MI BLOC DE NOTAS


SUFLÉ URBANO

Julio Cob Tortajada

 
Son pequeñas, pero pegadizas y cuando se adhieren a nosotros resulta dificil liberarlas por mucho rascar sobre el césped o el canto de cualquier piedra. El regate resulta válido cuando nos llega a tiempo el aviso de su existencia, y un saltito o un zigzag es el guiño más eficaz a la inofensiva amenaza que no es tal, porque en la inocencia se esconde siempre la más perversa de las intenciones.

La ciudad es el gran refugio de nuestros desechos y el buzón donde muchos dejan su tarjeta de identidad. Sea en la concurrida calle o sea en el parque cubierto de follaje por el que se desplaza un esforzado corredor de fondo experto en vallas de escasa dificultad, siempre atento a que el destino no se incruste en las suelas estriadas que le aíslan del sendero.

La ciudad es bella pero a ras del suelo no lo es tanto. Justo en el sitio por donde caminamos alguien aparece acompañado por su perrito. Y es cuando lo ignora, justo en el instante que una caquita queda sobre la sufrida vereda urbana tan ansiosa de cuidados.

El amante dueño del animal se hace el loco, cuando éste, apretando sus temblores, deja en el suelo una firma ininteligible a la que a bien seguro sucederán otras más, porque en la necesidad el mejor aliado es la negligencia. Son pequeñas, pero pegadizas. Pero también lo es el sobre engomado e higiénico donde esconderlas por quienes no quieren dejar recados malolientes con fecha de caducidad muy vencida. Pero muchos no saben de correos ni de emails y dejan perdido el garabato en forma de pastel para que quien venga confiado se haga dueño del suflé. Ajeno e ignorante, de que en cualquier lugar, acera, incluso encima de un frío banco de piedra, son los sitios más frecuentes donde alguien deja fe de su incivil presencia.

Y es con el pringue desafortunado adherido a nuestra alma, cuando iniciamos una lucha tan veloz como vergonzante contra el alcorque o lo que se pueda, en busca del remedio que nos libere del regalo inesperado.

Confieso que mi amor por los perros es limitado, aunque se de su lealtad y abnegación en la defensa de su amo, quien, sin embargo, cuando se encuentra observado por otro caminante en el instante de la firma, inculpa al animal con la seguridad de que éste nada le echara en cara. En su silencio, el perro pensará: hago lo que me enseñaste.

Quiero que sirva mi apunte como homenaje a los que tienen la sana costumbre de acachar su lomo y recoger lo que su amigo deja. Pues de todo hay en la viña de la ciudad.


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