EL PLACER DE LA PROHIBICIÓN
 

Julio Cob Tortajada

 

 

Servidor de Vds. no fuma; mi esposa sí. Normalmente solemos frecuentar un cafelito vecinal donde con anterioridad a la implantación de la actual ley antitabaco, mientras quien les escribe tenía la costumbre de ojear la prensa del día, ella consumía un par de cigarrillos degustando un café deleitándose en su aroma.

 

El café, el viejo y entrañable café de tantos y tantos años está condenado, si la sensatez no lo remedia, a perder gran parte de su ambiente más añejo, nacido bien desde la tertulia cultural ya en desuso -¿Don Camilo, le hace un “caldo de gallina o un purito”- bien de la reunión amigable o del trato comercial,  o bien de la pareja furtiva que busca su rincón.

 

Si es sabido que no se pueden poner puertas al campo porque los que lo pretenden fracasan, ni siquiera pueden evitar la satisfacción por los deseos más oníricos, en cambio, el sabor prepotente del circunstancial inquisidor a cuyo disfrute se dedica, lo encuentra cuando lo es posible en el ejercicio de la prohibición, talante en boga ejercido desde el poder, no sólo desde el del Gobierno, sino también desde los autonómicos en el que el de Cataluña alcanza la mayor nota.

 

Prohibir por prohibir es el talante habitual que mejor define al incompetente en su incapacidad de resolver los problemas que, por acuciar más a la sociedad, ocupan los primeros lugares en sus demandas.

 

De seguro, si relacionáramos medio centenar de las preocupaciones que acosan a la sociedad española por su peligrosa repercusión en nuestras vidas, el del fumar en el interior de cafeterías, bares y restaurantes estaría ausente. Y máxime,  en la actual situación de paro laboral: la principal tragedia que nos aflige y a cuyo aumento va a contribuir tan irresponsable prohibición. 

 

Seña de autoridad la de la prohibición, tantas veces criticada, pero que alcanzado el poder, la mutación se produce, y el placer por su ejercicio incrustado en el subconsciente se convierte en un objetivo irrenunciable.

 

Con aviso previo, la fraternal reunión del viejo café se ha fraccionado en dos: la del apestado en el destierro del cielo abierto y la del inmunizado en el interior del café, pero sometido a la acechanza de nuevas prohibiciones tan pronto se le ocurran al aparato inquisidor que vela por nosotros.

 

Febrero 2011

 

     
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