El climatizador

 

Julio Cob Tortajada

 

Aún en el zaguán de mi casa me encontraba confiado, inconsciente de lo que me esperaba. Fue al cruzar el umbral cuando una cortina de fuego sacudió mi rostro lanzándome sobre la puerta en el mismo instante en el que escuchaba un chasquido contra el marco de hierro en el que se estrelló mi espalda.

Lo más racional en aquel instante hubiera sido dar media vuelta, coger mi llave, abrir la puerta y subir hacía mi casa; mas no caí en ello; no siempre uno está al tanto de la más conveniente.

Era ya en la hora de la media tarde cuando me había decidido a salir a la calle. Al pisar la acera, cada losa en el suelo era un foco refractario almacenado de calor recibido en el día. En su veracidad, un vaho termal ascendía hasta mi rostro, que como una lapa, lacraba mi boca sin dejarme respirar. Ni una pizca de brisa, sólo el silencio más absoluto en una calle yerma bajo una atmósfera tan densa como una plancha de plomo, y que en su incandescencia camuflada chamuscaba mi rostro.

Hice un intento de avanzar hacia la acera enfrente, en la que por su arbolado existía generosa una sombra que en ese momento era como un oasis donde refugiarse, pero no pude lograrlo.

Una cortina caída a peso sobre mi cuerpo se convirtió en una barrera infranqueable en la que no había un solo pliegue en sus faldas donde hincar mis manos abriéndome camino.  

Pero no  quise rendirme, luché contra lo invisible con la apariencia de un muro allí permanente. Por momentos creí encontrar el punto débil en el que  poder rasgar en sus dobleces, separarlas con mis dedos y avanzar en la calzada.

Sí conseguí por breves momentos dar un paso; pero lo que pudiera ser el  primer vestigio de éxito, resultó un vano esfuerzo, pues aún me sentí más derrotado por unas llamaradas de volumen indeterminado e imposibles de superar, a merced de un desfiladero incandescente ideal para una emboscada.

No era éste el caso, pues el viento de poniente no es como el traidor que no avisa de su celada, mas lo cierto fue que cayendo implacable, me atacó por todos los flancos sin darme tregua al resuello.

En mi último intento, desesperado y en medio de la calle, quise vencer aquella cortina de fuego. Pateé sus volantes, desgajé su vuelo, tiré de sus cintas y agoté mi última energía luchando contra una pantalla que se resistía impertérrita.

Fue tal la angustia alcanzada, que sólo la conveniencia de regresar a mi casa acudió fresca a mi mente, por lo que di media vuelta, subí al portal, abrí la puerta de hierro, sentí el frescor del zaguán, y una vez recobradas las fuerzas necesarias para subir a mi vivienda, llegué a mi sillón ante el climatizador que no debí abandonar en la canícula de aquella tarde.

Agosto 2009

    
   https://elblocdejota.blogspot.com    

https://valenciablancoynegro.blogspot.com/

 

                                  © Asociación Canal Literatura 2010