premio especial 2010

 

Jun 01

“Adán, no abras esa bocaza de sapo
si no tienes nada inteligente que decir”
Génesis 1, 12

Las ranas se la tienen jurada a Pitágoras y Aristóteles. Permíteme que te lo explique. Cuando los Dioses crearon el mundo y a todas sus criaturas, otorgaron a cada una de ellas una virtud y, para compensar, un defecto. Así, a los batracios les fue concedido el don de la sabiduría aunque a cambio deberían arrastrarse sobre sus vientres incitando así el desprecio del resto de los seres de la creación. Al hombre, por otro lado, le beneficiaron con la capacidad de interpretar los sueños pero le perjudicaron con el pecado de la envidia.

            Ranas, sapos, tritones, salamandras y cecilias se congregaban en multitudinarias asambleas donde se discutía sobre retórica, poética o filosofía mientras que renacuajos y demás larvas escuchaban con atención las sabias enseñanzas de sus progenitores.

            Una noche, un hombre tuvo un extraño sueño en el que un orondo comensal se desayunaba un plato de deliciosas ancas de rana. Todos los humanos estuvieron de acuerdo: aquello significaba que los hombres eran, después de los dioses,  los seres más importantes del universo y por tanto les correspondía considerarse en todo momento superiores a los batracios.

Siendo de esta manera, los hombres no tardaron en plantear sus quejas a los Dioses, argumentado cuan injusto era que unas entidades rastreras y despreciables fuesen más inteligentes que ellos, quienes, por derecho propio, se encontraban en la cumbre de la creación.

            Para resolver la disputa, decidieron los Dioses que las ranas no podrían hablar mientras un ser humano permaneciese despierto. Y desde entonces, las ranas y sus congéneres se entregaban a sus discursos y razonamientos durante la noche, mientras los hombres soñaban. Más cuando el primero de estos se despertaba, el único sonido que aquellas podrían articular sería un ronco y quejumbroso croar. La luz del día quedó entonces reservada a los hombres y los batracios vieron postergadas sus reuniones a la oscuridad de la noche.

            Así sucedió durante muchos años, mientras perduró la creencia de que la Tierra era plana. Más el hombre, envidioso como era por naturaleza, no cesó hasta privar a estos animales de su don más preciado. Dos aprendices de sabio, conocidos entre sus semejantes como Pitágoras y Aristóteles, convencieron al resto de criaturas de que el mundo que habitaban era redondo como una pelota de tenis. Bueno, en realidad, redondo como  una naranja, puesto que todavía no se había inventado aquel deporte.

¡Ay, amigo! Esto tuvo funestas consecuencias para los desdichados anfibios, porque siendo de esta forma tan peculiar, mientras en una cara del planeta reinaba la oscuridad de la noche y los hombres permanecían dormidos, en la mitad opuesta lucía la luz del sol y los humanos continuaban en vigilia. Por esta circunstancia, siempre existía alguna persona despierta sobre la faz de la Tierra, así que, siguiendo el mandato de los Dioses, las ranas nunca más pudieron articular palabra alguna.

Desde entonces, los infortunados anfibios se esfuerzan por transmitir su sabiduría mediante una cacofonía de gemidos, amparados en las sombras de la noche, cuando su mayor enemigo se abandona a la inconsciencia del sueño nocturno.

            Así ha sido hasta nuestros días. Sólo un cataclismo que devuelva su forma original a la Tierra o apague definitivamente el sol sumiendo a la humanidad en una noche interminable devolverá a los anfibios su capacidad de diálogo. Muchos humanos creen que así seguirá siendo por toda la eternidad. Pero yo te aseguro que ese momento redentor llegará más pronto que tarde.

Por cierto, disculpa mi descortesía. Ahora que acaba este relato compruebo que ni siquiera me he presentado. Mi nombre es Agatocles y soy ranador, de la estirpe de los batracios cuyo oficio es relatar el modo y la manera en que ha sucedido una historia o un suceso. Esta historia no contiene una moraleja, aunque sí una advertencia. Uno de vosotros afirmó que toda la vida es sueño. Puedo asegurarte que todo esto que acabas de escuchar no es más que un sueño y, por tanto, si has seguido con atención mi relato, eso significa que estas dormido. Y muy pronto (sí, muy pronto) todos los de tu especie os sumiréis en un sueño eterno. Ya lo dijo otro de vuestros semejantes. Ramón creo que le llamábais. ¡Croac, croac!

269- La elocuencia de los batracios. Por Ambrose Bierce, 5.4 out of 10 based on 23 ratings

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13 Responses to “269- La elocuencia de los batracios. Por Ambrose Bierce”

  1. neopatafísico dice:

    me ha parecido muy original.Está muy bien escrito, y así medio cuento con tintes eruditos…me gusta. Espero que tengas mucha suerte en el concurso!!! felicitaciones por tu relato!!!!

    y eso que dicen que si besas a una rana se convierte en príncipe…

    bueno si quieres puedes visitar mi relato es el 120, a ver si t gusta..

    mucha suerte!!!

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  2. Seres Entrópicos dice:

    Una fábula fantabulosa.

    Mucha suerte!!

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  3. la ciudad dice:

    otra narración más en donde habla otro animal, ahora es un batracio.
    original, bien escrito, pero no me deja nada. lo siento

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  4. HÓSKAR WILD dice:

    Origina y con buena rana-ción, que siempre es de agradecer.
    Mucha suerte.

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  5. Ambrose Bierce dice:

    Muchas gracias a tod@s por vuestros comentarios. La Ciudad, tienes ranón (perdón, quise decir razón): después de varios milenios de escritura es difícil dar con un tema, una situación, una idea, un tratamiento, etc… que no se le haya ocurrido antes a nadie.

    De nuevo, gracias a todos.

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  6. Antístenes dice:

    Aparte de que «Dioses» va con minúsculas (a menos que la palabra esté tras un punto seguido o a comienzo de un párrafo o la utilice en un cartelón publicitario), ha pisado demasiado fuerte el acelerador de la imaginación y le ha salido un «membrillo» de fabulita «esópica»…
    No obstante le deseso que tenga suerte.

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  7. Ambrose Bierce dice:

    Antístenes:

    Muchas gracias por tomarte la molestia de comentar mi cuento.

    El adjetivo «esópica» lo acepto, porque es obvio que así ha sido.

    Lo del exceso de imaginación lo considero un elogio (y un elemento a mi favor en esto de la escritura). Muchas gracias de nuevo.

    Lo del «membrillo» (fruta que, casualmente, me desagrada) es una opinión más, de las que es sabido que, como el c…, todo el mundo tiene una.

    ¡Ah!, y mis Dioses sin van con mayúsculas, porque son unos dioses (estos sí con minúsculas) específicos además de concretos, perfectamente distinguibles de los Dioses Primigenio, de los Dioses Arquetípicos, del Dios de los Cristianos, etc… Y necesito distinguirlos de estos últimos.

    (¡Buf! ¡Me agota tanto tener que justificarme!)

    Suerte a todo el mundo

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  8. Yucatán dice:

    Ambrose, me ha encantado el relato: es divertido y muy bien redactado. Por eso, me permito hacerte notar un par de lapsus:
    -Cuarto párrafo, «cuán injusto» (admirativo).
    .Quinto párrafo, revisa la concordancia de los tiempos verbales. O todo en indicativo («cuando el primero de éstos-pronombre-se despertaba, el único sonido que aquéllas podían articular era…») o subjuntivo +condicional («cuando el primero de éstos se despertara/ase, el único sonido que aquéllas podrían articular sería…).Yo prefiero esta última construcción.
    A veces las prisas nos hacen pasar por alto pequeños detalles que deslucen una chispa un texto, estupendamente elaborado por lo demás. Suerte.

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  9. Ambrose Bierce dice:

    Yucatán:

    Tienes toda la razón del mundo. Corregiré lo que me indicas para futuras redacciones.

    Muchas gracias

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  10. Luc dice:

    Un relato mitológico-zoológico-filarmónico (esto por el croac-croac) con grandes dosis de mala leche.
    Sale bastante caro defender el imperio terrenal humano de las amenazas batracias. Cuesta, sí.
    Felicidades por esta irreverente fábula con la que se pasa un buen ratito. No es fácil conseguirlo.
    Esta vez ni me he fijado en los acentos. Andaba distraído por la charca.

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  11. Ambrose Bierce dice:

    Luc, muchas gracias por tus comentarios.

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  12. Rebus dice:

    Sinceramente, con semejante título ni me lo he leído, si el autor envidia la elocuencia de los batracios es que él tiene más bien poca.

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  13. Ambrose Bierce dice:

    Triste de tí, que juzgas el contenido de una obra por el título. Debes haberte perdido muy buenas lecturas en tu vida. ¿Cómo te suena aquello de El Ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha? ¿O quizás el título era demasiado largo y ni siquiera terminaste de leerlo?

    ¿Conoces el significado de la palabra prejuicioso?

    Anda, Rebus, que Antístenes solo hay uno y tú no le llegas ni a la suela del zapato…

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