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La Tierra, como ese vehículo que nos traslada de un punto a otro del
planeta, se calienta insistentemente y todos sus elementos crujen sin
que el aire climatizado, por mucho que lo intente, consiga darnos la
tranquilidad que tanto anhelamos. Alertados por los partes
meteorológicos que nos llegan, bien a través de la antena disimulada en
cualquier doblez de nuestro habitáculo, bien por nuestro navegador de a
bordo, seguimos a toda velocidad sin hacer caso a sus limites, ahora que
nos hemos dado cuenta de la inutilidad de tener los puntos que nos han
dado, como cualquier regalo obligado en el día de un santo comercial,
esos que existen a lo largo de todo el año.
Nos dicen, que el cambio, no el de las marchas sino el climático, es el
más importante mecanismo en las horas de conducción, que son todas las
que transcurren ante nuestros ojos todos los días del año. Por lo que
debemos esmerarnos en sus cuidados y estar atentos a las indicaciones de
tráfico, que por su condición internacional, algo así como el esperanto
pero en banderitas como señales, no debe sernos extraño.
Me pregunto, sin embargo, en qué somos culpables del calentamiento
universal, de cuya fiebre, alguna responsabilidad debemos tener. Sólo
nos hace falta contemplar el paisaje para observar cómo, unos a otros,
en fuego cruzado, nos hacemos la puñeta sin el menor decoro, transitando
por nuestra propia autopista, exentos de peaje y nada dispuestos a
sufrir el control de alcoholemia; no sea que demos positivo y luego nos
señalen con el dedo, indicándonos como culpables.
Si del roce nace el cariño, aseveramos todos, también de la fricción
surge inevitable la calentura. Algo pues de culpa tenemos todos del
calentón, a cuyo alarmante anuncio hay quien se dedica con pingues
beneficios pero también con entusiasmo, activos estos siempre tan
unidos.
El romanticismo decimonónico, la revolución industrial y la tecnológica,
ceden el paso al siglo del cambio climático cuando éste no ha hecho más
que empezar, a cuyo final, muy pocos de los presentes estaremos
invitados, instalados por esas fechas en el éter, libres del frío, como
también del calor. Hasta llegado ese momento seguiremos con el roce y la
fricción, calentándonos unos a otros. Quizá prescindamos del barril de
petróleo, próximo a los cien euros. Pero para eso, queda todo un siglo
por delante.
Octubre 2007-10-30
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