lasvirgenes. Por Yolanda Sáenz de Tejada

Yolanda Sáenz de Tejada
Cuando era niña
traían a mi casa
una virgen chiquita,
encerrada en
una urna de
cristal.
Tenía al niño
en brazos
(no se cansaba nunca
de llevarlo así).

Las vírgenes
se paseaban en
jaulas por
mi pueblo,
adornadas con
flores blancas
de plástico.
También traían
una hucha
(que no se me
olvide esto,
que es muy
importante:
no venir
dando,
sino pidiendo).

Mi madre
(parece que la
estoy viendo),
antes de echarle
una moneda,
le hablaba
bajito
–que no era rezar,
que eso es otra cosa–
y le contaba
hasta mis
intimidades
(por ejemplo
que yo había
desarrollado
antes el
pecho que
el cerebro).

Así que con
el tiempo y
sus visitas,
la Virgen,
esa de corona
dorada y
vestido
de un celeste
rancio,
se convirtió
en una de mis
mejores amigas.

Porque aprendí
que si
le contaba mis
pecados
estaba salvada y
por muchos
que hiciera,
nunca,
nunca,
nunca,
iría al
infierno.


Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»

Blog de la autora

Marcar el enlace permanente.

2 comentarios

  1. Me ha hecho gracia Yolanda, recuerdo que si hac

  2. jajajjaj… pues yo eso no lo hice, s

No se admiten más comentarios