Balas sobre mundo st. Por Isidro R. Ayestarán

Ten cuidado, forastero, que este mundo no es lo suficientemente grande para los dos. Tú en tu extremo de la calle, con la mirada fija, poncho del polvo del camino y cigarrillo en la comisura de los labios. Yo al otro lado del silbido aquél de Morricone, con los matorrales arrojados por el viento y acariciando el arma mortal que carga en mi cinto.
No hay explicaciones para este duelo en nuestra Alta Sierra, vaquero, y la chica del saloon aguarda impaciente a que uno de los dos caiga para quedarse con el otro antes de los títulos finales de esta película de serie zeta.
Tú lo quisiste así, extraño hombre de más allá de la frontera, antes de que la pianola tocara a marcha fúnebre por los pecados de los pobres mortales de esta sucia calle.
Sin concesiones al reproche, sin miramientos ni aspavientos; evidentemente, sin titubeos. No están los tiempos para amaneramientos innecesarios, Joe Kidd.
Volarán las balas sobre Mundo street, sobre los colosos de cemento habitados por los muñecos de cartón que regalaban con el último suplemento del periódico dominical. El sheriff, impasible, ha dado cerrojazo al armario donde guarda los fusiles legales; el sepulturero, astuto comerciante que ya había tomado las medidas de nuestros cuerpos previamente, aguarda el resultado de aquella oferta dos por uno que la imprenta había regalado al solicitar los pasquines de la última manifa; la señorita Carsom, la maestra de los niños, se esconde tras los visillos de su ventana, repugnada al comprobar que nadie ha aprendido la lección del civismo y la ética; y Doc, antiguo predicador, se ha pasado a la botella tras leer el último versículo de su destartalada biblia.
No, vaquero; es como si a nadie en Mundo street, cuervos carroñeros aparte, pareciera importarle que nosotros andemos jugando a perder la vida por una mala palabra inoportuna, como si el sonido de la armónica se fundiera con el viento al pasar de largo entre las lápidas del cementerio del pueblo…
Clavas la mirada en mi alma como queriendo adivinar mis intenciones, sin que el sudor alcance la palma de tu mano, dispuesta ante el gatillo anhelante que acabe con la tontería mayúscula de las propuestas de leyes que se discuten a base de mociones de censura.
Y bang.
Un enorme bang como el que originó el caos en el universo, capaz de dar cordura al movimiento de las mareas caprichosas ante la influencia de la luna.
No, forastero… ya te avisé de que esta calle no era lo suficientemente grande para los dos, y que el silbido de las balas es tan potente como el de los besos certeros cuando se está con la persona amada bajo una cúpula de estrellas.

Quizá exista un mañana que te dé una segunda oportunidad.
Quizá existan unas gentes que se detengan a escucharte.
Quizá dejen de existir los quizás, y todos ellos se conviertan en un sí rotundo.

Pero eso no será hoy, vaquero, porque hasta los que te siguen te han dado la espalda y han apretado el gatillo de la pistola que colgaba de mi cinto.
Y mientras te veo caer, sorprendido porque la chica del saloon haya preferido rendir tributo al mártir antes que al héroe, doy la vuelta y desaparezco de Mundo street al galope de mi caballo, como un llanero solitario que se recorta en la luz del crepúsculo, como un poeta que prefiere la compañía de un licor prohibido para escribir sus versos, como el latido del corazón cuando la chica de sus sueños habita muy lejos de su cuerpo.

No, forastero, no era una calle amplia para pasar los dos por el mismo lado.

Ni para mirarnos a los ojos al decirnos buenos días.

Ni para un apretón de manos sincero entre los amigos de los buenos tiempos del pasado.

No era grande, no.

Y tampoco lo es ahora, que cabalgo solo.

Qué lejos queda el sonido de la armónica que acompaña al viento en mi peregrinar.

Y qué distante el aroma de un beso ante una foto en sepia con el mar de fondo.

Y pienso que eres afortunado, vaquero, ahora que estás muerto y no vives bajo la tortura de un bang que se origine a tu espalda, en tu costado, en tu nombre de amante abandonado…

Un bang como el de esas balas que silbaron en Mundo street la noche en que desafiaron a un poeta a morir bajo el influjo de sus versos.


©Isidro R. Ayestarán, 2008
El Cabaret de los Sueños

Marcar el enlace permanente.

Comentarios cerrados.