La dama del tul rosado. Por Anden18

Ahí está, puntual como cada noche. Deleitándonos con sus movimientos simétricos y perfectos, bajo un tul rosa adosado a su delicada cintura, como un guante a una mano. Gira y gira al compás de esa música celestial que ya perturba mis sueños cada noche.
Cómo un huracán, sonriendo. Sabe perfectamente que a las 00:00 es el centro de atención, todos abandonan sus cajas, baúles, estanterías para ver como baila “la dama del tul rosado”. Me siento afortunado de ser el único que puede ver a todas horas la cajita de madera, adornada con tallado delicado y clásico, en la que duerme y se esconde después de cada actuación, hasta la próxima noche.
Pero ella nunca me mira, ni se fija en mí. No sonríe al pobre soldadito que a cada segundo se enamora de sus movimientos. Y que, después de cada acto, sigue de pie, mirando la cajita, esperanzado de que en algún momento romperá su rutina, saldrá de su escondrijo y mirará al soldad enamorado encima del armario, abandonado por faltarle una pierna, como a ella. Pero ella… sabe bailar.
Otra noche que pasó y otro suspiro que se mezcla con el aire de la habitación. Otro suspiro porque sigue sin mirar. Ya se esconde y, bajo la luz de la luna llena, junto a la ventana, se ve más linda que nunca, mientras se marcha, como una estrella de Hollywood a la que no dejan de envidiar.
Las 4:00 y, junto a la luna, debo de ser el único ser inerte que espera que ocurra un milagro. Sale el sol, que rasga mis ojos, veo a la señora Olivia, la cama de la casa. Coge una silla y se alza hasta la parte de arriba del armario. “Limpieza gorda del año”. Me coge. Yo ya se que significa esa frase, sobre todo cuando estás encima del viejo armario de roble. No volverás a ver salir a tu bailarina de su cajita. Ya no sabrás si algún día romperá su rutina. Se acabó, soldadito, ha llegado el adiós.

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El reloj de cuco de la habitación de David marcaba las 00:00, todos los juguetes expectante corrían de un lado para otro, armando una algarabía descomunal, como cada noche. Tomaban los mejores puestos para ver como bailaba “la dama del tul rosado”. Todos, al final del espectáculo, coincidían en que había sido su mejor actuación hasta ahora.

Dos horas más tarde después de que la bailarina finalizara su obra y se ocultara en la cajita de madera, en medio del silencio de la noche, sin hacer ruido y sin su melodía habitual, ésta se volvió a abrir. La delicada danzarina asomó la cabeza y miró por encima del armario, “Esta noche no estuviste mirando mi actuación soldadito”, pero el soldadito no contestó. La bailarina, triste, estiró sus finas piernas de porcelana todo lo que pudo para alcanzar a ver a su soldadito, pero no pudo ver nada, sus piernas sólo servían para bailar, no para mirar altillos. Con lágrimas en los ojos se escondió en su cajita. “Si el único espectador para quien me gustaba bailar ya no me mirará más, ¿Para qué bailar?”. Se dijo la apenada bailarina que, resguardada en
su cueva de madera tallada, caería en un sueño eterno del que jamás despertaría.

Anden18

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