Alice, Henry y Jim

Javier Guerrero Rodríguez

Alice Belletti no quería tener el negocio entre las piernas, por varios motivos: por un lado estaba el tema de los escrúpulos que también estaban ahí, asentados entre las piernas, y como consecuencia de ello, la desgana y el asco, por otra parte, existía un arraigo indeseado a las prácticas de la industria del porno, y con tantos excesos sexuales, demasiadas embestidas para una aspirante a princesa, empezó a detestar la presencia de aquellos toros con sus grandes proporciones y sus caras de perros viciosos, siempre con la lengua fuera y jadeando con una lujuria agresiva y algo irracional, y en tercer lugar y en consiguiente relación de causalidad con lo anterior, creía haber encontrado el amor de un tipo que rechazaba con vehemencia mantener una relación con una actriz porno. Y así se lo dijo: Alice, empezamos desde cero, tu pasado es escabroso pero lo vamos a olvidar, y para ello lo primero que has de hacer es desecharlo, y eso no tiene que ver más que con tu retirada. Sí, Henry, me muero por tu caricias y por tu pene normal, le dijo ella etérea en la nube que la transportaba sigilosa, feliz. Bienvenido al mundo de Alice, que acaba de nacer, el pasado no existe Henry, el pasado es una pompa de jabón rota en mitad de la atmósfera. ¿Qué queda de la pompa de jabón? Nada. ¿El porno? No sé que es el porno. Ni siquiera sé mucho de Alice Belletti, apenas me he podido conocer en estos cinco minutos de vida. A continuación hicieron el amor con una suavidad casi hermética, los movimientos acompasados a un lento viaje espiritual de amor y placeres que expiraron en su ligereza cuando Henry giró la velocidad hacia los vértigos del pasado y dio origen a unas acometidas violentas. La tomó por detrás y empezó a imaginar la escena con Jim Dick en El fontanero siempre llama dos veces, y ella sabía que Henry estaba pensando en Jim Dick, y que iba a arrepentirse en la culminación de haber elegido a Jim Dick como personaje. Entre jadeos ella le dijo: puedo matarte si acabas en mi cara. Henry  dijo: no te preocupes mi amor. Pero a continuación habló Jim: se nota que te la han metido quinientas veces zorra del diablo. Al momento la cogió del pelo y agarró su cuello de la misma forma que antes había hecho Dick, con una intensidad breve pero agonizante, y Alice le dio un codazo en la nariz, que le dejó un poco aturdido y con abundante sangre fluyendo que manchaba las sábanas sobre las que ella lamentaba el primer imprevisto de su corta y reciente vida. Y le dijo a Henry que se fuera y que el no era la persona adecuada para afrontar un nuevo mundo. Y mientras Henry marchaba con cierta humildad y mucho abatimiento, Jim rodaba la tercera parte de El fontanero siempre llama dos veces. Y Alice salió a respirar el aire de los parques en el reinicio de su vida, buscando a alguien que no metiera a Jim Dick en la cama. Era sencillo. No exigía demasiado.

 
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