MI BLOC DE NOTAS


LECTOR IMPENITENTE

Julio Cob Tortajada

 

No supe de su nombre, ni siquiera se lo pregunté. Todos los días me lo encontraba sentado en la acera, junto a la entrada del mercado, enfrascado en la lectura de un  gastado libro de páginas ya amarillas y algo arrugadas, quizá buscado o encontrado con sus manos en no sé cual lugar, o quizá recibido de alguien que a sabiendas de su afición inquebrantable por los libros, le hacía tan preciado regalo.

 

Junto a la acera, apoyada a la farola, tenía su bicicleta de marco oxidado sobre la que en ocasiones le veía veloz por el barrio en dirección a su lugar habitual, y siempre seguido de un fiel perro que, más tarde, tumbado a su lado y descansando su boca aplastada sobre el suelo movía sus párpados con apacible descanso.

 

Una gorra vieja y algo sucia, porque no podía ser ni nueva ni limpia, en el suelo, bajo el zaguán de la entrada al mercado, era el reclamo para que algunas monedas completaran su jornal, y que él, junto a su perro y su bicicleta, convertía la calle en salón de lectura y de cuyo disfrute tanto gozaba.

 

Debían de gustarle los libros de aventuras y de épicas gestas, según advertí una vez, cuando una tarde fijándome en las tapas de su libro sujeto por sus manos poco lustrosas y de yemas manchadas, quiero creer que de la tinta negra robada a sus páginas que con tanto cariño cuidaba y que con sus dedos mimaba, vi en su portada a un hombre barbudo de faja roja y de igual color su pañuelo anudado a la cabeza, con su pipa de viejo corsario y seguro oliendo a ron, que mientras miraba a la mar, tenía todo el semblante de ser el pirata cuyas aventuras narraba Walter Scott. Y  él se embelesaba en la lectura imaginando a un cañón escupiendo fuego desde un pequeño cascarón a la caza de un botín, o sabiendo de las rutas marcadas sobre un mapa de cuero en el que una cruz roja descubre la presencia de un tesoro escondido en una isla perdida, pero alertada en el mapa.

 

Sentado en el suelo pues, y cruzadas sus piernas, escrutaba la mirada en las letras gastadas sobre las que de vez en cuando dejaba la mueca expectante de su rostro, producto de algún lance bizarro que entusiasmaba su corazón.

 

Y era tal su dedicación a la lectura en la que estaba absorto, que ya poco le importaba su vieja gorra, en la que cuando alguna moneda caía sólo el perro le prestaba un poco de atención, en ademán tranquilo y fiel a su dueño.

 

Le vi durante algunos meses, medio año quizás, en los días de su biblioteca callejera bajo el zaguán del mercado con su libro entre las manos, reemplazado en ocasiones por comics de bélicas hazañas, y siempre acompañado del perro y de su gorra en el suelo, y con su vieja y destartalada bicicleta tan oxidada como útil.

 

Mas hace ya un tiempo que ni le veo volar sobre su bicicleta, ni a su perro correr tras él, ni le encuentro sentado en el suelo leyendo una historia que le abría su imaginación hacia un lugar soñado sólo él debía saber dónde.

 

Quizá se halle perdido en su edén añorado, pero seguro que con un libro entre sus manos pasando páginas, unas tras otras, e ilusionado por un mundo que desea conocer; y que seguro sabe cómo: ensuciando sus dedos de tinta, mientras el tiempo le harán callo.

 

Julio 2008



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