EL TÚNEL

 

Julio Cob Tortajada

 

Mi ciudad crece  y cima el asfalto surgen grandes avenidas cuyos cruces frenan e impiden la fluida circulación, caos que se produce y sólo se resuelve gracias a los túneles cada vez en mayor número. Como es el caso del que acaba de inaugurarse en la entrada norte, tras cinco años de obras y rifirrafes entre el Gobierno de Zapatero y el Ayuntamiento de la ciudad.

Crece la ciudad y al mismo tiempo sus pasos inferiores, algunos de gran longitud, amplios y hasta con bonita decoración, aunque por la rapidez que imprimen los vehículos a su paso, su vislumbre, es harto difícil. Aunque, eso sí, sirve para librarles de aspecto lóbrego que siempre tuvieron, a la par, que gracias a  su anchura facilitar su mejor conservación, recibiendo con ello un ligero toque de embellecimiento al subsuelo de la ciudad.

Hubo un tiempo, que a pesar también de sus largas avenidas, -por las Grandes Vías ya se las conocía- así como otras largas calles que circulaban a la ciudad aún pequeña, y que todas aún subsisten, no habían túneles en todas ellas.

Pero si de aquel entonces guardo un grato recuerdo, es de aquel gran pasadizo urbano que recorría con mi padre en muchas ocasiones cuando llegaban los meses de verano. Su recorrido era muy largo, demasiado largo, lo que hacía mayor el deseo  de llegar pronto a la playa. Para cruzarlo necesitábamos media hora, que sumando la vuelta, era una hora el tiempo en salvarlo tantas cuantas veces me llevaba mi padre al mar. Unas veces en el de la playa de Las Arenas y otras a la de Nazaret, aunque aquellas aguas pertenecían unidas a la misma inmensidad.

Cuando enfilaba el tranvía la larga Avenida del Puerto –la que entonces tenía un nombre también muy largo, el la Avenida del Doncel Luis Felipe García Sanchiz-  en aquellos días claros y luminosos, incluso de fuerte poniente, de repente, todo se oscurecía,  el sol menguaba su fuerza, el aire caliente refrescaba y  si querías ver el cielo, era un imposible, pues dos largas filas de árboles plataneros se cruzaban las ramas nacidas de sus gruesos troncos que se repetían en toda la Avenida del Doncel,  creando un interminable túnel frondoso, que cuando salías de él, el paso a nivel del ferrocarril, cuando tenía bajada su barrera, detenía su marcha y era la señal  de las próximas aguas quietas del puerto.  Era entonces cuando volvía el azul del cielo a mis ojos,  y ya fuera del túnel, otra vez al castigo del poniente, si en ese día actuaba con fuerza, que acaloraba mi cuerpo.

Eran otros tiempos. Hoy, muchos años después, el más bello túnel que tuviera la ciudad ya no existe.  Sus dovelas vegetales y sus columnas jónicas de fustes repletos de nudos cada vez más retuertos creaban en sus ramas al unirse la clave que lo sustentaba. Todo un encanto de angostura  que sólo el tiempo sin prisas sabe crear. Sin embargo, hoy, reina la prisa, y quizá por ello ya no existe aquel túnel, como tampoco mi padre, que a su mano, lo cruzábamos juntos dos veces en los días de baño, aquellos los del verano.

 

Julio 2009

    
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