…Y morirme ahora simplemente… Por María Dolores Almeyda

Cerrar los ojos y dejarme caer desde el nudo invisible de la retórica y ser un recuerdo vago en la memoria de algunos. Un recuerdo que irá desapareciendo como el ruido que deja el tren al alejarse o el humo que expulsa al terminar la cuesta confundido con las nubes después de algunos estertores de agonía.

Así, simplemente. Como si nunca hubiese sido ni estado ni quedado con nadie. Como si solo hubiese sido un desconocido que no ha dejado huella, que nunca estuvo en vuestra casa o que siempre pasó desapercibido… algún día alguien dirá, “os acordáis de…?” “¿De quién”? preguntarán “de aquél que estornudaba cuando alguien con un perfume pasaba por su lado”.

Morir así de repente. Dejar de estar entre los vivos, dejar de sentirlos, no discutir con ellos, no olerlos, no sufrir sus torpezas, no escuchar sus barbaridades. Morir para solo no tener necesidades, urgencias, abandonos. Para vivir abandonado hecho cenizas arrojado en algún acantilado, en un prado mordido por las vacas, en un río contaminado de escarcha… o emparedado en cualquier cementerio a donde nunca más irán a llevarme algo con fundamento y lógica, solo flores que se marchitaran antes de que hayan ido del cementerio.

Morir y que nadie más pregunte nunca porqué llegué tarde o si prefiero los huevos pasados por agua o fritos o duros como piedras. Estar en un sarcófago, muerto, en la capilla ardiente instalada como un mueble que cumple una función, que permanece inmutable por el resto del tiempo en un lugar visible de la casa. Y verme allí y escucharles hablar y discutir y aspirar los olores de la cena, y oír el ajetreo de los cubiertos rozándose indecentes los unos con los otros. Poder elegir las descargas que llegan al cerebro, no soportar las voces de los niños y ver que mi mujer se trae un hombre a casa que no soy yo, porque yo estoy muerto y presidiendo el salón desde un ataúd en el que mi mujer me dejó para estar segura de que me morí. Pero no me importa. Solo quiero estar aquí para verlos desde la muerte.

Porque los muertos no vuelven. Se mueren, quedan muertos y dejan de dar la lata y de meterse en todo y de ensuciar ropa, de quejarse por la sal de la comida, por la textura del arroz. Pero tampoco sufren porque al final carecen de elementos para ello. Los muertos son gente que se vuelve sociable después de muerto, dejan de meter la pata, de bronquear por todo, de fanfarronear cuando le dice al amigo la cantidad de caballos que tiene el coche que se compró, con el que se dio la gran hostia unos días más tarde. Después se les entierra o se les prende fuego y dejan de oler. Ya no tienen necesidad de lavarse los dientes.

Pues sí, morir debe ser como dar un paseo por la playa al amanecer. Pero morir, y quedarse aquí y seguir viendo lo que pasa… eso me gustaría, saber lo que siguen haciendo los que quedan en la casa, en la oficina. Ver al gilipollas que se trae a casa mi mujer cuando los niños estén fuera, asistir a la agonía de la empresa que no son capaces de gestionarlos que quedaron, comprobar cómo mis hijos son mucho más necios de lo que lo era yo cuando tenía su edad. Morir si, para descansar, para no tener que justificarme si llego tarde, si me mancho la camisa con carmín que no corresponde al de mi señora, para no pegarle un tiro si me engaña con mi mejor amigo, ni pegárselo a él porque me engaña con ella.

Morir para que no me importe nada. Para que no me duela nada. Para no pagar impuestos ni acarrear chismes hasta el coche cuando nos vamos a la playa. Morir para estar más frío que el frío que desprende la mirada que quiero ver cálida y amorosa. Morir. Ser un muerto respetable, pero furtivo de su cuerpo para seguirte allá donde vayas, sin que lo sepas. Morir y quedar reducido a nada. De vez en cuando un recuerdo, alguna vez fui una boca enamorada. Alguna vez un beso, un grito, una moneda al aire o una adivinanza. Morir en otro. Vivir en un parpadeo, todo el tiempo del mundo condensado en un segundo de vida. Y después la muerte.

Porque los muertos no tienen escapatoria. Aman hasta la muerte. Mueren y siguen amando una eternidad. Su amor no acaba nunca. Mi amor no acabará nunca. Y seguiré viviendo en un estado puro e interminable.

…Por todo eso yo moriría ahora, simplemente…


María Dolores Almeyda
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