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VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

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122- El obsequio. Por Colibrí

    Soy arquitecto y en una de las casas que  estaba construyendo mi brigada de albañiles encontré una hermosa alhaja. La llevé de regalo a mi esposa, sus ojos brillaron de un modo especial, agradecida se prendió a mi cuello colmándome de besos.  Me dijo que la luciría en el aula para que sus colegas muriesen de rabia. Tomó un paño y empezó a limpiarla. A medida que iba frotándola  fue cambiando las tonalidades. ¡Qué belleza! Exclamamos al unísono. Cuando fuimos a guardarla cayó un terrible y estruendoso rayo sin haber indicios de tormenta. Un aterrador presagio se apoderó de mí.  Intuí que algo no estaba bien. Esa misma noche mi mujer comenzó a sentir fuertes dolores de cabeza le toqué la frente Y  la hallé más fría que el témpano de hielo conque chocó el Titanic. No se aliviaba ni con las  píldoras.  Era de preocuparse porque es una mujer joven y sana. Me ericé  de pies a cabeza cuando dijo que   estaba escuchando la voz de un hombre repitiéndole la palabra: “Desiste”  “Desiste”  Esas son ideas tontas mi amor, trataba de disuadirla. Cálmate. Estás nerviosa por lo del trueno, si le daba por eso sí que estaríamos arreglados. Observé como se apretaba las sienes pidiéndole a la voz virtual que saliera de su mente y la dejara en paz. Le recomendé que tomara algún somnífero para que durmiera. Se acurrucó a mi lado arqueada como un gatico y  se quedó  quietecita. En el desayuno le anuncié que no me esperara a cenar, de hecho  por cuestiones de trabajo paso mucho tiempo fuera  de casa. Tengo miedo quedarme sola, musitó con la cabeza baja como si le avergonzara el temor. Ya verás que en cuanto comiences a trabajar olvidarás todo eso, pretendí animarla. Cada vez que tenía oportunidad la llamaba al móvil. Me dijo que se  iría temprano a la cama. Regresé  de madrugada y la hallé tirada en el piso, con las manos crispadas sobre el cuello. De momento pensé lo peor sin embargo me quedé parado observándola como si me hubieran clavado en el piso. Vine a reaccionar al poco rato y la desperté.  El llanto que armó fue terrible. Ese hombre estuvo aquí sentado en el borde de la cama, manifestó entre sollozos. Apenas lo entendía, hablaba de los dioses que habitan en los mundos subterráneos de las oscuridades y me amenazo con vengarse de los malvados que se apropiaban de lo que no era suyo. No sé qué quiso decirme. Aguarda por favor, la interrumpí. Es muy tarde para narraciones surrealistas, pero nada la detenía y siguió con su cantaleta. Lo vi, vi como acercaba un cuchillo curvo  a mi cuello y un dolor espantoso tiraba de mi garganta como si me estuvieran desgarrando. Ya pasó, ven aquí mi gatica, la abracé aclarándole que todo lo sufrido había sido producto de su imaginación o de una alucinante pesadilla.

   A partir de esa noche, noté que una sombra me seguía a todas partes. Sobre todo cada vez que me acercaba a  mi esposa con ideas de hacer el amor, sentía como si una enorme culebra se enroscara en mi cuello con intenciones de asfixiarme.

    Mi mujer era profesora de un prestigioso colegio y por temor a las burlas dejó de asistir a clases. Comprendí que estábamos alterados y que debíamos buscar ayuda. Fuimos a visitar a mi suegra. Era una de esas beatas católicas que todo lo resolvían con castigos celestiales.  Después de leernos varios salmos determinó que si no era culpa del estrés rezáramos fervientemente para librarnos de los maleficios. Mi esposa desilusionada y triste subió al coche. En cuanto me incorporé al tráfico. Cerró los ojos y contrajo el rostro en una mueca. ¿Tú no lo oyes? ¿Qué debo oír? ¿No sientes que respiran como faltándoles el aire? De verdad que no escucho nada ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me escogiste para matarme? Exasperado detuve el coche, tomándola por los hombros la sacudí para sacarla del impacto emocional que estaba sufriendo.

   Antes de llegar a casa compré una biblia, encerrada en el cuarto leía con  avidez  salmos diferentes. Observé como pasaba las páginas esperanzada en poner un poco de paz en su aturdida cabeza. De repente empezó a decirme que la habitación estaba llenándose de seres alucinantes, que deambulaban sin detenerse y entraban a través de las paredes. Parándose frente al espejo comenzó a decir con una voz rarísima. Esposo mío el mundo está lleno de maldades y malas pasiones, tantas miserias y enfermedades no son por gusto, la especie humana está a punto de extinguirse, señalándome con el índice hacia la cara gritó. Esta es la primera vista de tu juicio final. Todos los seres dotados de razón te condenarán, considérate el último de la especie. No tendrás universo que te acoja ni tierra, ni aire, ni mar. Vagarás por el espacio si no nos permites hacernos cargo de tu destino. Eres culpable de todos los vicios y las torpezas de que los hospitales estén llenos de enfermos  achacosos y lisiados. Las penurias y aflicciones sobrepujan a los goces. Sufrirás la condena en la cárcel del olvido y ni así te curarás de las dolencias morales. Te condeno. Condúzcanlo a prisión almas en penas. Que no se les escape, diciendo esto se abrazó a mí con una fuerza desconocida. ¡Ahora sí estamos arreglados!, se me puso el corazón en la boca. Logré separarla de mí. Desesperado la sacudí fuerte por los hombros pidiéndole que  reaccionara.   Solo atinó a coger la biblia y a apretarla contra el pecho.  Ves como no estoy atrapada en la magia de otra pesadilla, expresó entristecida. Solo  tengo miedo de haber pasado el límite de la cordura. Yo también tengo miedo mi amor expresé llenando mis pulmones de un aire espeso. Por favor, no permitas que la imaginación se apodere de tu cerebro o estarás perdida.  No nos quedará otro remedio que consultarnos con algún especialista.

    De cada consulta regresaba más alterada. Una de esas tardes había quedado con mi jefe para que  viniera a casa debía mostrarle los planos del proyecto. Mi esposa estaba duchándose, lo menos que esperaba era verla pasar corriendo desnuda por la sala gritando: En qué me he convertido, en qué me he convertido. ¡Mujer! , exclamé asustado, con la cara ardiéndome por la vergüenza, pidiéndole disculpas a mi jefe  fui tras ella. ¡Te volviste loca!, le reproché. Perdóname, es que mientras el agua corría por mi cuerpo noté  se caían pedazos de mi piel, sin una gota de sangre y fui transformándome  en un  amasijo de tendones, huesos  y venas. Sin darme cuenta que estabas desnuda crucé la sala en busca del espejo grande. Sólo me interesaba ver en que me había convertido. Ni siquiera me fijé en la visita. Dispénsame, por favor, respiré resignado. Reconozco  que esta situación  se nos ha ido de las manos, aseguré rascándome la cabeza en un gesto desesperado. Creo que debo hacerle caso al doctor. Será preciso internarte. No, no me encierres en un manicomio, imploraba nerviosa. No quiero acabar mis días entre cuatro paredes blancas y acolchonadas recibiendo píldoras e inyecciones. Entonces pon de tu parte.

  Tras una breve excusa despedí a mi jefe y retorné a la habitación. La noté más calmada tomándola entre mis brazos, empecé a besarla tiernamente acariciándola, me disculpé por tenerla abandonada. La sentí más animada respondiendo a mis caricias. Estábamos excitados. De repente recibí un violento empujón, el grito de terror a todo lo que daban sus pulmones me dejó sin habla. Vete, vete, no es posible que esté sosteniendo sexo con una calavera. Ahora sí no quedará otro remedio que ingresarte, amenacé furioso y frustrado a la vez. Estoy muy mal, muy mal, repetía nerviosa. No sé quiénes son esos espectros que no me dejan vivir. Me inspiran malos pensamientos. Desconozco cómo enfrentarlos. Ayúdame. Recházalos. Estoy dispuesta a no dejarme vencer  por ellos, ni por el miedo, pero carezco de fuerzas para resistir su influencia negativa.  Ayúdame,  la escuchaba incrédulo seguro de que no sabía cómo iba a solucionar la situación.

  La acompañé a la otra consulta, el médico me llamó aparte para  decirme que  mi esposa estaba padeciendo una sobreexcitación cerebral, que todo era producto de una violenta emoción que la estaba afectando, solo tenía que hacerme el desentendido, sonreírle e ingeniármelas para que creyera que  nada  estaba pasando, sus conflictos no eran significativos. Cuán difícil sería ese papel de imbécil que debía adoptar.

   Del consultorio fuimos a comer, menos mal que mi esposa en la calle se comporta normal y que no le dan esos prontos tan extraños e irreales. Nos disponíamos a salir del restaurante y una mujer nos abordó con cierta timidez. Discúlpeme, pidió acercándose a mi esposa y mirándole a los ojos. Su  rosto refleja lo que está padeciendo, dijo sin quitarle la vista de encima y agregó. No has enloquecido porque tus ángeles están a tu lado. Se equivoca de persona, respondió mi esposa sobresaltada. No, no se engañe, expresó la señora con la voz dulce.  Búsquelo y regréselo, solo entonces será feliz y desapareció entre los transeúntes. Volvimos decepcionados.

   Esa noche nos fuimos temprano a la cama. Probablemente nos quedamos dormidos porque sentí que me tomaban de la mano y mi cuerpo iba detrás de aquella sombra desconocida que tanto me había atormentado cuando deseaba a mi mujer y que soporté en silencio para no alarmarla más de lo que estaba.  La sombra me condujo por un largo pasillo lleno de puertas. En una de ellas estaba asomada mi esposa. ¿Qué tú haces aquí?, preguntamos al unísono y las risas que brotaban de las paredes nos sobrecogió a los dos. Se acercó tímidamente y la tomé de la mano apretándosela fuerte. Volví a reparar en la hermosura de sus ojos azules, ahora opacos por el temor y el llanto constante  de los últimos días. Me armaré de valor y los atacaré como se merecen, su actitud me dio a entender que a partir de ese momento todo estaría solucionado. Observé su rostro y un escalofrío recorrió mi cuerpo, vislumbre a una persona inclemente y despiadada. Nos despertamos al escuchar unos fuertes toques en la puerta. Se trataba de la misma persona que vimos en el restaurante. Tendría usted poderosas razones para venir a molestar a esta hora de la madrugada. Disculpándose nos dijo que al día siguiente vencía el plazo y dirigiéndose a mí advirtió. Ayúdala  En cuanto le obsequiaste esa prenda surgieron los problemas. Sin decir más, se retiró.   ¿Será ese adorno el que me tiene al borde de la locura? No lo hice con malas intenciones, protesté. Debes culpar a los tantos  misterios que tiene  la vida. Volvamos a la cama es media noche. Estaba soñando contigo, confesó pegándose a mi costado, sonriendo hice saber que estaba dispuesto hacer cualquier sacrificio para verla feliz. No sé cuánto tiempo hace que nos hemos perdido como pareja, reprochó, pero me hice el desentendido. Antes de salir para el trabajo me entregó la joya, mirándome dudosa dijo. No sé porqué tengo la certeza de que tomarás una mala decisión, desde el amanecer no me siento bien. Nos despedimos. Llegué al lugar donde supuestamente había hallado el objeto. Sería de tonto tirar una prenda tan fina para que otro la recogiera. Determiné llevarla a un joyero  que se dedicaba a comprar antigüedades, después de analizarla llegó a la conclusión de que se trataba de un adorno procedente de la realeza árabe elaborado en oro y plata, perlas y piedras preciosas que posiblemente  hubiese pertenecido a algún sultán. Me aseguró que sabía quien me podía dar de inmediato una fortuna por la joya. No lo pensé dos veces y la vendí.

   La aglomeración de personas frente al edificio acordonado por los de la policía llamó mi atención. Los vecinos me miraban entristecidos.  La portera en un mar de lágrimas corrió a abrazarme. No puedo creerlo, manifestó nerviosa. No me cabe en la cabeza  que tu esposa se haya degollado con un pedazo cristal.

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7 Comentarios a “122- El obsequio. Por Colibrí”

  1. H.K. dice:

    ¨Y la hallé más fría que el témpano de hielo conque (significa: así que, ya que) chocó el Titanic…¨ Por cierto: qué frío tan descomunal.
    Bueno, al menos obtuvo unos duros por la joya y se economizó el abogado para el divorcio: ¨ No sé cuánto tiempo hace que nos hemos perdido como pareja, reprochó, pero me hice el desentendido¨.
    Revisión de puntuación. Trabajo de diálogos. Mucha suerte, Colibrí, por favor no te desanimes.

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  2. Jara Maga dice:

    Ratifico lo apuntado por H.K. Revisa puntos, comas y diálogos. Tal como está, resulta complicadísimo de leer.

    Suerte.

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  3. MOREDA dice:

    RELATO MÁS PROPIO PARA UN CERTÁMEN DE CUENTO DE TERROR. PIENSO QUE NO LLEGA A CUAJAR Y QUE LE SOBRAN ALGUNAS COSAS COMO LO DEL TÉMPANO DE HIELO. SIN EMBARGO NO TE DESANIMES COLIBRÍ, VAS POR EL CAMINO CORRECTO.

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  4. Barba Negra dice:

    Necesita muchos repasos, pero es lo normal en las personas que somos principiantes. Los consejos ayudan a mejorar.
    Saludos

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  5. lupe dice:

    Suerte

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  6. Ambrose Bierce dice:

    Hay que cuidar un poco más la escritura. Sólo al principio del texto ya encuentras algunos errores difíciles de ignorar:

    «A medida que iba frotándola fue cambiando las tonalidades». Sería mas correcto: «A medida que la iba frotándola cambiaban las tonalidades»

    «Esa misma noche mi mujer comenzó a sentir fuertes dolores de cabeza le toqué la frente Y la hallé más fría que el témpano de hielo conque chocó el Titanic». En su lugar: «Esa misma noche mi mujer comenzó a sentir fuertes dolores de cabeza. Le toqué la frente y la hallé más fría que el témpano de hielo con el cual chocó el Titanic».

    Lo importante es poner por escrito nuestras inquietudes o plasmar en papel (o en formato digital) los desvaríos de nuestra imaginación. Sigue perferccionando tu escritura y seguro que en próximos certámenes leeremos algo que nos dejará asombrados.

    Suerte.

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  7. Ambrose Bierce dice:

    Perdón, quise decir «que la iba frotando». Yo también me equivoco, nunca he mantenido lo contrario (bueno, para ser sincero, soy un mecanógrafo infalible, sólo que tengo los dedos más gordos de lo normal).

    Suerte de nuevo

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