MI BLOC DE NOTAS


LAS GARGOLAS DE LA LONJA

Julio Cob Tortajada

 

 

Si las gárgolas hablaran, ¿qué nos dirían? Por si acaso, voy a su encuentro y les pregunto por su mirada  al tráfago  desde lo alto de sus aleros.

Y voy a ellas interesado como estoy  por sus cuitas en torno al  mercado, al que con ojos escrutadores y bocas abiertas fijan su atención ante cualquier escena que bajo sus miradas se produce. Envueltas en  halos  de lujuria, a la par que de cuerpos demoníacos, pletóricos de irreverencias. Allí permanecen, y  que pese estar ajadas por la erosión del tiempo, siguen atentas  merced a la expresividad que dejara el autor cincelada su obra; como la de su alma, símbolo pagano logrado por los años anidado en ellas. ¿Mira que si hablaran?: me pregunto.

De seguro que no se les ha escapado ninguno de los detalles bajo en la plaza, y en su fuero interno, duro como la piedra, los tienen memorizados  desde el  quattrocento de su construcción.

Hoy  he querido saber de ellas. Ha sido un día de azul suave y ligeros algodones,  algo frio,  en el que su gélida sensación no ha hecho mella en mi cuerpo, embriagado al escuchar sus enredos de vecinas frenados por el  murmullo del mercado y el azote desarraigado de los coches, los que instaban a concentrarme con la mayor atención. El sol, ya iniciada su huida, dejaba  sus besos  en la fachada de la Lonja, la única causa a mi favor que me permitía observar tranquilo y placentero, tanto el perfil de sus cuerpos, como la claridad en su bocas, tan groseramente abiertas.

Por sus figuras animalescas, algunas aladas, igual parecen bufones a pie de las almenas, cual guardianes del amplio salón, el columnario de la Lonja, lugar que fuera de saraos de la nobleza valenciana a la que mostraban sus irreverencias cuando pasaban bajo ellas; guisa en la que persisten  impenitentes, tras reciente restauración.

He escuchado de sus bocas,  llenas de desparpajo,  y por ellas he sabido de su puesta al día ante la actual crisis, y en especial de las quejas en la subida de los ajos, que por su alto coste, priva su añadido a las ricas sopas de cebolla hechas al fuego lento de la vieja cocina, la que no sabe de prisas, éstas que tanto aumenta el estrés al sufrido ciudadano. Estado de excitación que  agrada a las gárgolas,  al tiempo que sonríen viendo sufrir a la gente, tal es su demonizada actitud.  

-¡Qué queda del pudor- preguntaba  sobre el arco ojival  de la puerta principal, en cuyas arquivoltas pequeñas figuritas nos alertan de los pecados del  mundo, un ángel custodio, atónito por las minifalderas de ombligos abiertos que pasean ante sus ojos, tan lejanas de aquellas mujeres que cruzaban hacia el mercado cubiertas de largos faldones manchados de barro las más de las veces.

Un diablo desde lo alto del Torreón,  atento al párroco de San Juan, seguía sus pasos ligeros, mofándose  voz en alto cuando vio que el cura sufría un pequeño traspiés al limosnear en el mercado.

Tan solo me percaté de estos ecos, más que suficientes que despejaran mis dudas. Mas en todo lo alto, torneando con mi mirada tal joya gótica valenciana, las sucesivas gárgolas, símbolos del lado más oscuro de la humanidad, soeces y paganas, se alertaron de mi presencia.  Fue entonces cuando una de ellas me sonrió, mostrando  sus genitales como diciéndome aquí me las des todas. Atento a su osadía,  el zoom  acercó su gesto a mi máquina: el que no he dudado en captar, por si el oprobio es merecedor de mi denuncia ante la guardia municipal.

A mis preguntas sin respuestas, alzándoles la voz, sonreían jocosamente con sus caras ladeadas y guiños en los ojos, dueñas de su fortaleza, refugiadas en sus dominios:

-¿Qué querrá este paseante- Se preguntaron todas a una voz- tan atrevido, tan indiscreto y tan preguntón?

 Diciembre 2008



https://elblocdejota.blogspot.com    

https://valenciablancoynegro.blogspot.com/

 

                                  © Asociación Canal Literatura 2008