La Intimidad
 

Julio Cob Tortajada

 

Hemos perdido nuestra intimidad. En los últimos veinte años al menos. Algunos, más económicamente fuertes, la perdieron antes. Salías a la calle y eras dueño de ti mismo. El mundo en tus manos manejando el timón como lo hicieran Gregory Peck mientras se abrazaba con una deliciosa Ann Blyth con las miradas fijas en el horizonte dueños de si mismos.

 

Nadie que les molestara ni que pudieran variar su rumbo ilusionados en su destino.

 

Hoy el mundo no nos pertenece. Qué digo mundo, ni el más pequeño rincón que te pueda embelesar contemplando el noble blasón de una portada artesonada; o la forja de balcón; o la aldaba en la que figura la cabeza de un dragón, al tiempo que se abre la puerta de la que surge una caballero de porte distinguido que desconoces, y que por su extrañeza y para su tranquilidad, inicias con él una conversación interesado por el histórico pasado de tan palaciega casa.

 

Nace pues la mutua empatía y de forma afectuosa te habla de sus antepasados, de su noble linaje y filantrópica dedicación cuyos orígenes se remontan a la época foral.

 

Y resulta ser tan gentil que te ofrece cruzar el umbral para visitar el interior de la biblioteca donde contemplar en su pinacoteca toda la ascendencia de tan ilustre familia que, una tras otra generación, ha llegado a nuestros dias.

 

Una regia escalera de mármol bajo una impar lámpara de cristal de bohemia, según me explica tan desprendido cicerone, me seduce al instante y me llena de emoción, de repente frustrado tanto en cuanto suena mi móvil:

 

  • Cariño, ven rápido a casa. El automático ha saltado, se ha producido un chispazo en el interior del microondas y la cocina esta envuelta en humo.

 

Junio 2011

     
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