Dice J.J. Armas Marcelo que el
más huidizo de todos los escritores es el que no conocemos, y Francisco
Javier Illán Vivas (Molina de Segura, 1958) ha sido casi un asceta
literario hasta hace un año, escondiéndose del sol mientras soñaba y
escribía, mientras luchaba entre los contrastes y los extremos de su
personalidad.
Y muy tímidamente nos presentó un libro de versos en su madurez
personal, pero en su juventud literaria, y lo hizo como su título “Con
paso lento”, sabiendo que el amor fue siempre, como apunta Rafael Conte,
el sujeto preferido de los viejos juglares, y ello les ha permitido
(incluso en nuestros tiempos de prisas) llegar limpios hasta nosotros.
Porque el amor siempre sobrevive.
Ahora nos presenta la primera entrega de saga de “La Cólera de Nébulos”
una fantasía incluida en el género fantástico, y que se caracteriza por
la presencia de seres mitológicos y un fuerte componente mágico. Podemos
decir que este género literario se ambienta en mundos alternativos y en
el permanente enfrentamiento entre el bien y el mal, pero que también
pueden ocurrir en un mundo por venir, si prescindimos de los adelantos
tecnológicos en sus historias.
La Cólera de Nébulos es eso, una aventura de fantasía épica, un viaje
iniciático en permanente lucha entre el bien y el mal, que se encuentra
en la tradición de lo que Fritz Leiber definió como espada y brujería, e
influenciado por las lecturas de juventud del autor, personajes como Rey
Kull, Elric de Melniboné o el inevitable Conan el cimmerio, personajes
sobradamente conocidos por los amantes del género.
Pero no es una novela solo apta para los aficionados al género, pues
tiene mucho cuanto el autor ha vivido, reproduciendo en su mundo
fantástico algunos de los paisajes que ha conocido, se verán pinceladas
de blancos paisajes de su localidad natal; de ese maravilloso Mar Menor
convertido en Lago de los Dobles, del mundo Suhamak sacado de una
conseguida visión lejana de La Manga, todo ello en un elaborado
argumento, bien establecidas las relaciones entre los personajes y por
la propia acción en sí, por su elevado componente imaginativo.
Está muy bien narrado, sobre todo a la hora de ofrecer una falicidad de
comprensión al lector, pese a la cantidad de “datos históricos” que el
propio autor, en su función de narrador, va entroncando y sacando a
colación en el propio relato, creando todo un mundo en el que el lector
podrá bucear y dejar volar su imaginación. Quien lo lea se encontrará
que a partir de la batalla final de Iskar los acontecimientos se
precipitan, nos llevan hacia un final que, no por ineluctable, se
presiente como agradable.
Seremos testigos del eterno combate entre el Bien y el Mal y, como el
autor se confiesa influenciado por la cultura griega y cristiana,
claramente definidos tales términos: el Bien es la luz, el Mal es la
oscuridad; el bien es Celestos, el mal es el Orco. Y no olvidemos que en
mitología clásica el Orco es el infierno cristiano, el Hades griego.
Y todos los personajes son peones de esa eterna lucha. Esta novela tiene
mucho de acción trepidante, lucha, conflicto o efecto de defensa o el
bello concepto, siempre presente, de la heroicidad, de la entrega a la
lucha de unos determinados valores que terminan yendo más allá de la
supervivencia.
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