Los burkas sutiles e invisibles de la sociedad occidental

 
 

Mati Morata

 

 

Cada mañana, mientras conduzco, mi coche se dirige, casi de modo automático, a donde debe: mi trabajo. Mi mente, también de modo instantáneo e inconsciente, se escapa, sin embargo, donde quiere, ya sean periferias o sus simas más recónditas. A la postre, el coche, siguiendo su trayecto, encuentra la meta. Y mi mente, entretejiendo ocurrencias, a veces encuentra inspiraciones; otras, se pierde en el intento.

 

Precisamente hoy me ha dado por pensar que, mientras mi mirada se concentra en el frente para no salirme de la carretera, toda la vida y un mundo nuevo nacen, crecen y se desarrollan al margen y en los márgenes.

 

Fue un día, cuando ocupé el puesto de copiloto, cuando descubrí con asombro que allí donde no hubo nada ahora, como por generación espontánea, crecía un amasijo ordenado de urbanizaciones de lujo, zonas comerciales, naves industriales, restaurantes… Un microuniverso que observa mi paso cada mañana al ir y cada tarde al volver.

  

Hoy necesito palabras y cambio la emisora que siempre pone banda sonora a mis disquisiciones de tránsito o a mis inspiraciones sobre ruedas; elijo una de esas emisoras donde se producen las tertulias políticas. En esta ocasión, el tema era: legislar o no sobre el uso del burka. Todos declaran que esta prenda terrible es una manifestación torturadora y absolutamente indigna de la falta de libertad. Nada que añadir al respecto. Pero, de repente, una señora con voz radiofónica cuenta la anécdota de una mujer afgana que seguía los pies de su marido.

 

 “Seguía los pies de su marido”. La frase se repite en mi mente varias veces. Al principio, no logro identificar su significado. ¿Cómo alguien puede seguir los pies de alguien? Inmediatamente, como si fuera un rayo clarificador y doloroso, lo veo claro. Ella sólo puede seguir los pies del marido porque el mundo que ve y el mundo que debe se reducen a algo tan pequeño e indigno. No puede seguir una mirada, ni siquiera una mano amiga; sólo los pies de su dueño y señor.

 

Mi ánimo pasa del sopor a la indignación sin tránsito intermedio. La mujer afgana, o lo que de ella quedaba en su escaso mundo oscuro de telas y sombras, deseó morir, porque durante horas no sabía ni dónde estaba ni dónde ir. Dentro de ese infierno de colores, no se tiene sentido de la orientación; se necesitan los pies del amo.

 

Ahora mi mente escapa a mi mundo, mucho más libre y más razonable, afortunadamente; pero, también, erróneo y equívoco. No puedo dejar de preguntarme. ¿Cuántos burkas sutiles nos impiden ver más arriba de los zapatos de nuestras ambiciones?  

 

Eliminemos, pues, todos los burkas y miremos también a los lados; la perspectiva es condición sine qua non para ejercer las libertades.

 

Mati Morata

JUnio 2010

https://cuentosconcorazon.blogspot.com

 

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