Las letras. Por Miguel de Asén

 

Ya no entiendo ni mi letra,

Son filas de hormiguitas

Que con tantas patitas no saben correr.

 

La “a” es oronda y chapadita,

Tiene una alfombra que la lleva a casita.

 

La “b” es alta y delgada,

Aunque lleva el buche

Como embarazada.

 

La “c” es corte de láminas,

Corta acentos, corta comas,

Y las deja para comer.

 

La “d” está reclinada,

De rodillas,

De dar dadivas a Dios.

 

La “e” es una cara riéndose.

 

La “f” es una serpiente hipnotizada

Por un fakir.

 

La “g” es una percha para colgar algo.

 

La “h” es una silla de base incómoda.

 

La “i” es monumento a la suspensión.

(por su punto)

 

La “j” es un útil para azuzar el fuego.

 

La “k” es una ballesta.

 

La “l” es un bastón de alcalde.

 

La “m” es un peine para el cabello.

 

La “n” es angulosa cizalla.

 

La “ñ” es nota musical hispánica.

 

La “o” es redonda y oronda.

 

La “p” es como un bastón artesanal.

 

La “q” es dulce churrigueresco.

 

La “r” es un rascador.

 

La “s” es una serpiente.

 

La “t” en una botella.

 

La “u” es una taza.

 

La “v” es una copa.

 

La “w” son dos senos caídos.

 

La “x” es de Eros.

 

La “y” es un yunque.

 

La “z” es una salamandra.

 


Miguel de Asén

Poema del adiós. Por Marcelo Galliano

"Días de verano” de Janto Garrucho

Hoy voy a despedirme. Como todas las cosas
decir adiós conlleva su tiempo y su ritual,
sabrás que en primavera florecen nuevas rosas,
hay otras más tempranas… pero prosperan mal.

Por eso me he tomado yo el tiempo necesario
para decirte todo lo que pueda doler,
y lo que ahora no diga será un vano rosario
de cuentas y secretos que nadie va a creer.

Adiós, entonces, dama… delicada y paciente,
adiós hembra de noches de acalorado amar,
ambas llevo en el alma, y ambas llevo en mi frente,
y esas dos fueron una difícil de explicar.

No creas que al marcharme no me invaden las penas,
porque hubo cosas bellas que nunca olvidaré,
y si bien -¡cal y arena!- hubo malas y buenas
serán siempre las buenas las que recordaré.

No me verás ya nunca… adherido a tu reja,
ni el asma de la noche perfumará tu hogar,
y ya no oiremos juntos la más lograda queja
de algún gorrión insomne bajo el rayo lunar.

No habitarás mis sueños con sigiloso paso,
no estarás en mi prosa ni en mi verso mejor
y beberé otro vino mas no será en tu vaso
y sufriré otra herida pero no tu dolor.

Habrás miles de tardes pero ninguna nuestra
y cientos de mentiras sin nadie a quien mentir,
y quedará el silencio como la dura muestra
de las promesas viejas que optaron por morir.

Adiós, mujer, perdona si no fui el que quisiste,
es engañoso a veces hasta el más suave mar,
porque en las olas mismas, invisible, persiste
el posesivo instinto de querer atrapar.

Es tan sabia la vida… nos gestará caminos
distintos y lejanos, ni me verás morir,
y si esa vida sabia nos cruza los destinos
también los dos sabremos sin esfuerzo fingir.

Y en cuanto a estas palabras… no les hagas ni caso…
todo poeta es un ave que el viento se robó,
y así, polvo en el aire, me llevará el ocaso,
y nadie en este mundo sabrá quién te escribió.

Asociación Canal Literatura
Marcelo Galliano
Argentina

Imagen: “Días de verano” de Janto Garrucho

El suave sonido del piano. Por Mirtha Rodríguez

El suave sonido del piano…

me acompaña, en el sonoro silencio de la soledad

en la abrumadora compañía de la ausencia

en la nostalgia, por tu presencia

en momentos, que sólo invitan a soñar.

El suave sonido del piano…

adormece, mis ojos cansados

transporta todos los sentidos, a lugares

sólo por el alma, imaginados

hacia lejanos recuerdos, casi olvidados

y sentir, que los sueños están en nuestras manos.

El suave sonido del piano…

dulcemente me invita, a volver a soñar

la tibieza de tus brazos, sentir desear

escuchar una melodía, sólo para pensar

que quizá nuestras almas, se vuelvan a encontrar.

Asociación Canal Literatura

Mirtha Rodríguez
Argentina

Marta, la lagarta. Por José Fernández Belmonte

Lo bueno de mi casa es que las mascotas me están saliendo gratis. A la comunidad de salamaquesas que tengo adoptadas, que capitanea Teresa, ahora se ha unido Marta, la lagarta, que vive a los pies de una falsa platanera y, de vez en cuando, pulula por el jardín en busca de algún insecto o bicharraco que llevarse a la boca.

Por las mañanas, bien temprano, gusta de tomar el sol sobre el suelo de piedra negra y, de ese modo, calienta su alargado cuerpecito de sangre fría. Al contrario de lo que pudiera parecer, no le asusta que me acerque a ella, sino todo lo contrario, cuando lo hago, sigiloso, ella posa y hace posturitas con premeditación y alevosía, modelando como si fuera una gran top model de la fauna mediterránea y estuviera buscando una exclusiva para la revista Zoo.

Para mejorar su confort, he colocado, tras la platanera, el tronco hueco de un viejo drago, para que le haga las veces de dormitorio y sala de estar. Marta esta muy contenta con su improvisada vivienda pero, sobre todo, por el hecho de no tener que pagar hipoteca ni alquiler.

Hace un par de días, se escapó, in extremis, de las garras y el pico de un joven cernícalo que le tiene muchas ganas y que no para de vigilarla. Yo creo que Marta, muy pronto, va a traer familia, ya que he visto merodeando por la parcela de al lado a un gran lagarto macho exhibiendo sus ocelos azules, verdosos y amarillos, como si fuera un pavo real.

Marta, con su delantalito blanco, come grillos, cucharachas, lombrices y, el otro día, la sorprendí zampándose un enorme ciempiés. Estoy muy contento, ya que, con Marta, me estoy ahorrando mucho dinero en insecticidas.

Mis mascotas se sienten muy a gusto en mi casa, quizás porque entran y salen cuando les da la gana y sin necesidad de pase pernocta. Ahora que le pongo algo de fruta a Marta, para balancear un poco su dieta, están viniendo algunos pájaros a comer. Uno de de ellos, está mirando el modo de anidar en la platanera. ¡Qué maravilla! Me siento feliz pensando en cuanto dinero me voy a ahorrar en alpiste. De seguir así mi pequeño jardín se va a convertir en una especie de Arca de Noé.


José Fernández Belmonte
Blog del autor

MISTERIO GALÉNICO. Por Rafael Borrás Aviñó

En cuanto hubo aliviado el urgente requerimiento de la próstata, don Atilano Rocamora se aprestó a comenzar la jornada del lunes. Puntual, como cada mañana: a las nueve y quince minutos. Escogió una llave enganchada en la leontina que colgaba de unos tirantes combados por la barriga obispal. Con ella le dio cuatro vueltas al cerrojo de la puerta.

Cuando encendió la luz, el desconcierto le puso los ojos como huevos de paloma.

—Pero…, pero… ¿Qué es esto…? ¡Por todos los demonios del infierno!

En la pared, su bisabuelo, el primer Atilano Rocamora, le miraba serenamente desde un óleo en el que, con bata blanca, monóculo y pajarita, apoyaba la mano en su reconocida obra «Influencia del botánico malagueño Ibn al-Baytar en el desarrollo de la Galénica moderna. Formulario y principios activos». Sin embargo, el motivo del asombro de su biznieto no era que el cuadro estuviera algo escorado en la pared, sino el paisaje de desorden que se extendía por suelo y bancadas. Matraces, pipetas y embudos desparramados aquí y allá. En la pila, erlenmeyers con restos de líquidos coloreados. Las puertas de la nevera y la estufa entreabiertas; polvos, papel de filtro, legajos de recetarios dispersos hoja a hoja, liberados de balduques. Unos intrusos se habían atrevido a violar el laboratorio de formulación magistral de la farmacia con más solera de la ciudad.

Con el sobresalto a don Atilano se le escurrió la botella de brandy que llevaba en una bolsa, y el licor se extendió rápidamente por toda la rebotica como una alfombra etílica que perfumó la atmósfera en segundos. Leer más

El mal de Portnoy. Por Maite Diloy (Brisne)

«Pero el caso es que eres judío, dice mi hermana. Eres un chico judío, más de lo que tu te crees, y lo que estás consiguiendo es hacerte un desgraciado, lo único que consigues es desgañitarte gritando contra el viento…»
 
 
Alexander Portnoy es un judío, mal que le pese. Es un judío que sufre, que recuerda, que le habla a un psicoanalista de sus pesares, de sus obsesiones, sexuales la mayoría, del agobio materno, del agobio paterno, de sus ganas de crecer y el impedimento que le suponen la presión de sus padres en su crecimiento personal.
Y la historia de sus obsesiones sexuales, de su parcela íntima que nada tiene que ver con como se comporta en público. La dualidad. Todos tenemos algo íntimo que contamos al psicoanalista, bueno al menos lo contarán los que van.
Y es en esa dualidad dónde nos encontramos con una crítica salvaje a la sociedad que habita, judía y norteamericana, pero sobre todo judía. Aunque salvando las distancias, uno ve la crítica a cualquier sociedad. A los trajes de los domingos, al pésame señor en nuestro caso, a la buena cara en el concierto mientras dentro estás pensando en otra cosa. Si fueses Alexander Portnoy en dónde hacerte una paja o echar un polvo. Pero quizá todos pensamos en eso, en el sexo como salvación mientras hacemos nuestro trabajo o asistimos a una conferencia. Lo que disfrutaríamos si pudiésemos meternos en la cabeza del chico que asiste al lado a la conferencia. Porque si nos viésemos desnudos ante el mundo no nos diferenciaríamos mucho de Alexander Portnoy, porque además se disfruta un montón leyéndole, porque acabas con la sonrisa en la boca con muchas de sus disquisiciones, y porque al fin y al cabo, todos tenemos un trauma paterno y todos nos sentimos en cierto modo culpables frente a nuestros instintos.
Nos identificamos con Alexander Portnoy, nos sentimos él. Nos psicoanalizaríamos a su lado. Cogeríamos su mano y le diríamos que no pasa nada. Odiaríamos y amaríamos a su madre judía y agobiante. Incluso seríamos una de ellas, de las madres agobiantes. Y lo leeríamos. Es un buen momento. Le acaban de conceder El Príncipe de Asturias de las letras. Bueno a Portnoy no, a Roth, pero igual se siente como un hijo premiado, como el perfecto caballero que ha conseguido que el padre que odia haya sido premiado. Un hijo pródigo que volverá a los brazos del padre lloroso y confeso. Qué le dirá que ya nunca jamás entrará en un cine porno ni se hará una paja. Un hijo dichoso con un premio bajo el brazo.
 
¿Y usted, querido lector, va a quedarse sin sentirse por un segundo Portnoy? ¿Va a seguir viviendo sin descubrir entre sus letras un reflejo de una sociedad que apenas conoce pero es también la suya? Vaya y lea. Descúbralo. Disfrútelo.

Maite Diloy (Brisne)
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Brisne Entre Libros
Blog de la autora

Sobre el engaño al lector (Segunda parte). Por Mar Solana

“Escribir un libro ha de ser como cerner el trigo».

Doménico Cieri Estrada (1954) Escritor mexicano.

Mercedes Alfaya, escritora, trabajadora incansable de la cultura y autora de “El mundo de Aroa” nos explica:

«Le llamo ‘mal-jugar’ con el lector a llevarlo por un camino con los ojos cerrados para luego sacar el conejo de la chistera y esperar el aplauso (algo tan fácil como poco elegante). La magia hay que ponerla sobre la mesa y currarnos el truco; que el espectador piense que no es real, pero que le guste y le sorprenda lo que ve (o lo que no ve). Con respecto a ‘engañar’ al lector, hay una frase que me gusta mucho y que podría resumirlo muy bien: “Si eres burro teñido cuando llueva estás perdido”. Por fortuna, antes o después, siempre llueve en las historias del mentiroso, del engreído, del que mira al lector por encima del hombro pensando que el único listo es él..

Lo que sí debería quedarnos claro es la intención que nos mueve a escribir una historia, porque de ello va a depender en gran medida que el lector se sienta engañado o no. Por ejemplo, no es lo mismo que nos mueva la vanidad, a que nos interese compartir una historia, un hecho sorprendente, mágico, inusual o de otra índole, para lo que, desde luego, resulta lícito y hasta profesional el uso de cualquiera de los trucos o recursos que aprendimos en la ‘escuela de magia’.

Creo que lo que falta en este mundillo es reconocer que escribir, escribe cualquiera, pero a ser escritor se aprende: con oficio, tiempo, dedicación, adiestramiento, ganas y echándole muchas horas. Y cuando, a fuerza de todo esto, conseguimos que el burro de la frase luzca impecable ¿quién necesitaría teñirlo?…». Leer más