Las muñecas también son para los niños. Por José Carlos Morenilla Rocher

Sucedió en Valencia. Pablo y Ana son padres de tres niños. Sandra la mayor ya tiene 5 años. Es una niña alegre y algo revoltosa. Este año ha empezado a acudir a clase. Todavía no estudia nada importante, pero ya sabe comportarse cuando sus padres no están presentes. Pablito con sus tres años y medio, que a esa edad los medios años cuentan, es un niño despierto que siempre está pendiente de lo que hace su hermana. Un poco celoso de los mimos, lo está pasando mal porque ahora, además, tiene la competencia del pequeñín, en el cariño de sus padres.

Papá hoy ha terminado su trabajo un poco antes. En realidad, después de una tediosa comida de trabajo ha decidido no volver al despacho. De algo ha de valer ser el arquitecto estrella de su empresa. Hoy tiene necesidad de estar junto a su creciente y feliz familia. Mientras Ana arregla al bebé en su cochecito, Pablo viste a su hijo y le va haciendo comprender que pronto el también tendrá que acudir y quedarse sólo en el cole, como Sandra, a la que ahora van a ir a recoger.

A la salida del colegio, Sandra está encantada. Hoy han venido todos a buscarla. La profesora se acerca a ellos y les cuenta lo bien que se ha portado en clase, y eso aún la hace más feliz. Pablito asiste al ritual un poco serio. De vuelta a casa pasan, como cada día, por la puerta de la tienda de las gominotas y los juguetes. Hoy Sandra se encuentra con más decisión para pedir a sus padres que le compren esa muñeca con trencitas que tanto le gusta. Ellos se miran y deciden que se lo ha merecido. La niña es feliz. Mientras sus padres pagan, Pablito se apropia de otra muñeca exactamente igual que la de su hermana. No, Pablito, las muñecas no son para ti. Si quieres te compro gominolas, le dice conciliador su padre. Pero Pablito no quiere. No quiere y no suelta la muñeca. Se la arrancan de las manos.

Ahora el bebé está en brazos de su madre que trata de calmar su desconsolado llanto. El padre empuja el cochecito y de la mano Pablito, Sandra, feliz, va dando esos saltitos que dan los niños, junto a su padres. El semáforo se pone verde y ellos empiezan a cruzar. La calle es muy ancha, con varios carriles en cada sentido. Sandra se adelanta con sus saltitos. Casi ha llegado a mitad de la calle. En la otra dirección, el coche circula a gran velocidad. Los padres, más que verlo, lo oyen, lo intuyen, lo sienten. ¡Sandra! ¡Sandra, para!. Pero Sandra no los oye y sigue cruzando la calle jugando con su muñeca. Cuando llega a la mediana, su padre que ya ha dejado el cochecito, corre tras ella sin esperanza, pero entonces la muñeca se le cae, y ella se detiene a recogerla. El coche cruza a gran velocidad sin atender al semáforo. Cuando Sandra se incorpora de recoger su muñeca, su padre está a su lado lívido.

Desandan el camino, y de nuevo en la tienda de juguetes, ante el estupor del dependiente, le compran su muñeca a Pablito.

Asociación Canal Literatura

José Carlos Morenilla Rocher
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