premio especial 2010

 

May 11

El poeta, mi amigo, tiene una bicicleta.  La toma, la monta, la deja, la aparca, corre camino abajo, trota sendero arriba, se cansa, le hace carantoñas, le mira las ruedas para cerciorarse que se encuentran en buen estado, fija el manillar que a veces cabecea, le tensa la cadena para que no se salga del piñón, le aprieta el tornillo del sillín para que no se baje con su peso, ya que es un grumo de cien kilos; y la llama “cabra loca” o “BIRRUEDO”, cariñosamente. 

       Esta “cabra loca” está sin sangrar y sin  desfogar, por ello dice mi amigo el poeta, que tiene  la fuerza de diez cabras; y cuando corre, lo hace con tanta picardía que no se fía ni un pelo de ella, pues tiene miedo a que le haga una trastada y lo tire, pegándole un gran barquinazo de los de no te menees. 

      En la ciudad, cada día van apareciendo nuevas bicicletas.  Por ello, se suele decir que hay mudanza, del progreso al retraso; del automóvil a la bicicleta y no sé si llegaremos de la bicicleta al patinete y patines, que a veces en algún momento determinado se ven sorteando los coches, algunos chavales con esos modernos patines en línea, que corren como diablos y se pierden de la vista.   Los tiempos cambian y los bolsillos se quedan vacíos, porque a este paso con la carrera del Dólar y del Euro, no nos extrañemos que llegue el día en que reculemos tanto, que tengamos que volver a empezar a vivir (aunque parezca una utopía…). 

 “Mi buen amigo el poeta, / que cuando su “bici” la ata, / la deja quieta y bien quieta”.   Mientras se despacha en la tertulia enseñando sus inventos de la semana (pues siempre va bien cargado).  Dice que la bicicleta no come, pero llama y se queja cuando le falta engrase.   Es como un heraldo pobre con ruedas, desplazado de las tertulias y esperando que el poeta termine de recitar el último soneto a “Galatea” o a “Cervantes, pongamos por caso.

 La bicicleta de mi amigo, el poeta tertuliano, tiene clase, no es un biciclo cualquiera y corriente, por ello lleva portaequipajes en la parte delantera y en  la  trasera, pues  le   sirven  además de para llevar el sábado y el jueves a las tertulias el maletín repleto de trabajos de su cosecha (que es amplia), revistas y libros  recibidos; para  hacer el  porte  de  artículos y viandas del supermercado, pues se adapta bien al servicio doméstico y al servicio general de cualquier tipo, siempre que lo pueda portar a sus espaldas. 

      Soporta todo lo que le echen; y hasta un elefante resistiría, si genio le quedase los sábados.   Porque de tanto andar en la semana, resulta que el sábado se le nota como tullida, por lo mucho que ha “trocheado” en el trasiego semanal portando: cartas a Don Miguel, epítetos a los poetas muertos, odas a las glorias de los clásicos, elegías a los héroes…; y hasta entremedias, sátiras a los poetastros (que los hay y muchos), a los  del  pincel  rojo, que no sabe uno como se mueven para que los “cultos” les den premios a  “gogo”, que de todo hay en la viña del señor y entre las tapias de las casas.        

      Una vez, la bicicleta la hurtaron los “cacos” de la ciudad, mientras la tertulia de un Sábado; silenciosamente se la llevaron.  Dicen, que camino de Sancho Rey, que según la policía, por allí tenían  el nido los “cacos”.  Había  rastros  de desguace de  coches, motos,  “radio-cassett”, etc., todo  ello  camuflado con ramas  recién  cortadas  de olivo con la aceituna aún verde, unos cuantos haces de cebada de seis  carreras  y de trigo  moreno,  para los burros que solían tener de vez en cuando (pues eran de raza “calé”); y ya se sabe la vida que hacen estas familias, también había en el lugar arquetas y buzones de hierro, cartones, papeles, ¡muchos papeles!, algunos con el sello en seco de la hacienda del estado, se ignora como podrían llegar allí, pero estaban. 

      A los quince días más o menos, como por arte de magia, la bicicleta estaba en un lugar esperando que llegara el poeta,  permanecía atada a una señal de STOP, de la calle de la Libertad, frente al café “Guridi”, que era el lugar donde se realizaba la tertulia literaria.  Entre los cables de freno en el manillar había un trozo de papel doblado, con unas letras hechas como dibujando, que decían:   “No nos ha servido, pues esta puñetera “bici” no sabía otra cosa que, remediar con sonetos, las ansias de estos rapiñadores por obligación”.  Se notaba que los “cacos” no eran gente muy leída y no querían otra cosa, que un instrumento eficaz para realizar sus fechorías; y la “bici” no se amoldaba a la tramoya de estos pillastres rapaces por condición; y tras deliberar entre ellos, parece ser que optaron por dejarla allí, que sabían que acudiría el poeta, más tarde o más temprano, por ser el lugar cercano a donde hace la tertulia.   

 Pues bien, la bicicleta luego después siguió rodando y para que no se cansase demasiado, porque ya tenía años a sus espaldas, el poeta la llevaba del manillar cogida con la mano, que era más romántico.  En la ciudad gusta bastante lo romántico; y éste vuelve mucho la cara al pasado y esto pone en guardia a los políticos que creen enseguida, que va a venir otro espadón a corregir los  disparates que se han cometido en los últimos tiempos.  Es que la ciudad olvida con frivolidad la historia patria y esa es la razón para que no cuide sus monumentos que han sido testigos de su quehacer en los siglos.  La bicicleta del poeta podría decir mucho de esto y del pasado porque tiene muchos años, va para cumplir la mitad de un siglo, de manera que con ese tiempo encima, un caballo no lo resiste y sin embargo la delgadez de esta  “bici”, “BIRRUEDO” como cariñosamente le llama también el poeta, la cual parece un jamelgo tísico, sí que lo resiste; y a las pruebas me remito. 

       Mi amigo, el Poeta, que sueña y sueña como si estuviera de guardia en otra galaxia, cuenta y no acaba de las trastadas que le ha hecho “la cabra loca”, otro apelativo cariñoso que también le dice:   ir a por agua en noches sin luna desde el rastrojo al pocillo de la aldea, pinchar una rueda y al ser parcheada no tener para remediarlo, más aire que el que daba la boca, procedente de los pulmones, ponerse crispada porque algún cretino le llamó “mariota”, equivocando su sexo; alzarse de patillas y decir:   ¡no sigo!, por una galbana que le ha entrado durante la siega en el haza, llamarle ¡bretona!; y empezar una carrera de más de sesenta por hora, así, así, quien sabe lo que podía contar.   Pero luego era dócil, la “condená”, porque con cuatro carantoñas que le hicieras ya la tenías para ti, como si fuera una madonna “facilona”, que en todas las épocas del año duerme desnuda y a pierna suelta especialmente en el verano. 

      Pero el poeta se reserva muchos “sucedíos” para no acusar a nadie.  Porque la “bici” arrimada y atada al poste del tendido eléctrico en la calle…, ¡bueno, no lo digo!, hay que apuntar lo que ve durante su espera.  Ya no le falta nada más que ver el parto de la criatura, porque la entradilla y la salidilla  de los enamorados, se la sabe de memoria.  A veces la “Machunga” le ha dicho que es una acusadora o soplona y que nunca creyó que una “bici” tan delgaducha e inapetente para los hombres, podía ser tan chivata y sacar a cuento las cosas que ha visto, que por cierto son muchísimas y muy variadas.    

      Una vez, los gitanos de las Dominicas, que están frente al monasterio, en unas casas que se las dieron  nuevas y acondicionadas  con  agua  corriente  y  todo, pero  que  al  poco tiempo hasta metían los burros dentro y sembraban “cannabis” en las bañeras y hoy son la basura presente del barrio, los mismos que hurtaron la bicicleta de mi amigo, el poeta.  Les llamaban “los tres Manueles”, pero parecía que eran un escuadrón, a juzgar por el “estropicio” que armaban cuando actuaban en sus fechorías.   Esta vez la “bici” fue la confidente, porque después de robar en casa del Marqués, se fuero a celebrarlo a la “taberna del pavo”, en la que estaba casualmente, el poeta con su inseparable “cabra loca”.   Entre vino y vino se les calentó la boca a los gitanos y hasta dijeron, como regañando, el más pequeño:   

     ─ Si yo pienso un poco en aquel momento, me traigo hasta las gorras, porque sí que tenía buena colección el Marques, porque de “pelas” ni un ochavo; y eso que presumía con faja azul, zapatos de charol  y botines. 

        El poeta mi amigo, dueño de “la cabra loca”, había grabado bien la escena en su caletre por si acaso; pero una “bici” era poco para testimoniar, el Señor Juez no la tendría en cuanta.  Y esto era una de las miles de cosas que al poeta le habían sucedido durante su largo tiempo con su inseparable compañera de fatigas, su “cabra loca”, llevándola cogida amorosamente por los cuernos, que también le gustaba, además de por el cuello…

88- La bicicleta. Por Luz de Luna, 6.3 out of 10 based on 12 ratings

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4 Responses to “88- La bicicleta. Por Luz de Luna”

  1. Luc dice:

    La mayor pega que le veo a este extenso relato es la indefinición, tanto en la presentación y desarrollo del conflicto, bastante erráticos, como en el tono. Me despista bastante una historia en la que, por ejemplo, conviven muchos comentarios de tinte cervantino junto a apuntes sobre los apuros del euro frente al dólar (o viceversa). De todas maneras, ahí hay mucho trabajo de tecla. Suerte.

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  2. Antístenes dice:

    Demasiada bicicleta para tan poco relato…

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  3. la ciudad dice:

    demasiado relato para tan poca bicicleta…

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  4. HOSKAR WILD dice:

    ¡Viva el camino del progreso al retraso!
    Mucha suerte.

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