- 7 Certamen de Narrativa Breve 2010 - https://www.canal-literatura.com/7certamen -

32- Romper el hielo. Por Hook

            La piedra se incrustó contra el río helado. Quino, encaramado al poyo junto a la baranda del puente, no ocultó su decepción. Era el peor día de su vida, y eso que ya tenía siete años. Enfadado con su madre se había marchado sin decir nada. El puente romano cruzaba el río justo en frente de su colegio. Había acumulado unos cuantos cantos rodados allí mismo. ‘Mamá imaginará dónde estoy’. Se sintió idiota al preocuparse por ella como si no siguiera disgustado después de tantos años de engaño. Bajó para recoger un pedrusco con su manopla de punto azul. Se incorporó, sopló el viento y le pareció que las orejas estaban a punto de caérsele segadas por una hoja invisible y muy afilada.

           Volvió a encaramarse sobre el poyo. Mamá le había prohibido hacerlo porque aún no era tan alto como para poder ver los pilares del puente sin ayuda. Su enojo era tan grande que no le importó saltarse esa norma. Además ya era suficientemente mayor, ¿no? Eso había dicho ella. Siempre mayor para unas cosas y no para otras. La tarde acababa, Quino se sentía apagado, como las luces de Navidad que esperaban la noche para decorar la ciudad.

          Arrojó con todas sus fuerzas la siguiente piedra al hielo. Resbaló y a punto estuvo de caer. Logró mantener el equilibrio. Cuando se recuperó del susto miró al río, no vio ningún agujero. La piedra seguía allí, sobre la superficie congelada, sin ningún daño.

       ‘Debes tener cuidado’ le dijo una voz gruesa. ‘Puedes resbalarte ahí arriba. No querrás ser tú quien rompa el hielo, ¿verdad?’. Quino bajó y observó al anciano que tenía delante. Solía verlo muchas veces yendo al colegio con mamá. Nunca habían hablado, sus ropas negras y ralas le asustaban. Los demás niños se burlaban de él por tener miedo de un viejo loco. Para ellos aquel anciano era un espantapájaros, Quino en cambio sentía miedo si se cruzaban. Tal vez fuera la calva, o puede que por la ropa o su olor, o por todo y por nada a la vez. ‘Las cosas suelen funcionar así’, y pensó en sus compañeros de clase. Mamá en cambio sentía respeto por el viejo, lo que le enfadó todavía más.

      ‘Llevas gorra porque eres calvo, si no se te congelaría la cabeza’ dijo en el mismo tono burlón que utilizaban los otros niños. Al contrario de lo que había creído, no se sintió mejor por hacerlo. ‘En realidad, soy calvo porque llevé gorra’. Quino se asustó al oír aquella voz que parecía brotar de la caverna de un mamut. ‘Eso es una tontería’ replicó tratando de mostrarse lo más audaz posible, ‘los reyes magos también llevan gorro y no están calvos’. Rápidamente la frase le pareció estúpida. ‘En realidad’, le contestó el viejo, ‘ellos llevan corona. No puedes comparar la corona de un rey mago forrada con suave terciopelo con mi gorrita de tela gastada, ¿no te parece?’. Un diente podrido apareció en la sonrisa mellada del hombre. Quino tragó saliva helada.

    ‘¿Qué haces aquí solo? Tu mamá estará preocupada, ya casi es de noche’, el hombre puso una rodilla en el suelo para ponerse a la altura de Quino. El niño no se había fijado hasta entonces lo encorvado que caminaba el anciano. Pensó también que muchos años antes aquel señor tuvo que ser muy alto, tanto como a él le gustaría llegar a ser. ‘Mamá dice que no hable con desconocidos’, se excusó para irse lo más rápido posible. ‘¿Y por qué hablas conmigo?’ preguntó el hombre. Quino pensó un instante, con la siguiente salida del vaho de su respiración cambió de tema: ‘Los reyes magos no existen. Da igual qué sombrero se pongan’. El viejo rascó su incipiente barba cana y aguzó la mirada de la misma forma que lo hacía el abuelo de Quino delante de la chimenea del pueblo contando las historias que tanto le fascinaban. ‘Ojalá hubiera podido tener una de ésas para poder conservar mi vieja melena’, el anciano se retiró la gorra como un ilusionista se quita la chistera cuando va a sacar un conejo. Luego se palmeó la calva. Quino no pudo evitar soltar una risita.

     ‘¿Y por qué dices que los reyes magos no existen?’ le preguntó el viejo haraposo volviendo a colocarse la gorra. ‘Mamá me lo ha contado. Dice que esas cosas sólo se las deben creer los niños pequeños, y que yo ya soy mayor’. ‘Casi un hombrecito’ respondió el anciano sin querer. ‘Eso dice, sí’, siguió el niño con un tono tan frío como el moco que subía y bajaba en su nariz.

      ‘No hay nada de malo en conocer la verdad’, le comentó en voz baja el viejo. ‘Hay que aprender a mirarla bien’. Quino sorbió la vela que casi le llegaba a la boca. La saliva ya no le dañó la garganta. ‘¿Me ayudas a romper el río?’ le preguntó al hombre. Aún de rodillas el viejo cogió dos cantos del montón. Se incorporó y ayudó a Quino a subir otra vez al poyete, entregó una piedra al niño y las lanzaron contra el hielo. El anciano logró atravesar todo el hielo, el agua manó con empuje al principio y después se extendió lentamente. La piedra de Quino rebotó hasta que se detuvo. Las luces de Navidad parecieron tiritar, como si por el frío les diera pereza alumbrarles. ‘Otra vez, venga’, insistió decidido el niño al notar la mano del viejo en su hombro dándole confianza. Las bombillas  acabaron por encenderse y el puente se llenó de colores.

      ‘Deberías probar con ésta’, el anciano escogió una piedra gris, con una arista muy cortante. Quino la lanzó con toda su fuerza y, sorpresa, el hielo se quebró. La piedra se hundió hasta el fondo. El agua dio un pequeño salto a través del agujero y se esparció sobre el río congelado hasta unirse con la del boquete del anciano. ‘Ya es hora de que vuelvas a casa’, concluyó el viejo.