MI BLOC DE NOTAS


Paseando mí calle

Julio Cob Tortajada

 

 

 

Era la primera de mis obligaciones al levantar el día, hace de ello ya unos cuantos años, cuando aún vivía mi perro Nuki, el que un día se quedó en mi casa como regalo de quien de ella se iba para que no nos quedáramos tan solos. Y luego, al anochecer, volvía   a mi último deber del día: sacarlo otra vez con la intención de que paseara un rato en busca del alivio que necesitaba el pobre animal.

 

Era yo coger la cadena y mi perro se volvía loco dando vueltas en el recibidor de mi casa hasta que mirándome a los ojos y con algún ladrido de urgencia, se quedaba a la espera que la fijara a su collar, único instante en el que Nuki permanecía quieto.

 

Era un caniche grifón, pequeño, feo como la madre que lo parió y con malas pulgas, pues cuando algo no le gustaba, ladraba sin cesar hasta que se salía con la suya. Efectivamente, nos había ganado la mano a todos en el claustro familiar.

 

Ya en la calle, una par de vueltas a la manzana y misión cumplida. Sólo un detalle: no era yo quien lo sacaba a pasear, pues más bien era al contrario. Como necesitado de vapores voluptuosos, hincaba el hocico en ese vértice continuo donde se une la acera a la pared de las casas, lo enfilaba y había que ir detrás de él, ligero de paso, tal era su ansia a la que se unía la fuerza de su cuello que lo hacía incansable, lo que me privaba el disfrute de un tranquilo paseo por mi barrio.

 

Incluso seguía haciéndolo cuando ya tenía sus años, que aunque llegaba a cansarse, nunca cedía en su empeño. Y una vez recuperadas sus fuerzas ¡vuelta a tirar! Y yo detrás de él, obligándome a su ritmo.

 

Hace unos cuantos años de ello, les decía. Y lo tenía olvidado. Sin embargo, ha sido hace unos pocos días cuando me han venido al recuerdo -al ver a un joven con su perro en el mismo trayecto que yo utilizara entonces- aquellas mis obligaciones,

 

Ignoro la raza del perro, corto de pelo, de color tierra rojiza, ancas poderosas, mediano, pero tirando a grande, fuerte y robusto; como su dueño: joven corpulento, fuerte, auténtico “cachas” salido de un gimnasio en el que se machacan los músculos.

 

La pregunta que me hacía al verlos era si aquello era pasearlo, porque el perro, sólo hacía que anclar sus piernas en el suelo tirando hacia atrás, como queriendo quedarse, mientras su dueño tiraba de él, llevándoselo a rastras consigo e imponiendo su fuerza a la del acostumbrado y dócil animal. Así durante todo el trayecto que fui tras ellos. Su amo, mirada al frente, cabeza alta, engreída, caminando ligero, como teniendo prisa por llegar a alguna parte y llevándoselo a rastras sin hacerle el menor caso. 

 

Nada que ver con mi pequeño perro, olisqueando ligero, que me obligaba a seguirle cuando era él el que me sacaba a pasear todos los días dos veces.

 

Noviembre 2008



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