Homenaje a los ochenta. Por Salvador Moreno Valencia

Años 80Corrían los chupitos como balas del infierno garganta abajo quemando
nuestros esófagos con su endiablado destilado de agave, cuando sonaba, en el
momento álgido de la noche, la canción que todos coreábamos: «El limite» del
grupo de rock La Frontera.
Nos identificábamos con aquellas letras por creernos, a esas horas, en las
que los efectos del tequila nos habían transportado al limite del bien y del
mal, al menos de lo que entendíamos como tal, cercanos a ese mundo que rompe
las fronteras de lo cotidiano, por cotidiano mil veces más absurdo; el
limite, como estar al filo de la navaja o caminar descalzo sobre brasas de
carbón era lo que creíamos entender pensando de una manera libertaria,
desalojados de ataduras y de imposiciones sociales.
Más bien era un lugar imaginario en donde nos hubiera gustado estar en algún
momento de nuestras vidas, dándonos la oportunidad de poder cambiar el mundo
que nos rodeaba haciendo realidad ideas y sueños; entonces el ritmo de la
música y el estribillo de la canción nos otorgaban unos segundos de gloria,
la que en nuestros corazones anhelábamos en los labios ardientes de alguna
hermosa mujer de prietas carnes lanzándonos a la lujuria más descabellada y
atroz por bella e irreal, por estar más cerca del mal que del bien
propiamente dichos como nos lo habían hecho creer nuestros educadores no
laicos dotados de una fe y un doctrina colmada de misterios.
Nosotros éramos hijos de la frustración y el desengaño, adolescentes que
despertábamos en una transición y jóvenes que nacíamos en una democracia que
se acababa de estrenar en un país que salía de un duro trance dictatorial.
Y aquellas canciones de los ochenta con su movida madrileña, como siempre ha
sido, centralizaba un movimiento que hacía despertar a toda la nación en su
capital, quedando el resto del territorio huérfano de cultura y sumido por
muchos años más en la más profunda y negra de las Españas, que todavía, en
algunos pueblos, por desgracia, sigue viva.
Nos llegaba la movida ochentera tarde, casi en los noventa, al menos en
aquélla ciudad que bien comparó un gran amigo mío como la Cuba sin Fidel,
una isla rodeada de montañas, lejana al mundo exterior y cercana al pasado.
Canciones como «El limite» y tantas otras: Lobo hombre en París, Jardín
Botánico, Cadillac solitario, Perlas ensangrentadas, La chica de ayer,
Déjame, Enfermera de noche, Bote de colón, Bailaré sobre tu tumba, Galicia
caníbal, Camino Soria, Juan Antonio Cortes, Groelandia, Yo tenía un novio
que tocaba en un conjunto, Ataque preventivo, El pistolero, Metadona,
Escuela de calor, Huesos…
Y muchas otras sin dejar en el tintero a las que nos obsequiaron sus
majestades satánicas los Rolling Stones, Bob Dylan, Eric Clapton, Tina
Turner, Bob Marley, Nina Simone, Eurithmics, Status Quo, Roxy Music, David
Bowie, Talking Heads, Chris Rea, Leonard Cohen, Pretenders, Dire Straits,
Pink Floyd, Police, U2, Scorpions, Kis, The Chlass, The Ramones…
Todos estos y muchos otros grupos que escuché en aquella isla fueron, al
menos para mí, la salvación, gracias a ellos crecí como persona y aprendí
cosas maravillosas; descubrí de la vida lo dulce y lo amargo y me tambaleé
al limite de aquello que entendía como bien y me acercaba al mal; bailé al
ritmo de las guitarras de la Frontera cuando oía aquel «El limite» dejando
que mi imaginación volase hasta llegar a lugares soñados caminando por ese
fina y frágil línea que separa el mal del bien y viceversa.


© Salvador Moreno Valencia

Marcar el enlace permanente.

Comentarios cerrados.