OTRO MUNDO
 

Julio Cob Tortajada

 

 

La plaza, al calorcillo del sol de media tarde que va escondiéndose en lo alto del peñasco, está impregnada de una paz y de un sosiego de valor incalculable. Forman parte de ella una Casa Palacio, la Iglesia Parroquial de la Natividad de Nuestra Señora y un pequeño jardín en el que luce una fuente al abrigo de unos plataneros en el momento de su poda. Muy próximo, el río Jalón que parte en dos mitades al pequeño poblado de Alhama de Aragón. En la otra parte del río un lienzo de casas al pie de los abruptos riscos, se cubre por un manto dorado que tenuemente se diluye, al tiempo que el sol se esconde por un extremo, allá a lo lejos, y que recuperará su brío en el próximo amanecer.

 

Los rostros de su gente que ante mí pasan me son desconocidos, mientras que sus andares tranquilos, sin prisas, llaman mi atención cual dulces pinceladas que tanto al lugar como a mí, su calma transmite.

 

De sus rostros -al ser ya varios los días que acudo al mismo lugar sentado a la justa hora y en idéntico sitio en la terraza que hace esquina a la plaza- tuve la sensación desde el primer instante, confirmada con el paso del tiempo, que iba a dejar de ser un extraño para aquellas miradas teñidas de familiaridad.

 

-Buenas tardes- me saludaban cuantas veces pasaban con una sonrisa que ratificaba la sinceridad propia de la buena gente, desprendida de generosidad.

 

Y así, una tras otras, cuantas caras para mí lejanas cruzaban la plaza, les devolvía el saludo simpatizando a los pocos días tal y como avanzaban las tardes en aquel lugar perdido entre abruptas montañas, frías, rudas, pero que gracias a la sencillez de sus gestos me resultaban la fiel demostración que, o bien el calor humano sigue vigente, o aquello era un extraño lugar al que había arribado desde otro mundo.

 

Noviembre 2010

 

     
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