Vos y el Laberinto… Por Luis Eduardo Foá Torres


Voy por un laberinto, camino sin rumbo. Tengo la extraña sensación de que ya pasé por el mismo lugar muchas veces. Alguien, desde la niebla, de a ratos, intenta tocarme extendiendo una mano que conozco y amo. Me desespero, voy hacia ella, trastabillo, caigo, como hay rocío me mojo, me incorporo, sigo…

A veces tengo la impresión de que estoy llegando al final. Entonces me embarga un sentimiento muy parecido a la alegría, esa que nos extirparon. Me apuro, pero el sendero acaba sin salida. De pronto se alza el silencio húmedo y grito desesperadamente. Pero parece que nadie escucha, solo queda el silencio dando sus lúgubres ecos… ¿Quién juega este juego de Gallina Ciega que me consume?  ¿Qué alimaña se alimenta con mi dolor ciego y amputado? ¿Qué demonio perverso mueve las piezas de este ajedrez macabro?

En otros instantes me digo que yo soy el generador de esto y que por mis propios errores caí en el laberinto. Entonces, al no hallar culpables, me odio y atropello buscando una salida, buscándome, soy un prófugo de mi mismo.

Un náufrago, que en medio de este caos, intuye que solo él podrá llegar a rescatarse, y entonces abandona la magia de la espera.

De ha momentos me llegan voces, algunas muy amadas, otras que preferiría no volver a escuchar jamás. Las llamo a las queridas por sus nombres, pero ellas no responden. Solo las odiadas se aproximan.

Entonces siento que algo me succiona del laberinto y me lanza en caída libre, es un abismo, pienso: ¡El Abismo ¡Y me baño en transpiración y rezo…el golpe no llega nunca, parece que ahí reside el juego.

Luego retorno al laberinto. Ya no hay niebla. Es de noche. Veo en lo que parece un cielo muchas lunas, algunas pierden sus órbitas y chocan, alocadas. Las estrellas dan la impresión de que se están descongelando. No queda en la noche ni un silencio, todos fueron puestos en fuga por un alarido de dolor no humano.

No sé si me duermo en algún instante, descansar no lo hago nunca. ¡Todo me cuesta tanto ¡

Amanece en el laberinto. En un extremo del horizonte aparece un sol enrojecido, como si estuviese lleno de la sangre de los desaparecidos, y se resiste a salir, y termina derramándose sobre las cumbres de los cerros. Pero en el otro extremo hay otro sol, pero este está lleno de la oscuridad de las almas de los torturadores y es negro, y este si cobra altura.

 Todo es tan  confuso en el laberinto, hasta el suelo huye del pié, a tientas sigo caminando y veo que le nacen nuevos laberintos, ¡infinitas ramificaciones de la hidra ¡

Te sigo buscando… ¡todo es tan cruel y confuso!

Luis Eduardo Foá Torres
 Extracto de texto de mi libro «¿Dónde están los que no están?

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