El alma de la bestia. Por Mar Solana

    Adoro a los animales, esos seres peludos de cuatro patas, desde que recuerdo tener memoria y siento que ellos tienen una especial sintonía conmigo. Cuando cumplí siete años, mi hermana trajo a casa a una preciosa gata, Chispita, que convivió con la familia la friolera de catorce años; llegó en mi infancia y se marchó en la flor de mi juventud, compartió conmigo toda una etapa de la vida. Aún me conmuevo al evocar la imagen de toda la familia llorando como niños huérfanos cuando se murió, en brazos de mi hermana. Mi madre lo pasó tan mal que prometió no tener más animalitos en su vida (ahora tiene otra preciosa felina, Luna…). Así que esperé a ser dueña de mi espacio vital para tener a mi lado a más seres mágicos o ¿mascotas? Nunca entendí por qué llamamos así a los animales que adoptamos y entran a formar parte integral de nuestra familia; mascota es ese animalillo que llega con un enorme lazo rojo por Navidad y que en verano es abandonado en la primera cuneta porque en el hotelito con piscina está prohibida su presencia, o muere deshidratado porque olvidan ponerle agua. Un ser vivo con sentimientos y esa enorme entrega no-puede-ser-una-mascota. Mascota es un amuleto, un talismán, algo pequeño que se lleva encima para propiciar la buena suerte, ¿llamarías de esta manera a tu marido, esposa, hermano, o a tu propio hijo? Un animal al que adoptamos es un compañero en nuestro camino, es un miembro más de la familia, no es una “cosa” a la que podamos atribuir nuestras supercherías como a cualquier reliquia. El uso de amuletos es muy respetable, no lo estoy criticando, trato de expresar que un animal que “nos elije” para compartir la vida no es comparable a un fetiche,  es un ser vivo como nosotros y sólo por ello, le debemos más respeto que a nuestras propias supersticiones.

      Muchas personas de mi entorno piensan que convivo con estos “peludos adoptivos” porque no he podido tener hijos, en parte es verdad; sin embargo, si hubiera enanos en casa, ellos también estarían. Además, todos los animalillos que han pasado por mi vida me han permitido desarrollar esa faceta maternal que la vida o el destino me han negado y les debo una enorme gratitud por ello. Cuando naces con el amor hacia estos seres tan mágicos ensamblado en tu alma, un instinto muy superior a tu propia humanidad te impele a vivir siempre con ellos, a rodearte de peluditos de por vida. Y así como necesitas ingerir alimentos para nutrir tu cuerpo, demandas su mirada, limpia y pura, para nutrir tu alma cada día. Decía San Francisco de Asís, en Los motivos del lobo, de Rubén Darío: «En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado. Es triste. Mas el alma simple de la ‘bestia’ es pura». Y pongo lo de ‘bestia’ entre comillas, porque es precisamente la mala levadura la que la engendra y no al revés. Y, por supuesto, la pureza no equivale a la ausencia de emociones, no. Los animales también sienten tristeza, alegría, enfado o celos cuando prestas más atención a otros que a él. Pero son sentimientos transparentes, sin recovecos, torceduras o traiciones retorcidas como las nuestras. Ellos no poseen ese lado oscuro que se dedica a lanzar puyitas al prójimo cuando algo no está como su ego deseaba o cuando siente envidia de que a otro le vaya mejor que a su ambición. Los compañeros peludos siempre se alegrarán de tu suerte porque la sentirán como suya propia; tu entusiasmo es el suyo. Jamás te juzgarán, descalificarán o condenarán a la menor de cambio, ni siquiera si te enfadas con ellos cuando han hecho alguna trastada e intentas enseñarlos… Puede que alguna vez no “te capten”, pero siempre te dejan claro que están de tu parte, que permanecerán a tu lado, pase lo que pase y caiga quien caiga… ¡y por tan poco a cambio! Te entregan más de lo que reciben, esa es su enseñanza, el Amor Incondicional: “te amaré siempre, por encima de tiempo y espacio, aunque tú dejes de hacerlo…”. Y sentirán una gratitud hacia nosotros sin parangón, como si fuera la primera vez que se encuentran contigo, sin rencores o amarguras; sabrán agradecerte hasta el más pequeño gesto que tengas con ellos.

     Cuando uno ya peina canas no puede seguir cometiendo los mismos errores, como si viviera en la fuerza inagotable de las aspas de un molino o en la energía incansable de una dinamo; sobre todo con esas criaturas con pretendido raciocinio, complejas e ingratas… Por eso, desde que pude ser dueña de mi propio espacio, no he dejado de adoptar, a lo largo del tiempo, a mis amados peluditos del alma: cuatro hámsteres, seis conejos, un canario y un perro. Y quizás, quién sabe, en un futuro, vengan gallinas, alguna vaca y caballos… No existe mayor consuelo que su fidelidad y cariño cuando estás afligido por el dolor, no conozco experiencia comparable con ninguna persona. Mientras la terquedad y la intolerancia humanas continúan chocando una y otra vez como la cornamenta de dos ciervos en celo, los animales evolucionan y nos enseñan las más sabias y hermosas lecciones de Vida.

     Nuestros “hermanos pequeños” siempre están ahí, y cuando alguien te deja en la estacada, ellos entran a colmar tu existencia de bendiciones, por eso son ángeles en la tierra, no me cabe la menor duda.

     Y para ellos está dedicado este poema, a todos, pero en especial a los amores peludos que han pasado por mi vida, y a los que todavía la están compartiendo…

      A Julio, Oscar, Simba, Churrete, Rubi, Lyra, Dina, Lenny, Turky e Ivi…  Y para Mike y Phany, los grumetillos de mi alma…

 

«Y en un principio todo era caos, oscuridad.

En el alfa, el vacío.

 

Y Dios creó las Plantas,

Y ellas nos regalaron Árboles, Arbustos, Flores y Frutos…

Nos ofrecieron sus cultivos para alimentar nuestros cuerpos,

nos donaron su sabiduría para sanar nuestras Almas y

nos trasmitieron toda su belleza para cultivar nuestros Espíritus…

 

Y Dios creó a los Animales,

Y Ellos nos donaron su compañía y

nos entregaron su Amor Incondicional a cambio del maltrato y la tortura…

Se ofrecieron en sacrificio algunas especies

para alimentar nuestros cuerpos;

nos regalaron su mirada

para sanar nuestras Almas y

nos concedieron su eterna compañía,

para cultivar nuestros Espíritus…

 

Y las Plantas y los Animales sí estaban cerca de Dios…

Y las Plantas y los Animales eran Sol, Tierra, Agua y Aire,

Eran Uno con Dios,

Lo llenaron todo

Y el vacío se hizo Vergel (…)”

Asociación Canal Literatura

 

 

Mar Solana
Blog de la autora

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2 comentarios

  1. Hola Mar:

    Un buen relato y un hermoso poema de recuerdo para esos animalitos que además de ofrecernos compañía tienen también derecho a la vida. En cuanto a esa bestia que mencionas -no precisamente el lobo- ya no vive dentro de la cueva, sigue todavía escondida en la cavidad de algún que otro corazón sin alma. ¡Si Francisco de Asís regresara…!

    Te envío un fuerte abrazo amiga. Juan Antonio.

  2. Mi querido amigo:

    Muchas gracias por compartir tus pensamientos conmigo. Es verdad, Juan, la bestia vive dentro de muchos corazones sin alma o, como bien dices, en cavernas de almas muy precarias… El ser humano sigue albergando un ‘mal instinto’ que le lleva por un camino muy regular… 🙁
    Decía un pensador espiritual del siglo pasado, Rudolf Steiner, que una persona sólo podría aprender verdaderamente a Amarse a sí misma y a las demás, si comenzaba por entregar su amor incondicional a plantas y animales. Creo que es una gran Verdad, de esas que nos hacen más libres…

    Un fuerte abrazo para vosotros, amigo.

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