como si no las hubiese vivido. Sin embargo, las recuerdo como muy bien aunque mejor sería decir como muy mal. Muchas veces decimos cosas y enseguida nos damos cuenta que tienen un sentido diferente al que queríamos darle. Aquellas noches de miedos, a la llegada de mi padre, me metía en mi cuarto y me escondía entre las ropas de cama procurando huir de aquel horror. Entre fríos y  tembleques esperaba que pasara la noche deseando que al amanecer, una vez mi padre se hubiese marchado a no sé donde, acudir a ella y llenar de besos su rostro. La verdad es, en contra de lo que me dicen, que mi padre bebía mucho y también es verdad que pegaba siempre a mi madre. Y también es verdad que mi madre no tenía culpa de nada.

Pasaron tres años desde el día en que nos quedamos solos. De todo ese tiempo recuerdo los sufrimientos de mi madre para salir adelante.  No sólo por la falta de trabajo, pues no consiguió ninguno fijo ni duradero, sino porque al no pedir ayuda a su madre, que jamás le perdonó casarse con mi padre, ni tampoco a sus dos hermanos, que nunca se portaron como tales, tuvo que recurrir a los vecinos y  sobre todo al tendero y a éste, cada vez con mayor frecuencia. Algún mes no funcionaba el teléfono en casa y mi madre me decía que en el barrio donde vivíamos, siempre en obras, las continuas zanjas eran las causantes de las averías. Hasta que un día averigüé que el hilo telefónico no iba enterrado por los suelos, sino cableado por las paredes y transportado a través de postes sembrados por todo el barrio. Jamás me atreví  a preguntarle por qué me había mentido. Como tampoco le pregunté por los motivos durante aquellos tres años de:  cuando  los recibos devueltos por la escuela, o también, de cuando mi primera comunión sin invitados, o  de cuando llegado el verano, éramos los únicos que nos quedábamos en casa convirtiéndonos en guardianes de todo el edificio, o de aquella vez, que estropeada la TV, donde veía mis dibujos, mi madre no pudo comprar otra. Fueron aquellos los años en los que la vi llorar tanto que temí llegara a enfermar.

Pero después de aquellos años todo cambió en casa. Las penurias cesaron, en el Colegio ya no me daban recados para mi madre, que ya pagaba al tendero y todos los sábados íbamos de compras a El Corte Ingles.

Ahora me dicen que mi madre tuvo que dedicarse a la prostitución, a ese  comercio que dicen es la profesión más antigua del mundo. Dicen eso y será verdad. Pero se dicen tantas cosas que lo mejor es no escucharlas. Ahora bien, pienso que si era la profesión más antigua, debió de ser porque en aquellos tiempos también las mujeres lloraban y seguro que tenían hijos a quienes llevar a la escuela y luego darles de comer.

Me dicen que murió de una enfermedad muy mala que se le produjo en muy poco tiempo: “y ¡a saber que habría hecho!”, así me lo soltaron y con muy mala uva.

 Y ahora, a mis dieciocho años, solo  y con un piso pagado con los esfuerzos de mi madre, mi tío Andrés que junto a su hermano son quienes me dicen todas estas cosas,  quieren venir a vivir a mi casa, y como son unos tíos que no conozco, pues  le he dicho que no, que si mi madre no quiso saber nada de ellos,  pues yo tampoco.

Se dicen tantas cosas y a veces con tan mala intención, que me hacen dudar de la decisión que tomó mi madre; aunque estoy convencido que en su tormento hizo lo que debía. Lo peor de todo es que mi madre jamás intento aclarar mis dudas. A veces, intentaba decirme cosas, como para que entendiera lo que sucedía en sus idas y venidas a la casa. Pero empezaba a contármelas y yo notaba como que no se atrevía o que no sabía.

Es igual, dudas tengo muchas, pero la única verdad es que mi madre todo lo que hacía, todo lo que yo sé que sufría cuando llegaba a casa y se metía en el baño como para limpiarse, todo aquello, lo hacía únicamente por mi.

Por eso yo le decía, cuando intentaba decirme algo, que se callara, porque esto lo pensaba y no se lo decía, a veces, lo malo, es saber demasiado.

Duda: f. 2. Vacilación del ánimo respecto a las creencias religiosas. 

Dios, hacedor de todas las cosas, tanto materiales como de nuestros destinos, es inmensamente misericordioso y su bondad es infinita como lo prueba el hecho que dio su vida por todos nosotros. Ésta es la verdad que escuchaba convertida en axioma desde mis infantiles años en una casa de monjas situada en la callejuela de Exarchs, pasando luego por otros centros privados, laicos y clericales,  asistiendo siempre a la Palabra. La escuchada primero a los de sin sotana en una pequeña capilla huérfana de santos y colgajos, y luego y durante más tiempo, asistiendo a los que te prestaban sus manos ofreciéndome su amparo, aceptado por mi con un beso sobre aquellas. La Palabra fue siempre una certeza constante, basada entre otras cosas en que si observamos la naturaleza, su belleza y su perfección, afición bucólica que por otra parte compartía, la conclusión no podía ser otra que su creación era obra de Dios.

La certeza de que nuestro tránsito por la vida no es en soledad es total, pues más que uno somos dos, anidados ambos en nuestro yo. No es cierto eso que dicen de nuestra soledad, y entiéndase que me refiero a los momentos en que a nuestro alrededor nadie nos acompaña y que son los más. Pues siempre tenemos a nuestro otro yo con quién conversar, aunque en infinitas ocasiones despreciemos su fidelidad.

Así fue aquel trabajo de siete días, cuando me preguntaba el otro yo, qué cómo en tan poco espacio de tiempo se podía hacer tanto y tan bello, y como del barro y por qué de nuestra especie y no de otra y por qué nos hicieron con una ley tan distinta a la de otros que también debían ser sus hijos. Y yo le contestaba a mi otro yo, que era cuestión de fe. Y se lo ratificaba en que dudar de Él, era como titubear de nuestra madre, que siendo solo una,  es por lo tanto incuestionable.

La ciencia me habla de millones de años y del momento del bing beng, segundo en que la tierra y el cielo se formaron con la separación de la materia. Instante en que empezó todo, hasta nuestros días. Y le pregunto a mi otro yo, qué quién creó aquella materia. ¿Fue Dios la materia? Y le pregunto lleno de dudas y me contesta que algo no encaja, que la exigencia de tener un Dios, que ciertamente tanto lo necesitamos, no implica que sea Él, el autor de todos nuestros días y de los de tanta gente.

Dios en la Tierra tiene su casa abierta a la de todos. Es allí donde sus prestes nos recuerdan,  que llegará el día en el que tendremos que rendir cuentas de nuestras actuaciones. Y le pregunto a mi otro yo, qué quién estará sentado en el banquillo de los acusados, pues no entiendo juicio sin ese lugar, si sus clérigos o nosotros, y me contesta que no distinguirá a unos de otros, pues no habrá bandos, y sólo Él será juez.  Y también le pregunto si a ese juicio asistirán quienes no lo conocen,  por qué jamás han oído hablar de Él, y es cuando quiere contestarme pero dice que no sabe.

Y soy yo quien creo en la existencia del cielo, y del premio en conseguir su entrada  y por eso le manifiesto a mi otro yo, que vale la pena luchar por conseguirlo, y me contesta que sí, que también él lo cree, pero me dice que ese cielo y ese premio está aquí, en nuestros días y en nuestro mundo, y que será al final de nuestro tránsito el momento de recoger el galardón de la paz: el fruto de de haber actuado de acuerdo con su Palabra. 

Duda: f. 3. Cuestión que se propone para ventilarla o resolverla.   

Gracias a las grandes dudas mantenidas por la humanidad hemos conseguido avanzar por un camino constante de preguntas, muchas veces esquivo a las respuestas. Todo lo planteado ha sido contestado y sin embargo quedan bastantes interrogantes por solucionar, y éstos están ahí, bailando ante nuestros ojos, esperando que alguien de forma  elaborada o providencial, qué más da, pues lo importante es alcanzarlo,  lance un ¡eureka! y resuelva la materia en cuestión.

Sería curioso detenerse en el instante inicial de aquellos grandes investigadores, ante cualquier evento y averiguar el por qué de lo que les hizo comprometerse ante el reto. No en sus deducciones, sino en los interrogantes que les llevaron al desafío. El porqué de los porqués que se planteaban, que bien pudieran ser la demanda de soluciones,  el afán de ayuda, la vanidad, el enriquecimiento, la notoriedad, la aventura, la casualidad o simplemente  la duda.

Desde las grandes cosas que prácticamente suelen ser muy simples, hasta de las nimiedades que encierran grandes especulaciones.

Como por ejemplo al que de tez y cuerpo blanco, el huevo, se presta a la imaginación: de rasgos tan lisos por fuera que ni por faz ni por hechura, el sexo se le distingue  y tan sólo por su aspecto se le conoce, como lo más simple y natural.

Fue el navegante Colón quien lo puso de pie cuando no era tan sencilla la cuestión, y con ello surgió la metáfora, la que resuelve grandes dificultades de la forma más humilde, quizá,  porque casi siempre optamos por las soluciones difíciles, quizá porque nos embrollamos o, como en otro orden de cosas nos planteamos,  si fue primero el huevo o lo fue la gallina.

Quizá se resolviese el tema, si el huevo, el origen de la vida, seguramente el más preciado ser surgido del bing beng, no caminara en soledad, y tuviese a quién preguntar, para ante la duda, presentarse en sociedad dando a conocer quién fue antes y quién fue después. Pero el huevo no tiene la facultad de a quién sonsacar. Esa es su gran fatalidad, la de quien siendo el origen de todo, se encuentra aislado de los demás, bien cobijándose en el nido dispuesto a su fecundación, bien encerrándose en un frigorífico cualquiera: al que todos acudimos para no decirle nada.

La gallina, por su parte  que tan sólo cacarea y pone cara de no saber nada, nunca llegará a comprender que nació a este mundo desde lo que descuidadamente dejó caer.

Junio 2005

 





 

 
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