En la luz de la tarde. Por José María Araus

    El último quilómetro para llegar al pueblo, hubo de hacerlo a pie. El acceso a la población, que fue abandonada veinte años atrás, estaba cortado por desprendimientos del terreno. Había decidido emprender este viaje con la sensación de que ahora, a los cincuenta años, iba a ser la última vez que viera su antigua casa. Caminaba por la senda de tierra tratando de recordar los huertos, ya baldíos, llenos de zarzas y de maleza. A medida que avanzaba, por la curva, iban apareciendo las casas, aún a distancia, y el recuerdo de la vida pasada en cada lugar del pueblo que iba volviendo a él. Hasta los ocho años allí había sido feliz. Luego la ciudad, la vida.

   De pronto a unos cien metros le pareció ver a un niño parado junto a la tapia de un viejo corral junto al camino. Pensó, que quizá hubiera venido alguna familia de extranjeros a criar ganado. Últimamente se oían cosas así.

    El niño estaba parado y le miraba quieto, con las manos caídas a lo largo del cuerpo.

   A medida que se acercaba, su cara le parecía familiar, y el lugar en que estaba era el sitio donde, a los ocho años, él se había caído del muro. El pequeño llevaba una gran herida en la frente. Estaban ya a unos diez metros y de pronto se reconoció en aquel niño. Sin darse cuenta, el hombre se llevó la mano a la cicatriz de la cabeza.

   El día del accidente, todos le dieron por muerto, y sólo las oraciones de sus familiares hicieron que se recuperara.

   Se quedó paralizado mirándole.

   El niño, muy despacio, se echó en el suelo y fue tomando una postura desmadejada, pero sus ojos abiertos no dejaban de mirarle. Se le veía mover los labios y el hombre oyó una voz como ajena al chico, que le preguntaba:

   —“¿Mereció la pena…? ¿Mereció la pena..? Mereció la pena..?”

   Después de unos momentos, poco a poco, el pequeño fue cerrando los ojos.

   De repente aparecieron corriendo su madre, su abuela y varias vecinas llorando y abrazaron al niño entre gritos de dolor. Luego llegó el médico y, después de reconocerlo, movió la cabeza de izquierda a derecha.

   —Está muerto —dijo con una voz apagada.

   La imagen del hombre se fue desvaneciendo en la luz de la tarde.

 

José María Araus

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7 comentarios

  1. Una conjunción entre pasado y presente enlazada con pocas frases y una idea muy original.
    Si se saben combinar, hay que ver con qué elementos tan sencillos puede construirse un microrrelato sugerente.

  2. José María, me ha gustado mucho, me ha enganchado, y me ha dado muchos calentamientos de cabeza. Leo y veo una historia, pero hay una frase que me hace dudar; releo…, veo otra posible historia…, me quedo pensando.
    ¡Vaya, vaya!, esta situación me suena 😀

  3. Gracias Lola, ahora comprenderás el porqué en mi comentario sobre tu «El ritual» te dije que me parecía muy triste. Es porque yo estaba escribiendo este relato, que como ves es también triste, y eso me tenía aplanado. En realidad,creo que llegada una edad, todos nos preguntamos si mereció la pena. En este caso el hombre decidió que no.

  4. Ambrose Bierce

    El fantasma del hombre que nunca fue vuelve 40 años después para ser testigo de su propio final cuando no era más que un niño. Una historia muy sugerente, que obliga a darle bastantes vueltas al coco. Me intriga ese «¿Mereció la pena?» que se repite al final del relato. Muy bueno

  5. José María Araus

    Hola Ambrose, si te ha gustado es que es interesante. Me alegro de tener tu opinión.
    Gracias.

  6. Un bucle temporal interesante e inquietante.
    Muy bueno, José María.

  7. José María Araus

    Si te ha gustado, me alegro, porque tu opinión es la de alguien que sabe de ésto. Gracias, María.

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